El
chorlito que se alimenta de las sanguijuelas que viven en las fauces
del cocodrilo, un ejemplo de la relación simbiótica entre empresarios y
políticos.
Jorge Armesto
Hace
algunos días detuvieron en Galicia a un empresario del sector del
transporte acusado de tráfico de influencias, soborno y cohecho; lo
habitual. Sólo que en este caso había algo raro: ¿quién era el
sobornado? ¿Con quién traficaba? Detenido el empresario, nos faltaba el
político. Son especies simbióticas. Desde los cenáculos del poder se nos
intenta trasladar la idea de que los empresarios que viven bajo un
clima de corrupción generalizada son también víctimas. A fin de cuentas,
dicen, se ven obligados a mantener a un descomunal enjambre de
parásitos. Pero, si no fuese por esos bichitos, si la economía tuviese
que estar sujeta al interés público, ¿podrían construir donde quieren
infraestructuras inútiles y excesivas? ¿Incluir sobrecostes
estratosféricos? ¿Mercadear con la energía a precios abusivos?
¿Defraudar? ¿Practicar impunemente la usura y el fraude? No parece. Empresarios
y políticos, ambos cooperan, ambos se benefician. No es parasitismo. En
la naturaleza, esta relación se llama mutualismo. Y el ejemplo más recurrido es el del chorlito que se alimenta de las sanguijuelas de las fauces del cocodrilo.
Ciudadanos compite con Podemos en el mismo segmento generacional, ambos con la bandera de la regeneración ética
En
nuestro país, empresarios cocodrilo y políticos chorlito también se
relacionan entre sí por medio de las sanguijuelas. Ninguno es mejor que
el otro,ningún comportamiento es más o menos moral: sobornadores y sobornados, corruptores y corrompidos.
Podríamos pensar que los políticos son quienes detentan el poder pero
no es así. Ellos vienen y van. Los partidos se alternan y todos
demuestran la misma subordinación al mundo del dinero. Podemos
imaginarnos a los grandes nombres de las finanzas abriendo su boca negra
repleta de parásitos y ver cómo acuden a ella, para alimentarse, los
chorlitos de los dos grandes partidos de la transición.
El componente generacional
El
fenómeno de cambio que estamos viviendo hoy tiene, obviamente, raíces
en un sentimiento extendido de regeneración ética. Pero seríamos unos
ingenuos si no nos diésemos cuenta de que también hay un componente
generacional. Existe una generación, la que tiene entre 30 y 50 años, que estaba completamente al margen de los ámbitos de decisión. En
parte por exclusión y en parte también por desidia, son aún los nombres
de la Transición quienes gobiernan, quienes dirigen periódicos,
empresas y bancos. Quienes dirigen la judicatura, las finanzas y la
opinión pública.
Hasta
que la crisis global ha empezado a despertar al sector más dinámico y
formado de la sociedad, descubriendo al hacerlo que esos señores a los
que lleva viendo las caras 30 años no son sólo unos corruptos, sino unos
incompetentes. Pésimos gestores, charlatanes de mercadillo, incapaces de articular discursos elaborados.Leemos
los emails de uno de los banqueros más importantes del país y no sólo
descubrimos sus corruptelas sino su insignificancia intelectual. El rey,
descubre esta generación, estaba desnudo.
Albert Rivera se dio cuenta de que en el PP sólo sería un mindundi más, así que fundó su propio partido
Empieza entonces su asalto al
poder. No es casual, por ejemplo, que los jueces que osan cuestionar la
corrupción global tengan todos una edad similar. La naciente prensa
digital combate con éxito el descrédito de las grandes cabeceras. En el
campo de la opinión, los Escolar asaltan los púlpitos de los Ónega, y éstos vagan hoy como trasnochados fantasmones
que todavía se creen entre los vivos. Sobre todo el pasado pesa la
sospecha de complicidad. Así, la lucha generacional se desarrolla en
todos los ámbitos pero, sobre todo, en la política.
Y
aquí es donde surge Albert Rivera. Rivera, un pajarillo de buen pico,
lo intentó en su lugar natural: el PP. Pero éstos son los más reacios al
relevo generacional. Rajoy lleva 35 años en la poltrona. Feijóo, la
“savia nueva”, 25. El espabilado Albert se dio cuenta de que ahí sólo sería un mindundi más, así
que fundó su propio partido, Ciudadanos, que compite con Podemos en el
mismo segmento generacional y enarbolando la misma bandera de la
regeneración ética. Incluso plagia gran parte de su discurso.
Nosotros,
ingenuos ciudadanos, no tenemos razones para desconfiar de su
sinceridad. Cándidos como somos, podemos creer en las limpias
intenciones de ambos, verlos como dos opciones aceptables, casi iguales,
que colaborarán, cada uno a su estilo, en traer aire limpio a esa
ciénaga hedionda del poder. Pero hay alguien que sí los diferencia: los
cocodrilos. Y mientras que Podemos está sometido diariamente a una
vergonzosa campaña de acoso por parte de los medios de comunicación del
poder, Ciudadanos es el niño bonito de televisiones y periódicos.
La misma jauría aullante que en los programas matutinos se abalanza
salvajemente sobre tipos tan tiernos como Luis Alegre, aplaude, sonríe y
adula a Albert Rivera. Nosotros sí confiamos en él. Parece noblote.
Pero el poder no. Los corrompedores, los sobornadores, no creen que vaya
a poner fin al actual estado de cosas. Los empresarios no salen cada
semana anunciando un apocalipsis si gobierna. No sólo no lo temen sino
que lo elogian. Sí, claro, preferían a los del PP, pero bueno, tampoco
están casados. Piensan, como en Il Gatopardo, que algo tendrá que cambiar para que nada cambie.
A lo largo de las eras, el cocodrilo ha visto cómo muchos chorlitos entraban en su boca a comer. A lo largo de las eras, superviviente de las grandes extinciones, el cocodrilo permanece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario