miércoles, 11 de marzo de 2015

HAY UNA ASTURIAS QUE DA MUCHA PENA Y OTRA QUE DA MUCHA RISA

Lazarillo

Celebro que mi estimado Jaime Poncela haya recuperado la siempre sana costumbre de volver a escribir, después de la publicación de su libro Artículos de Saldo -magníficamente editado por La Cruz de Grado-, mucho más si lo hace en una publicación tan interesante como Atlántica XXII, que lucha por sobrevivir y esperamos lo consiga, pues pocas empresas hay hoy en el panorama patrio que puedan competir con la calidad periodística de la citada "revista asturiana de información y pensamiento". Para empezar su colaboración en ese medio, y sabiendo de antemano que siempre que este Lazarillo recurre a Poncela tiene oportunidad de disfrutar del fondo y forma de su escritura, este análisis que hace de la realidad asturiana vigente creo que bien merece su inserción en este modesto DdA: "El rimbombante Principado -afirma Jaime- es cada vez más parecido al reino del ogro Srek gobernado por un ser insignificante y sin poder, donde nada de lo importante se termina y todo lo accesorio cobra una importancia colosal". Ahí va:

"Hay una Asturias que da mucha pena y otra que da mucha risa. Tenemos duelo y perrería en muy pocos kilómetros cuadrados, qué territorio tan bien aprovechado. Y resulta que esas dos Asturias son una sola, porque los protagonistas del circo y del velatorio son las mismas personas. Verbigracia. Lo de Fernández Villa es una versión chusca y cuencata de los Soprano, la celebrada serie de David Chase en la que el protagonista era un mafioso con ataques de ansiedad (o de confusión). En Nueva Jersey y en Tuilla los capos gastan las mismas cazadoras de cuero, las mismas esclavas de plata en la pulsera, los mismos gustos caros, los mismos todoterrenos,  los mismos manejos, las mismas estafas, idénticos apaños, el mismo lenguaje encriptado, la misma jeta amenazante y patibularia ante los periodistas.
Los “somapranos” serían una juerga si no fuese porque son una caricatura siniestra de una poderosa izquierda asturiana que puso y quitó a candidatos y apadrinó carreras políticas interminables. Hemos estado gobernados por los Soprano creyendo que, pese a sus salidas de tono coloristas y a su modales bruscos, eran tipos honrados, tipos de una pieza, sindicalistas a prueba de cualquier tentación capitalista  que llevaban en la boca durante las 24 horas del día el catecismo de la verdadera izquierda.
El viejo mafioso de los genuinos y televisivos Soprano que finge confusión mental y desmemoria para evitar dar explicaciones de sus actos ante la justicia, recuerda demasiado a quien fue el gran patrón de la izquierda asturiana durante décadas, a ese a quien los periódicos dedicaron una semana tras otra titulares enormes porque su palabra era la ley y no había carretera, obra, subvención, cargo, o influencia que no estuviera bajo su implacable ojo de halcón. Ese tipo que entraba en todas partes como entran los capos Soprano, repartiendo a la vez autoridad y campechanía, temor y confianza, es ahora un anciano tembloroso y desaparecido en su confusión post amnistía fiscal. Aquel Júpiter tonante que predicaba en Rodiezmo los males eternos de la izquierda si se dejaba tentar por las añagazas del capitalismo es el mismo que escaqueaba a su propio y querido sindicato hasta el último euro de las dietas que cobraba por cada reunión a la que acudía en calidad de guardián de los intereses del proletariado minero.
Al destaparse la alcantarilla del sindicalismo minero con todas sus salpicaduras, entradas y salidas de personajes extraños, cuentones mal contados y mentiras hurdidas tomando media de vino en casa Hermógenes, de pronto hemos visto cumplidos nuestros peores presagios: la imagen de Asturias está construida sobre el club de la comedia y el sindicato de la trampa revestidos de esencias que mezclan los alamares y pelucones monárquicos más apolillados con el falso sindicalismo de restaurante de cinco tenedores, puticlub de carretera y chequera libre de impuestos. El rimbombante Principado es cada vez más parecido al reino del ogro Srek gobernado por un ser insignificante y sin poder, donde nada de lo importante se termina y todo lo accesorio cobra una importancia colosal. Jamás sabremos cómo se hizo El Musel y cuántos se hicieron ricos gracias a esa obra que nunca tuvo honra y sigue sin tener barcos. Jamás veremos finalizada la integración ferroviaria de Gijón porque el túnel se hizo antes que asegurar los trenes, como tampoco habrá nunca una fecha para completar la variante de Pajares, pese a que ahí ya hay trenes pero no hay túneles.
Qué filón inmenso para la comedia es la historia diaria de Asturias, esta patria querida de la que huyen el dinero, el talento y las decisiones políticas de talla, esta comunidad autónoma que se queda cinco días sin trenes a causa de las nevadas sin que nadie tenga ya fuerza, valor, capacidad, contactos o coraje para poner patas arriba esos tan carareados contactos en la pomada madrileña en la que se reparte el pastel.
Qué risa, qué pena, que Asturias tan cómica, tan trágica, tan llena de buenos vasallos si hubiera buenos señores, tan estafada, tan ignorada, tan cansada y envejecida, tan harta de promesas sin cumplir, tan fartuca de salvadores de pacotilla y tahúres de la política que sigue arreglando lo suyo mientras juegan al póquer con Tony Soprano y aún esperan ganar".

DdA, XII/2945

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