sábado, 7 de marzo de 2015

NO PUEDO CRUZAR EL EBRO: POR UNA NUEVA CULTURA DEL AGUA

Ana Cuevas

A los ríos hay que tenerles respeto. Más aún cuando hablamos del más caudaloso de España y el segundo más largo, después del Nilo, que desemboca en el Mediterráneo. En los largos ciclos de sequía, el Ebro puede cruzarse prácticamente a pie a su paso por Zaragoza. Lo digo por experiencia. Durante la Expo del 2008 lo hice, junto a otras dos mujeres, para materializar una protesta contra el dragado indiscriminado que estaba padeciendo a causa del evento. En el embarcadero nos esperaba un orfeón policial poco inclinado a escuchar nuestros alegatos ecologistas.
A los ríos hay que tenerles respeto. Son sus aguas las que riegan y fertilizan nuestras tierras. Cuando se les maltrata con infraestructuras y edificaciones irracionales, tratando de someter y modificar su recorrido, se está cometiendo un acto de soberbia contra la naturaleza. Desestimando su infinito poderío sobre nuestra estulticia prepotente de monos parlantes. Las aguas, tarde o temprano, pugnarán por recuperar su cauce y arrasarán a su paso con todo lo que se les ponga por delante. Ésto, consulten a los técnicos, no lo arregla un dragado.
Resulta una ironía que la cultura del agua fuera el hilo conductor de la Exposición Universal que alojaron las riberas del Ebro. Las aguas del Ebro han sido objeto de especulación y moneda de cambio para conseguir resultados electorales. Con una sombra de trasvase que, como el Guadiana, aparece y desaparece cíclicamente sirviendo a torticeros intereses políticos y económicos y que no atiende a las alternativas planteadas por los expertos. Incluido el premio medioambiental Goldman ( equiparable al Nobel) Pedro Arrojo que, para seguir la cainita tradición, tampoco es profeta en su tierra. Acaso un orate iluminado predicando en el desierto monegrino.
Estos días  en que el Ebro ha crecido por encima de nuestras posibilidades anegando las casas y las huertas (y la incompetencia de las autoridades ha permitido que se ahogaran miles de animales) mucha gente honrada y trabajadora se ha quedado en la ruina. Pero los políticos, lejos de dar una respuesta directa a las necesidades inmediatas de las personas afectadas y plantear un estudio serio que evite situaciones similares en el futuro, han arrimado el ascua a su sardina. Para variar.
Unos, como Pedro Sánchez, aprovechando la legítima indignación de los damnificados para retar a Rajoy a revolcarse en el barro. Espero, por la generalizada aprensión que acarrearía, que  no lleguen a representar su lucha en el lodo. Aunque ambos partidos parecen moverse como peces por el fango.
Mariano Rajoy, custodiado por la hierática presidenta aragonesa Luisa Fernanda Rudi, eligió un escenario menos gore en el que la comitiva no tuvo que mancharse los zapatos ni atender a los exabruptos de los aldeanos. Eso sí, prometiendo una millonada en ayudas que no llegarán directamente a los afectados. Un texto churrigueresco que no concreta nada ni establece un cálculo riguroso de los daños. Papel mojado por las insurrectas aguas del río Ebro.
En estos días no me veo capaz de cruzar el Ebro. Su salvaje y destructivo esplendor me produce un gran respeto. La situación de las vecinas y vecinos que han sufrido su avenida, una inquietud furiosa. No merecen que la respuesta a su tragedia sea la misma de siempre. No merecen convertirse en los muñecos del pim pam pum de la feria política. Necesitan ayuda inmediata y soluciones que no sean cortoplacistas, ineptas o interesadas para el río y su cauce. 
Para cruzar ahora el poderoso Ebro necesitamos que nos tiendan algo más que una mano. Hace falta un proyecto sensible con la naturaleza y las personas que esté inspirado en la nueva cultura del agua. Hace falta respeto. Justo lo contrario que los grandes líderes políticos ofrecen con su circo mediático. Porque sin respeto...  hasta los de secano nos podemos desbordar.

DdA, XII/2940

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