Ana Cuevas
Desde algunos sectores
sociales se defiende la legalización de la prostitución como un acto de
progresía. Quizás se trate de una reacción, poco reflexiva, al
puritanismo imperante. Abogar por este argumento revela la falta de un
análisis profundo sobre la sexualidad humana y la violencia simbólica
contra la mujer que le acompaña. ¿A quién beneficia más la legalización?
No hay que ser un lumbreras para deducir que los más interesados son
los proxenetas. Dueños de clubs de carretera o macro-burdeles que están
entusiasmados con la idea. Y no porque sean unos empresarios
comprometidos con sus trabajadoras. Quienes se dedican a estas
actividades son traficantes de personas y mafiosos que, de esta forma,
verían aliviadas sus dificultades con la policía y los jueces.
Ciudadanos
ha lanzado esta polémica al debate político. Es sano debatir. Pero hay
que hacerlo desde la realidad cotidiana que padecen estas mujeres.
Cuando se habla de trabajadoras del sexo que ejercen libremente su
profesión, ¿a qué porcentaje nos referimos? Al margen de las cifras, que
no cuentan las tragedias personales, vivimos en una sociedad donde se
habla de la "elección individual" con mucha frivolidad. En un marco
neoliberal salvaje (donde las posibilidades de sobrevivir a la pobreza
se minimizan si además eres mujer) las elecciones que quedan pueden
atentar contra la dignidad humana. Ya elijas ser prostituta o fregar
escaleras doce horas diarias por seiscientos euros, solo estás
escogiendo entre distintos modos de explotación.
Millones
de personas son cosificadas, vendidas, compradas, explotadas por un
sistema caníbal que las transforma en meras mercancías. En los países
escandinavos en los que se ha legalizado la prostitución no se ha
acabado con la trata de blancas. Ahora la practican con mayor
impunidad.
Ciudadanos
habla de proteger a las trabajadoras del sexo. Pero, ¿legalizar la
prostitución hará posible esto? No hablamos de un trabajo cualquiera.
¿Les gustaría a ustedes que sus hijas optaran por esta profesión? A mí
no, sinceramente. La legalización no acabaría con las redes de
captación de muchachas en países pobres para ser obligadas a
prostituirse. Solo crearía un mercado paralelo donde las condiciones
serían infra-humanas. Se potenciaría la esclavitud sexual en el
underground. Además,
es viable conceder derechos a las prostitutas sin legalizar la
prostitución. Sin beneficiar a los comerciantes de personas que se
enriquecen con la degradación de las mujeres y las niñas.
La clave puede estar en el patriarcado cultural, económico y social que
nos envuelve. La prostitución invita al hombre, al macho, a separar la
sexualidad de la humanidad. Convierte el cuerpo de la mujer en un
producto más de consumo. Poco menos que un tetra brik de usar y tirar
con el que no se necesita tener contacto emocional.
El
debate está sobre la mesa. Algunos sectores de la izquierda y de los
movimientos feministas andan divididos por esta cuestión. Sus valedores
acusan de doble moral o mojigatería a quienes se oponen. Personalmente
creo que apoyar la legalización supone dar el visto bueno a una
estructura social anómala entre seres humanos. Y que solo ayudaría a
consagrar la desigualdad en la relación de poder entre los sexos.
El asunto merece un debate sereno pero necesario. Es imprescindible
encontrar puntos de acuerdo para acabar con el patriarcado asfixiante
que impide que las relaciones estén basadas en la igualdad y el respeto
entre los sexos. Si de verdad queremos un mundo nuevo y más equitativo,
habrá que bucear de lleno en estos barros.
DdA, XII/2979
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