También detrás de la otra prostitución, la “legal”, ésa nauseabunda a la que me vengo refiriendo, están las
mafias, las oligarquías, las gurteles y las asociaciones para delinquir.
Jaime Richart
El pensamiento único, como el dogma, son útiles para algunos o para
muchos pero en sí mismos un error. Funcionan por periodos breves de la historia en
comparación con la de la humanidad, pero sus pilares acaban siendo arenas
movedizas y sus primitivos "valores" graves obstáculos para la justicia social.
El título del presente escrito, prima facie
podrá parecer un disparate o una extravagancia, pero si se mira con fina
lente de aumento se verá que es una más de las proposiciones del repertorio del pensamiento peregrino libre
de prejuicios, es decir, libre de juicios previos asentados generalmente por el
interés de grupos sociales que pasan por iluminados y que un día próximo
o lejano se pusieron de acuerdo para decirnos qué es y cómo debe ser la realidad…
Aquí, naturalmente, me refiero a la prostitución según se entiende usualmente. No
me refiero a la otra por extensión; es decir, a esa otra
abominable que pasa por respetable y por no serlo porque, solapada, envuelta
en boato y en solemnidad, es la que rige: ésa que comercia con la
conciencia o con la voluntad; ésa en cuya virtud los gobernantes venden la
soberanía de su país a los bancos o a otro país, o venden armas al tiempo que
hipócrita o cínicamente condenan al país que se las compra; ésa que fuerza a un trabajador o
a una trabajadora a vender su esfuerzo, su habilidad o su talento por nada y
permite a un canalla comprárselos por el precio que se paga al siervo y a
menudo a cambio de favores de todo tipo incluidos los sexuales; ésa que trafica con voluntades; ésa presente en tantas transacciones
más o menos veladas en un sistema "casi" absolutamente
prostituído que todo lo mercantiliza, que convierte todo lo que trata en objeto
de comercio y a todas las personas sin relevancia social en mercadería...
Pues bien, en este marco tan deplorable para
millones y millones de seres humanos, es hora de ver en la prostitución usual, en el intercambio de
sexo por dinero, una práctica noble en contraste con el habitual tráfico de voluntades, de espíritus y de conciencias.
Y a quienes desde planteamientos civiles y no
morales se apresuran a oponerse a su legalización porque aducen que detrás de ella están los proxenetas y el crimen
organizado, hay que responderles que también detrás de la otra prostitución, la “legal”, ésa nauseabunda a la que me vengo refiriendo, están las
mafias, las oligarquías, las gurteles y las asociaciones para delinquir. Por lo que la
solución tanto en uno como en otro caso no puede estar sino en perseguir a
los depredadores que viven de aquélla y organizan éstas, pero no debe ser un argumento
para no legalizarla y aun protejerla.
La prostitución, la prostitución genérica,
la de mujeres y la de hombres, la de sexo a cambio de dinero, en efecto, debe
ser legalizada, regularizada y dignificada por imperativos de sensatez y de
desarrollo. Hay también otros motivos, los macroeconómicos en cuya virtud las
transacciones se cuentan por miles de millones, pero estos deben ser lo de
menos. El principio es que la prostitución ni es deshonrosa ni es
indigna ni es un estigma para quien la ejerce. Al menos ni más deshonrosa ni más indigna que cualquier otro
trabajo para otro que paga, a menos que quien lo desempeña lo hace a disgusto pero forzado por la necesidad. Pues en tal caso
se igualan.
¿Hay algo más normal y más natural que la cópula o la
relación sexual consensuada entre dos seres humanos en la que además no hay damnificados, mientras
que en otros intercambios consagrados que no implican al sexo es terrible el
quebranto para toda la colectividad?
Porque es que además el rechazo de la prostitución no es siquiera por ser una
práctica contra natura, sino meramente cultural y de influencia
eminentemente religiosa. Lo mismo que lo es el rechazo de otras prácticas, costumbres, actitudes,
comportamientos, condiciones y opciones personales, como la homosexualidad, el
aborto o la masturbación. Al contrario, lo que es contra natura es no aceptar lo existente
tal como existe en la naturaleza según leyes a menudo flexibles.
Pero hay una esperanza para el cambio de
mentalidad, cual es que como las ideas y la percepción de la realidad cambian,
dificultosamente pero cambian, y de la misma manera que casi hasta ayer y a
sensu contrario en la esclavitud no se veía una monstruosidad como se
ve ahora, podemos sostener el principio de que en el humano no hay unas partes
de él más dignas de protección o más nobles que otras, pues en último término habría que relacionar esa manera de
entender el asunto con la evolución o no evolución de la conciencia colectiva y
con las circunstancias sobrevenidas a cada individuo de las que apenas es
responsable y en todo caso no es culpable. Pues del carácter del individuo son
determinantes la cuna, la educación, la capacidad económica familiar, las
oportunidades y en último término el azar. Quien ejerce la prostitución, en definitiva, es tan libre
o tan poco libre, tan digno o tan indigno como quien se dedica a la política o a la investigación.
Creo ocioso recordar a estas alturas de la
historia que en otras culturas, en la antigua Grecia las hetairas y en la
antigua Roma las meretrices gozaban de toda consideración y respeto…
Por lo tanto, la prostitución y quienes la ejercen deben ser
rehabilitados y respetados en la medida que deben ser perseguidos y
despreciados quienes, directa o indirectamente, arruinan a millones de
personas y familias con engaño o sin engaño
pero en todo caso con abusos y causando daños irreparables a la sociedad toda.
Si hay, en fin, que salvar del oprobio y dignificar a una actividad, ése es el oficio más viejo y también el más natural del mundo...
DdA, XII/2979
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