Jaime Richart
De
dedicarse a gestor administrativo, a crear enredosas empresas societarias o a
ser artífices de liquidaciones tributarias para que su cliente contribuyente
pague menos impuestos (por eso es una infame y una hipócrita bajeza que el
ministro del ramo hubiere acusado a un insigne profesor perteneciente a un
grupo politico emergente de haberse acogido a una fórmula trbutaria por la que
pagó menos que por otra, cuando es a eso a lo que ese ministro y los de su
gremio se dedican), el economista, con la crisis económica que afecta tan
gravemente a este país, se ha convertido en el sumo sacerdote de la sociedad y
de las televisiones.
La mayor parte -por no decir todos- de los
economistas que con tiza y encerado nos dan clases televisivas de ampulosa economía
que en el fondo no es más que contabilidad gigantesca, son neoliberales. En más
o en menos "piensan" la economía en claves neoliberales. No en vano
la mayoría, por no decir todos, han pasado por las universidades
estadounidenses que son los centros del saber donde se enseña y se aprende a
crear riqueza, o al menos a promover las condiciones para crear riqueza… pero a
costa de otros: de otros individuos y de otros países.
Por consiguiente, el manejo de todos los
factores que concurren en el plano de la economía, de ese tipo de economía,
significa un esfuerzo orientado exclusivamente a generar riqueza. Y ello
supone que, para ellos, su opuesto no es "no generar riqueza" sino
generar pobreza. De ahí el tópico insensato divulgado expresa o tácitamente
por todos de que los países que no gravitan en torno a la economía capitalista
y por antonomasia neoliberal no reparten otra cosa que pobreza.
Este es planteamiento de partida para
elucidar el asunto según mi modo de ver a la sociedad actual: unos economistas
se dedican a crear riqueza (en la mayoría de los casos también para sí mismos)
a cualquier precio, y los otros, según aquellos y sorprendentemente, a crear
pobreza.
Para los economistas de esa laya, que son los
autores de toda la ingeniería financiera, de los cambalaches presupuestarios
que decide el poder político, de la creación de lobbys, de las sicav, de los
paraísos fiscales, de tejemanejes incontables supuestamente dirigidos a crear
riqueza y de paso también ricos, lo de menos es el desequilibrio que los
ingenios que combinan e inventan provoquen en la sociedad. Lo de menos es,
digámoslo ya, la brutal desigualdad. De la desigualdad se ocupan luego otros: los
moralistas y los intelectuales, y a mucha distancia y con numerosas fintas y
recovecos eventualmente la justicia. Y la justicia, en la medida que pueda
corregir los excesos cometidos por los políticos y entre ellos buena parte de
los economistas, sean o no políticos. Pero el sistema sigue basado en la idea
que tienen esos economistas de la contabilidad social. Y por ello su papel es
crucial y decisivo en todos los avatares de la sociedad y en los ensayos de la
construcción de una federación de estados, como es el caso de la Unión
Europea.
Precisamente, el hecho de haberse antepuesto
la construcción económica a la política detrás de la que ahora se está, con
todos los obstáculos, frenos e impedimentos que los aspectos económicos
causan, puede decirse que es la causa de la causa del panorama desolador que
viven los países más pobres que eran cuando firmaron el tratado de la Unión y
siguen siendo ahora. La Unión política debiera haber precedido a la Unión
económica. Se ve palpablemente que tuvieron sus fundadores en cuenta la
premisa marxista de que la política es una meta superestructura cambiante de
lo económico...
El caso es que, como decía, la mayoría de los
economistas que despuntan en la opinión pública (opinión que empieza en la
opinión personal de los dueños de los medios) relegan todo lo público en favor
de la privatización hasta del aire que respiramos. Que la fórmula funciona es
indudable. Pero los otros economistas y todos los intelectuales están de
acuerdo en que el coste humano de tal aventura, de ese modo de orientar el
pensamiento, es nefasto y demoledor para grandes partes de la población. El
contraste entre la mayor parte de los economistas y su visión estrecha del
asunto y del trasunto social, y otros minoritarios con más conciencia social que
productiva, consiste en que aquellos economistas no tienen en cuenta más que
los datos que existen y se les da. A ellos no les incumbe ni les interesa, ni
la procedencia de dichos recursos ni el coste humano, ni el sufrimiento ni las
pérdidas humanas que puedan sobrevenir de los desequilibrios socioeconómicos.
A ellos no les importa si el petróleo se obtiene de una perforación simplemente
afortunada o de una perforación ya hecha o por hacer en un país invadido
después de una guerra criminal, o si la madera se logra de la deforestación salvaje,
o de si el pescado se pesca esquilmando los mares o extinguiendo las ballenas.
Todo esto está excluido de su preocupación y de su técnica discursiva aunque
tiene ostensibles y rotundos efectos en la suerte de los países. Ellos, con tal
de que se genere riqueza, se sienten eximidos de toda culpa de las oprobiosas
desigualdades sociales y de los estragos que una economía por encima de todo
productiva ocasione en la sociedad y en el planeta.
Pero hay otros economistas, que no son los que
miden y cuentan salvo en los reductos de los escasos Centros que dan acogida
a su mentalidad. Este es el caso actual del actual ministro en Grecia. Varoufakis
no tiene en su cabeza otro objetivo que el de evitar la situación penosa en
que se encuentran millones de ciudadanos y ciudadanas por culpa de los expolios
a que han sometido al país durante años, como ha sucedido en España, seres
abyectos metidos a la noble tarea de servir a los intereses de toda la
población que han prostituido la política.
El caso es que aun los países europeos que no
giran en torno al euro son más felices que grandes porciones de población que
formando también parte de la Unión europea, son, somos, tubo de ensayo, cobayas
y lacayos de los que manejan sus bancos y a la Unión. Quizá por eso mismo no
debiera haber temor a salirnos del euro. Quizá España recobrase la
tranquilidad perdida y encontrase el norte que nunca, por unos o por otros
pero siempre abusadores, prepotentes y dominadores, acaba por saber realmente
dónde está...
DdA, XII/2982
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