Joaquín Robledo
Toda la materia
conocida está formada a partir de los apenas 120 elementos que existen en la
naturaleza. El carbono es uno de ellos que, además, es el padre de buena parte
de la energía no renovable que consumimos, de toda la derivada de los
hidrocarburos. Este elemento da la cara de múltiples formas, sin ir más lejos,
el humilde carbón es carbono, como carbono es el presuntuoso diamante. Este
último no sirve para nada, bueno sí, para adornar cuellos o dedos de unos
cuantos ‘privilegiados’ con necesidad de ostentar para fijar su puesto de
preeminencia social. No tiene ninguna utilidad, pero por él se mata. El carbón
es mucho más barato, sin embargo proporciona el calor que fue y es vida en
muchos hogares. Sin él muchos hubieran muerto de frío. En el diamante, el carbono
es puro, no se relaciona con otros elementos. Refulge, pero, insisto, más allá
de su valor ornamental, no sirve para nada. El carbono del carbón, por el
contrario, vive rodeado de impurezas, de átomos de otra naturaleza. Mezclado
con el oxígeno, el hidrógeno o el azufre, conforma un conglomerado feo, pero
útil. Claro, cuando el carbono no aparece en una cantidad suficiente, el
material que nos queda pierde sus cualidades. Las impurezas enriquecen, ir desapareciendo
te anula.
Viene esto a cuento
en estas fechas previas a las constituciones de los gobiernos de todos los
ayuntamientos y de buena parte de las comunidades autónomas, porque las
organizaciones políticas que, desde dentro de este modelo político, pretenden
transformar la sociedad tienen las mismas opciones que los átomos de carbono. En
ocasiones son como el diamante, deciden escribir sus principios en el
frontispicio de cualquier negociación sin permitir que se mueva ni una letra.
Pueden sacar pecho por exhibir algo que tanto brilla, pero a la hora de la
verdad se han convertido en un adorno. En otros casos, la opción elegida es el
carbón. Aquí radica la solución y a la vez el problema: existe una amplia gama
de carbones que, en función de la proporción de impurezas, va de la turba a la
antracita. Negociar, llegar a acuerdos, es lo deseable, pero no por ello ha de
ser bueno el acuerdo por el acuerdo si este lleva a la descarbonización. En
acertar con ese difícil equilibrio radica la clave que aporta el calor a las
clases subalternas de la sociedad.
Viñeta de Sansón
No hay comentarios:
Publicar un comentario