domingo, 19 de abril de 2015

ELOGIO DE LA PROSTITUCIÓN

 También detrás de la otra prostitución, la “legal”, ésa nausea­bunda a la que me vengo refiriendo, están las mafias, las oligarqu­ías, las gurteles y las asociaciones para delinquir.

Jaime Richart

El pensamiento único, como el dogma, son útiles para algunos o para muchos pero en sí mismos un error. Funcionan por perio­dos breves de la historia en comparación con la de la humani­dad, pero sus pilares acaban siendo arenas movedizas y sus primitivos "valo­res" graves obstáculos para la justicia so­cial.

El título del presente escrito, prima facie podrá parecer un dispa­rate o una extravagancia, pero si se mira con fina lente de au­mento se verá que es una más de las proposiciones del reperto­rio del pensamiento peregrino libre de prejuicios, es decir, libre de juicios previos asentados generalmente por el interés de grupos sociales que pasan por iluminados y que un día próximo o lejano se pusieron de acuerdo para decirnos qué es y cómo debe ser la realidad

Aquí, naturalmente, me refiero a la prostitución según se en­tiende usualmente. No me refiero a la otra por extensión; es decir, a esa otra abominable que pasa por respetable y por no serlo por­que, solapada, envuelta en boato y en solemnidad, es la que rige: ésa que comercia con la conciencia o con la volun­tad; ésa en cuya virtud los gobernantes venden la soberanía de su país a los bancos o a otro país, o venden armas al tiempo que hipócrita o cínicamente condenan al país que se las com­pra; ésa que fuerza a un trabajador o a una trabajadora a vender su esfuerzo, su habili­dad o su talento por nada y permite a un canalla comprárselos por el precio que se paga al siervo y a menudo a cambio de favores de todo tipo incluidos los sexua­les; ésa que trafica con voluntades; ésa presente en tantas transac­ciones más o menos veladas en un sistema "casi" absoluta­mente prostituído que todo lo mercantiliza, que con­vierte todo lo que trata en objeto de comercio y a todas las perso­nas sin relevancia social en mercadería...

Pues bien, en este marco tan deplorable para millones y millo­nes de seres humanos, es hora de ver en la prostitución usual, en el intercambio de sexo por dinero, una práctica noble en contraste con el habitual tráfico de voluntades, de espíritus y de concien­cias.

Y a quienes desde planteamientos civiles y no morales se apresu­ran a oponerse a su legalización porque aducen que detrás de ella están los proxenetas y el crimen organizado, hay que responderles que también detrás de la otra prostitución, la “legal”, ésa nausea­bunda a la que me vengo refiriendo, están las mafias, las oligarqu­ías, las gurteles y las asociaciones para delinquir. Por lo que la solución tanto en uno como en otro caso no puede estar sino en perseguir a los depredadores que viven de aquélla y organizan éstas, pero no debe ser un argu­mento para no legalizarla y aun protejerla.

La prostitución, la prostitución genérica, la de mujeres y la de hombres, la de sexo a cambio de dinero, en efecto, debe ser legali­zada, regularizada y dignificada por imperativos de sensa­tez y de desarrollo. Hay también otros motivos, los macroeconómi­cos en cuya virtud las transacciones se cuentan por miles de millones, pero estos deben ser lo de menos. El principio es que la prostitu­ción ni es deshonrosa ni es indigna ni es un estigma para quien la ejerce. Al menos nis deshonrosa ni más indigna que cualquier otro trabajo para otro que paga, a menos que quien lo desempeña lo hace a disgusto pero   forzado por la necesidad. Pues en tal caso se igualan.

¿Hay algo más normal y más natural que la cópula o la relación sexual consensuada entre dos seres humanos en la que además no hay damnificados, mientras que en otros intercambios consa­gra­dos que no implican al sexo es terrible el quebranto para toda la colectividad?

Porque es que además el rechazo de la prostitución no es si­quiera por ser una práctica contra natura, sino meramente cultu­ral y de influencia eminentemente religiosa. Lo mismo que lo es el re­chazo de otras prácticas, costumbres, actitudes, comportamien­tos, condiciones y opciones personales, como la homosexualidad, el aborto o la masturbación. Al contrario, lo que es contra natura es no aceptar lo existente tal como existe en la naturaleza según le­yes a menudo flexibles.

Pero hay una esperanza para el cambio de mentalidad, cual es que como las ideas y la percepción de la realidad cambian, dificul­to­samente pero cambian, y de la misma manera que casi hasta ayer y a sensu contrario en la esclavitud no se veía una mons­truosi­dad como se ve ahora, podemos sostener el princi­pio de que en el humano no hay unas partes de él más dignas de protec­ción o más nobles que otras, pues en último término habría que relacionar esa manera de entender el asunto con la evolución o no evolución de la conciencia colectiva y con las circunstancias sobrevenidas a cada individuo de las que apenas es responsable y en todo caso no es culpable. Pues del carácter del individuo son determinantes la cuna, la educación, la capaci­dad económica fami­liar, las oportunidades y en último término el azar. Quien ejerce la prostitución, en definitiva, es tan libre o tan poco libre, tan digno o tan indigno como quien se dedica a la política o a la investigación.

Creo ocioso recordar a estas alturas de la historia que en otras culturas, en la antigua Grecia las hetairas y en la antigua Roma las meretrices gozaban de toda consideración y respeto…

Por lo tanto, la prostitución y quienes la ejercen deben ser rehabi­lita­dos y respetados en la medida que deben ser persegui­dos y despreciados quienes, directa o indirectamente, arruinan a millo­nes de personas y familias con engaño o sin engaño pero en todo caso con abusos y causando daños irreparables a la sociedad toda. Si hay, en fin, que salvar del oprobio y dignifi­car a una actividad, ése es el oficio más viejo y también el más natural del mundo... 


                                DdA, XII/2979                                  

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