Ana Cuevas
A los
ríos hay que tenerles respeto. Más aún cuando hablamos del más caudaloso
de España y el segundo más largo, después del Nilo, que desemboca en el
Mediterráneo. En los largos ciclos de sequía, el Ebro puede cruzarse
prácticamente a pie a su paso por Zaragoza. Lo digo por experiencia.
Durante la Expo del 2008 lo hice, junto a otras dos mujeres, para
materializar una protesta contra el dragado indiscriminado que estaba
padeciendo a causa del evento. En el embarcadero nos esperaba un orfeón
policial poco inclinado a escuchar nuestros alegatos ecologistas.
A
los ríos hay que tenerles respeto. Son sus aguas las que riegan y
fertilizan nuestras tierras. Cuando se les maltrata con infraestructuras
y edificaciones irracionales, tratando de someter y modificar su
recorrido, se está cometiendo un acto de soberbia contra la naturaleza.
Desestimando su infinito poderío sobre nuestra estulticia prepotente de
monos parlantes. Las aguas, tarde o temprano, pugnarán por recuperar su
cauce y arrasarán a su paso con todo lo que se les ponga por delante.
Ésto, consulten a los técnicos, no lo arregla un dragado.
Resulta
una ironía que la cultura del agua fuera el hilo conductor de la
Exposición Universal que alojaron las riberas del Ebro. Las aguas del
Ebro han sido objeto de especulación y moneda de cambio para conseguir
resultados electorales. Con una sombra de trasvase que, como el
Guadiana, aparece y desaparece cíclicamente sirviendo a torticeros
intereses políticos y económicos y que no atiende a las alternativas
planteadas por los expertos. Incluido el premio medioambiental Goldman (
equiparable al Nobel) Pedro Arrojo que, para seguir la cainita
tradición, tampoco es profeta en su tierra. Acaso un orate iluminado
predicando en el desierto monegrino.
Estos
días en que el Ebro ha crecido por encima de nuestras posibilidades
anegando las casas y las huertas (y la incompetencia de las autoridades
ha permitido que se ahogaran miles de animales) mucha gente honrada y
trabajadora se ha quedado en la ruina. Pero los políticos, lejos de dar
una respuesta directa a las necesidades inmediatas de las personas
afectadas y plantear un estudio serio que evite situaciones similares en
el futuro, han arrimado el ascua a su sardina. Para variar.
Unos,
como Pedro Sánchez, aprovechando la legítima indignación de los
damnificados para retar a Rajoy a revolcarse en el barro. Espero, por la
generalizada aprensión que acarrearía, que no lleguen a representar su
lucha en el lodo. Aunque ambos partidos parecen moverse como peces por
el fango.
Mariano Rajoy,
custodiado por la hierática presidenta aragonesa Luisa Fernanda Rudi,
eligió un escenario menos gore en el que la comitiva no tuvo que
mancharse los zapatos ni atender a los exabruptos de los aldeanos. Eso
sí, prometiendo una millonada en ayudas que no llegarán directamente a
los afectados. Un texto churrigueresco que no concreta nada ni establece
un cálculo riguroso de los daños. Papel mojado por las insurrectas
aguas del río Ebro.
En
estos días no me veo capaz de cruzar el Ebro. Su salvaje y destructivo
esplendor me produce un gran respeto. La situación de las vecinas y
vecinos que han sufrido su avenida, una inquietud furiosa. No merecen que
la respuesta a su tragedia sea la misma de siempre. No merecen
convertirse en los muñecos del pim pam pum de la feria política.
Necesitan ayuda inmediata y soluciones que no sean cortoplacistas,
ineptas o interesadas para el río y su cauce.
Para
cruzar ahora el poderoso Ebro necesitamos que nos tiendan algo más que
una mano. Hace falta un proyecto sensible con la naturaleza y las
personas que esté inspirado en la nueva cultura del agua. Hace falta
respeto. Justo lo contrario que los grandes líderes políticos ofrecen
con su circo mediático. Porque sin respeto... hasta los de secano nos podemos desbordar.
DdA, XII/2940
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