Me
he despertado en la madrugada víctima de un desasosiego taquicárdico y
envuelta en un sudor frío y amargo. El origen de tan lamentable estado
procede de una pesadilla vivida con un exceso de realismo. En ella, un
tipo taciturno, con barba y mirada distraída llamaba a mi puerta con el
propósito de agradecerme el final de la crisis. Como es lógico, he huido
despavorida a parapetarme en el baño. ¿Qué pintaba Rajoy en mi casa con
una excusa tan chiripitiflaútica?, ¿cuál era el verdadero motivo de su
visita?
Ya decía mi
paisano Goya aquello de que el sueño de la razón produce monstruos. En
mi caso, la parada de los monstruos en su totalidad manifiesta se me
habían colado en el salón para tomar un café con picatostes. Podía
oírlos desde mi escondite provocándome con aseveraciones como que la
recuperación económica era un hecho o que los recortes en educación o
sanidad eran meras falacias de lenguas viperinas y poco patrióticas.
Tiraban esos cebos para incitarme a salir, ¿con qué objeto?.
Entonces escuché la voz de Floriano desde mi improvisado zulo en el retrete: Quizás nos ha faltado piel.
¡Agh! Mis peores sospechas se estaban confirmando. Venían a por mi
miserable pellejo. A por el de todos nosotros. Al portavoz de este
onírico aquelarre le traicionaba el inconsciente. Normal, porque
consciente, lo que se dice consciente, no parece estarlo nunca.
Les
ha faltado piel, porque todo lo demás ya nos lo han arrebatado. Nos
han sacado a jirones nuestros mayores bienes públicos y, a punto han
estado, de arrancarnos hasta el último atisbo de esperanza.
Un
sueño es un sueño. Pero, como diría Freud, siempre encierra algún
código que puede ayudar a descifrar un gran trauma. En mi caso, esa
invasión de siniestros personajes en la intimidad de mi hogar y el
pánico cerval que me producen, tiene una interpretación elemental. Es
cuestión de supervivencia. Si Rajoy llama a mi puerta y escucho tras él
la voz de Floriano lamentándose por
que
les falta piel, es comprensible que me sienta una víctima de El
Silencio de los Corderos y corra a poner a salvo mi pellejo. Cierto es
que, gracias a sus medidas anti.personas, a la mayoría de los ciudadanos
se nos ha quedado la piel en puro callo. Hemos recibido tantas hostias
que se nos ha curtido el cuero. No les va a resultar fácil desollarnos.
Está vez darán en hueso.
DdA, XII/2913
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