Por causas ajenas a mi
voluntad, escuché largos retazos del debate sobre el estado de la
nación. Durante la interminable perorata que largó el presidente sufrí
una desorientación espacio-temporal que me sumergió en una terrible
confusión. ¿De qué país hablaba Rajoy?, ¿En dónde se encuentra esa
tierra que describe, de la que mana leche y miel, en la que hasta los
unicornios tienen tarjeta sanitaria y los únicos recortes son pedazos de
confettis de colores que llueven sobre las alborozadas cabezas de los
ciudadanos?
Una de dos. O
yo habito en una dimensión paralela de este país llamado España o el
presidente le estaba haciendo un homenaje a Woodstock y flotaba en
medio de un viaje piscodélico. Cuando Rajoy se pone jacarandoso, el
gallego fabulador que tiene dentro se viene arriba. Incluso diserta por
encima de sus posibilidades oratorias y le sale un verbo más fluido.
Aunque eso sí, inevitablemente siseante. Entonces me di cuenta de que,
lejos de presenciar un debate parlamentario sesudo y preocupado por una
nación que sangra por múltiples heridas, estaba asistiendo a una
tragicomedia en la que los diálogos, pese a ser disparatados, eran
previsibles.
Por un
lado,el presidente retorcía la realidad social dibujando un país
maravilloso. Un mundo ideal, propiciado por su gobierno, que ha
transformado a España en la locomotora económica del universo
intergaláctico. Un poco forzado, pero así es el artisteo folklórico en
este tipo de saraos. No entienden de mesura y tienen querencia al
esperpento.
Del otro
lado, el líder de la oposición representaba su papel e incluso entablaba
algún conato de bronca para hacer más creíble que el PSOE puede ser la
alternativa. Quítate tú para ponerme yo... porque sino puede ocupar nuestro bicéfalo trono cualquier esgarramantas perro-flautero.- Vino a decir Sánchez más o menos. O eso entendí yo, mareada como estaba a esas alturas.Los
demás grupos parlamentarios, como el coro de las sombras, dieron
versiones diferentes de las oficiales. Cada cual, con la brillantez o
falta de ella que les caracteriza.
En resumen. Una obra
aburrida, surrealista y con unos actores, con escasas excepciones,
bastante mediocres (y eso siendo generosos). Entre los papeles
secundarios hay que destacar el de Celia Villalobos que interpretaba a
la clásica diputada (diputado) a la que se la trae todo al pairo y
alivia estos tediosos ratos jugando al Candy Crush. Un clásico.
El
genial Ibáñez siempre ha sabido retratar en sus tebeos la charanga y
pandereta que gastamos por Carpetovetonia. Ahora lo ha vuelto a hacer
con un número en el que Mortadelo y Filemón deben enfrentarse a un
villano archi-escurridizo apodado "El Tesorero". ¿Adivinan quién puede
esconderse tras ese alias? Hay una viñeta muy significativa en la que
"El Tesorero" les dedica una peineta a los detectives de la TIA. Después
de tragarme el debate de la nación, o al menos lo que mi metabolismo
pudo soportar, entendí que esa peineta va dedicada a todos nosotros.
¿Ficción o realidad? Ocupen sus localidades. El espectáculo (la campaña
electoral) solo acaba de empezar.
DdA, XII/2932
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