En
40 años nunca dejé olvidada la fecha de 8 de marzo para reivindicar el derecho
femenino a la igualdad en todas las facetas de la vida. Por un lado se me hacía
extraño, pues en mis vivencias nunca había visto marginación ni desigualdad;
por otro me parecía necesario compartir esa visión del mundo en que me había
criado. Así que desde el enero de 1975 en que tuve la misión de educar, me
convino aunar derecho de la mujer y literatura. Galdosiano de por vida, mi
texto estrella era este de Tristana:
«El problema
de mi vida me anonada más cuanto más pienso en él. Quiero ser algo en el mundo,
cultivar un arte, vivir de mí misma. El desaliento me abruma. ¿Será verdad,
Dios mío, que pretendo un imposible? Quiero tener una profesión y no sirvo para
nada, ni sé nada de cosa alguna. Esto es horrendo.
Aspiro a no
depender de nadie ni del hombre que adoro. No quiero ser su manceba, tipo
innoble, la hembra que mantiene algunos individuos para que les divierta, como
un perro de caza; ni tampoco que el hombre de mis ilusiones se me convierta en
marido. No veo la felicidad en el matrimonio. Quiero, para expresarlo a mi
manera, estar casada conmigo misma, y ser mi propia cabeza de familia. No sabré
amar por obligación; sólo en la libertad comprendo mi fe constante y mi adhesión
sin límites. Protesto, me da la gana de protestar contra los hombres, que se
han cogido todo el mundo por suyo, y no nos han dejado a nosotras más que las
veredas estrechitas por donde ellos no saben andar...»
¡Qué
tío el Galdós que puede pensar, en lo que luego se llamará “monólogo interior”
como una mujer! Del primer párrafo siempre hice notar la necesidad de educación
/ instrucción de la mujer si pretende, que debe hacerlo, dar rienda a sus
potencias vitales. El cimiento que sustenta la igualdad es la instrucción para
incorporarse al mundo laboral. Sensu contrario se verá obligada a introducirse
en el segundo párrafo: el hombre como medio y modo de vida.
El
mundo de mis abuel@s tenía indiscutibles y diferentes matices machistas. Una de
mis abuelas, separada de su pareja en el año 30, vivió marginada del mundo de
sus amistades, no por dinero, sino por aceptabilidad social. Pero a él le pasó
misma peripecia. Ambos hubieron de escapar de un ambiente asfixiante. La otra
pareja de abuelos mantenía clara la división del trabajo hombre-mujer y la
posibilidad de vida social en desequilibrio. El mundo sería de los hombres; de
modo muy distinto al nórdico, pues aquí el varón dejaba que su esposa manejase
el peculio, depositando en sus manos el salario que la mujer administraba.
En
mis padres vi esto último; el hombre dejaba a la mujer la administración, pero
-¡cuán diferente!- esta se ganaba la vida en igualdad al marido. A sus hijos e
hija nos educaron en igualdad instructiva y afectiva. La destacada en deportes
¿hombres? era mi hermana, y nuestros juegos eran semejantes, las más veces los
mismos. ¿Cómo hubiera yo consentido que mis hij@s sufrieran diferente trato? De
otro lado a mayor cultura de los padres mayor parangón de los hijos. «Un hombre
que lee, o que piensa, o que calcula, pertenece a la especie y no al sexo». Que
escribió YOURCENAR, primera mujer de la Academia francesa, y que conocía desde
mi juventud.
Pero
eso me sirve para abordar un final disidente. ¿Somos iguales pese al sexo? Sí en
lo dicho por Marguerite. Ella obvia la palabra “deseo”. No puedo, no soy mujer,
saber qué desean ellas. Dicho en un mundo muy espacioso; y me consta que en mi
sexo no todos deseamos tampoco lo mismo con igual intensidad. Creo que en los
valores estéticos apreciamos de forma diferente la belleza. Aunque no sea ley
generalizable. De lo que estoy seguro es de que el poeta anónimo medieval no
establecía diferencia al enunciar estos versos de deseo emotivo:
"Si los delfines
mueren de amores
triste me mí, qué
harán los hombres
que tienen tiernos
los corazones".
Con
el aborrecimiento a cualquier marginación, la de sexo es la que mejor se puede
desterrar con cultura y empeño.
DdA, XII/2941
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