Hay por ahí dos o tres personajes (especialmente uno) que pasan por haber estudiado Ciencias de la Información), que parecen tener contrato fijo con La Sexta. Tipos que, aparte de cerrar el paso a otros muchos periodistas valiosos hacen de las entrevistas a políticos y políticas de su línea ideológica una performance de balneario, y de las que no se corresponden con su confesada devoción neoliberal, una sesión de tercer grado policiaco. No nos debe extrañar. Les pasa a los periodistas lo mismo que a los políticos. Traicionar el soporte de su formación básica es común a ambas profesiones. ¿Quién nos iba a decir en 1982 que un abogado laboralista y “socialista” privatizaría con saña empresas públicas y acabaría formando parte principal de las puertas giratorias?
En todo caso, la forma de abordar y de tratar
el caso Monedero después de haber hecho de la anécdota prácticamente libelo esos
periodistas predominantes, es nauseabundo. Incluso otros periodistas más ecuánimes,
para responderles en vivo y en directo se ven obligados a empezar diciendo:
"a mí tampoco me gusta cómo lo ha gestionado, pero...". Está claro
que ningún periodista más o menos estrella quiere desentonar en esta interpretación
de la melodía orquestada por otros periodistas y políticos miserables que no
se conforman con informar porque su verdadera inclinación no es la
investigación civil, sino la de trapisondista. Y el que razona de forma
ponderada, a lo sumo dice que no lo tiene claro o que Monedero no aporta pruebas
convincentes.
En suma, al igual que los economistas de
relumbrón televisivo apenas discrepan entre sí y acaban siendo de la misma
escuela, los periodistas solapan entre sí sus bajezas y dan rienda suelta al sensacionalismo subiéndose al carro
de la insidia, de la invención y de la exacerbación de la irrelevancia difundidas
por colegas. ¿El pretexto que se encierra en una mente neoliberal como la de
"ese" periodista y otros de su calaña que parecen hospedarse en Las
Noches de la Sexta? Pues, por un lado, el dudoso mérito de haber destapado
escándalos cuyos logros, dada su catadura, no cabe duda de que tuvieron que
ser con artimañas de macarra y tretas de narcotraficante y sus fuentes,
sospechosamente turbias. Y por otro, hacer patente su olímpico desprecio hacia
la noble misión de profesor. Noble misión, que incluye en el caso de este
perseguido una gran amplitud de miras que le hace "comprender"
mejor las necesidades y la filosofía social de los países
latinoamericanos; un profesor que no se entrega a la política forajida de las
élites económicas europeas y estadounidenses a las que tan apegada está gran
parte de los periodistas españoles y gran parte de los políticos que llevan en
este país 37 años viviendo del cuento y sólo preocupados de medrar cuando no
de robar dinero público.
El caso es que cuando nos hacen recorrer la
larguísima pasarela por el que desfilan corruptos y sospechosos de lo mismo,
no nos insinúan siquiera el caso de periodistas corruptos que se venden.
Periodistas corruptos, no necesariamente por haber hecho alijos de dinero
público para ellos solos ni por recibir subvenciones su medio para apuntalar
la Transición, la Constitución y el statu
quo entero de esta sociedad con el objetivo de que haya reformas que
permitan que todo siga igual. No. Corruptos, porque la corrupción tienen muchas
caras. Por eso, aun sin pruebas, está claro ya que demasiados periodistas se
han acostumbrado a vivir entre la basura destilada por miles y miles de dirigentes
económicos, políticos, judiciales y empresariales que bullen en esta sociedad.
¿Qué harían ellos si este país fuese una balsa de aceite como Dinamarca, por
ejemplo? ¿De qué vivirían y escribirían y a quién perseguirían? Estos
miserables, si no tienen carnaza la inventan. Y lo hacen con frecuencia. Y una
manera de inventarse la realidad es agigantar la menudencia localizada en el
"enemigo" ideológico, por la
falta, por ejemplo, de un papel... Otra, mentir y exagerar bellacamente. Y
otra, en fin, menospreciar al consagrado a la pedagogía, a la investigación y
a la vida intelectual para, sin el más mínimo propósito de ir a la política
"a forrarse", como tantos y tantos hasta ayer, intentar sacar a este
país del marasmo y de la pobreza en que se encuentran millones de personas. ¿Y
con qué motivo? Pues el sentimiento de deber del ciudadano responsable a
desempeñar dentro de la formación política.
Pues es cierto que nadie merece más respeto
que otro pese a que el legislador y sus leyes blindan el respeto de tantos
personajes públicos que en absoluto lo merecen. Y también lo es que el respeto
se merece en cada circunstancia y tras probar en la ocasión que lo merece quien
lo exige. Pero si hay una actividad digna de un respeto a priori, ésa es la enseñanza.
Y los periodistas a que me refiero, como los fascistas de los años treinta en
España, los desprecian y persiguen por motivos confesados en unos casos e
inconfesables en la mayoría. El periodismo es una superestructura. Y la
primera superestructura que requiere una transformación profunda. La
credibilidad de los periodistas en general, antes incluso de limpiar al país de
la corrupción política, empresarial y judicial que lo asfixian y antes que
contribuir a recuperar la credibilidad de la que carecen los políticos, es
quizá el primer y más urgente saneamiento que necesita este país.
DdA, XII/2931
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