Ana Cuevas
En la constitución de los
nuevos ayuntamientos, allá donde los movimientos sociales y ciudadanos
han conseguido llegar al gobierno, ha predominado una emoción: la
alegría.
En Cádiz,
Madrid, Barcelona, Zaragoza... una explosión de felicidad acompañó la
toma de cargos de alcaldes y concejales. La gente no celebraba una
victoria política. El sentimiento nacía de la oportunidad de ser sus
propios jefes. La ciudadanía autogobernándose y abandonando un modelo de
política "privatizada"que tantos derechos sociales, laborales y humanos
ha arrasado.
En realidad, la democracia en su esencia más pura. Con sus defectos y virtudes, como la propia sociedad.
Los
discursos de Manuela Carmena, Ada Colau o Pedro Santiesteve abordaban
cuestiones como la paralización de los desahucios y la
remunicipalización de servicios públicos. Un mensaje inquietante para
los que han hecho de la especulación y las mordidas su estilo de vida.
¿Y si estos hippies revenidos nos revientan el negocio? La alarma ha
saltado en algunos sectores.
Pero, si ya les acusaron de pro-etarras y discípulos de ISIS durante la contienda electoral, ¿qué argucias emplearan ahora?.
Lo
cierto es que no todos llevan bien la manifestación popular de alegría
por la composición de los nuevos consistorios. Será porque tampoco
llevan bien la comprensión de los fundamentos de un estado democrático.
Ni de lo que significa ser un servidor público. Ni tampoco les interesa
la ética, ni la pulcra gestión del bien común que requieren estos
cargos.
Nuestra alegría
los tiene encabronados. De manera instintiva entienden la relación entre
nuestro júbilo y el cambio de modelo. Un cambio que pone la mirada en
democracias participativas como las escandinavas en las que las
consultas populares están a la orden del día. ¿Les parecen bolivarianos
el modelo danés o el finlandés?
Avanza la alegría derrumbando montañas-
escribió Miguel Hernández. Y montañas se levantan frente a nuestra
alegría. Toda una cordillera de oscuros intereses, de tristezas
corrompidas.
Festejamos
haber salido del llanto. De la resignación bovina causada una herencia
franquista que se había grabado en nuestro adn. "Hagan como yo- dijo
Paquito- no se metan en política".
Pero
nos hemos metido. Por mera supervivencia. Y sabemos que no será
sencillo. Sin embargo, pese a las amenazadoras cumbres borrascosas, la
risa nos eleva. Nos hace libres.
La
libertad, como la democracia, implican una gran responsabilidad. Pero
es inevitable mostrar alegría por poder sentirte dueño de decidir tu
destino. Nuestra alegría no pretende ser un arma arrojadiza. Al que le
hiera, tendrá sus razones. Poco claras, poco transparentes. La cosa es
muy seria, de eso no tengo duda. Algunos ven peligrar el entramado que
engorda su buchaca.
Y yo... Me alegro seriamente lo mismo que el olivo.
HACIENDO MÉRITOS PARA CADUCAR
+@Humor negro en la Audiencia Nacional
HACIENDO MÉRITOS PARA CADUCAR
+@Humor negro en la Audiencia Nacional
DdA, XII/3031
No hay comentarios:
Publicar un comentario