Jaime Richart
Jamás
olvidaré aquella escena inovidable del film "Soylent green" cuya acción se sitúa en 2022, en la que el
coprotagonista, Edward G. Robinson (el principal es Charlton Heston), sin más
razones que su soberana voluntad, acude a un Centro, pasa por recepción, desde
allí le conducen a una estancia y se tumba en una camilla frente a una enorme
pantalla. Y así, presenciando unas maravillosas escenas bucólicas al compás
del tercer movimiento de la Sinfonía n. 6, Pastoral, de Beethoven, acaba
plácidamente sus días...
Eutanasia significa, como sabe todo el mundo:
buena, bella, óptima muerte. ¿Es mucho pedir, que ya que no se nos consultó si
deseábamos venir a esta vida, se nos permita y se nos ayude a morir sin
sufrimientos?
Las encuestas reflejan que más de un 70% de los españoles aceptan la
eutanasia activa voluntaria, los holandeses el 80%. Pero en España los
políticos, todos de edades intermedias, por razones electorales, porque ven la
muerte lejos y porque a esas edades uno cree que va a vivir toda la vida,
carecen de la conciencia necesaria para afrontar con inteligencia la eutanasia
activa como opción no sólo para morir sin dolor sino precisamente por eso, para
hacernos más grata la vida.
Si los parlamentos estuvieran en manos de septuagenarios y
octogenarios o en la institución hubiera un número significativo de ellos,
tengan ustedes por seguro que la eutanasia activa estaría regulada al
día siguiente de constituirse el parlamento. Ya se las arreglarían todos para
razonar persuasivamente sobre el asunto e implantarla. La lógica y la
elocuencia están para eso, para defender tanto una cosa como la contraria
cuando la decisión no afecta a la médula de un asunto capital. Y la médula en
la que el mundo entero civilizado está de acuerdo reside en afirmar sin
reservas la dignidad de la persona y en rechazar que se quite la vida a quien
desea conservarla. Pues bien, añadamos a la médula el derecho a morir sin
sufrimiento. Incluso los políticos católicos acérrimos sabrán ceder, pues
saben bien que esa obstinada oposición a la eutanasia activa no pertenece al
espíritu evangélico ni responde a la defensa de un valor universalmente
reconocido, sino a una postura doctrinaria cambiante por definición según las
épocas. Por eso, por ser cambiante, hubo tiempos en que el sacerdote se casaba
y otros en los que el infierno no tenía nada que ver con lo que es hoy para la
teología católica...
Pero sabemos por la historia que tarde o temprano la razón siempre acaba imponiéndose a la obstinación, a la obcecación y al sinsentido. Forzar a una persona al sufrimiento pudiendo evitárselo es propio de un primitivisimo impuesto por leyes cavernarias. Lo malo es que los provectos de hoy no podremos asistir a nuestra propia redención a través de leyes permisivas de esta clase, y habremos de afrontar quizá un final estremecedor sobre todo si en el transcurso de él nos tocan asistentes de la estirpe de los necios.
En torno a la existencia hay muchas
filosofías, recetas y recursos para hacerla más llevadera. Pero en torno a la
muerte sólo hay dos opciones: o dejamos a la naturaleza que cumpla su función,
como la cumple en todo lo orgánico y en lo inorgánico, o la corregimos
racionalmente con inteligencia como ha hecho el ser humano hasta ahora y hasta
donde ha podido en multitud de cosas. Lo que no es congruente con una
inteligencia superior es corregir a la Naturaleza con cirugías caprichosas y
estéticas, banalizando con ello la existencia y poniéndola en peligro, y no
corregir a la naturaleza en cambio para suprimir el dolor y la agonía. Es,
pues, en el trance de la muerte cuando reclamamos la absoluta inteligencia
para remediar el sufrimiento innecesario. Ya es hora de que se imponga la
razón y se incorpore a la sociedad el derecho a la eutanasia activa para tomar
contacto con el espíritu de Europa, pues del Consejo de Europa es esta estrofa:
“Se muere mal
cuando la muerte
no es aceptada,
se muere mal
cuando los que
cuidan
no están formados
en el manejo de
las reacciones emocionales
que emergen de la
comunicación con los pacientes,
se muere mal
cuando la muerte
se deja a lo
irracional,
al miedo, a la
soledad,
en una sociedad,
donde no se sabe
morir.”
DdA, XII/2960
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