Jaime Richart
Quienes dicen rotundamente -y son casi todos los periodistas y políticos que frecuentan los
mentideros- que en Venezuela no hay democracia, que es una dictadura, es
posible que tengan razón; que tengan razón desde luego relativa si, en la comparación, están
pensando en otros países de nuestra misma cuerda. Pero debieran ser menos rotundos y más
cautos, pues España no es precisamente un dechado de virtudes y prácticas democráticas.
De momento no hay convincente
separación de poderes. El judicial está secuestrado por el ejecutivo.
Ya el modo de organizar a instituciones de aquel poder, como el Consejo del Poder
Judicial y el Tribunal Constitucional, es bien sospechoso pues elegir a sus
componentes entre políticos es un insulto a la independencia judicial y por lo tanto una
vergüenza. Como lo sería asignar militantes de una ideología
para la Conferencia Episcopal.
Si en Venezuela -dicen- el
ejecutivo gobierna con mano de hierro, que un opositor político está en la cárcel, y que
hay violencia. Primero habría que comprobar si no está en prisión no sólo por ser opositor sino por haber cometido un delito común. Y luego si la violencia no
está provocada por los que como en España en el año 36 no se resignan a no gobernar
todavía. Y luego, examinar si en España el ejecutivo no gobierna con
menos mano de hierro gracias a su mayoría absoluta, si la encarcelación de ciudadanos y ciudadanos por sentencias básicamente fundadas en pruebas
testimoniales que en Derecho son las más débiles por definición, no fuese una infamia democrática, y si, por manifestarse, por protestar o por dificultar el trámite de un desahucio bochornoso
y para proteger los intereses de la banca o de fondos buitre, sindicalistas o
ciudadanos comunes no han sido encarcelados por varios años. Y no hablemos de
los numerosos privilegios que disfrutan innumerables personajes que presenta
como bien lamentable el escaso carácter democrático del gobierno español. Otra prueba más de la deficiencia
democrática es el nulo caso que el gobierno hace a las directivas del Consejo
Europeo. Luego, ahí están los aforamientos, las enormes desigualdades sociales, el cruel
modo de tratar los desahucios, los abusos flagrantes de la mayoría absoluta y la miserable
manera de interpretar los miembros reales la institución monárquica
como si continuase siendo de origen divino.
Pero es que el práctico posicionamiento de los medios oficialistas a favor de los
dos partidos principales, tampoco deja de ser una muestra del poco
entrenamiento periodístico en materia de objetividad en este país. Eso lo
constatan tanto algunos observadores internaciones, como también lo
afirmamos quienes nos esforzamos por tomar distancia antropológica de nuestra
observación de la realidad política y social.
No se trata, ahora y aquí, de defender al gobierno
venezolano ni cuestionar la alta o baja calidad de la democracia venezolana,
sino de centrar un poco más las cosas más allá del patrioterismo y del orgullo pueril siendo así que las cosas en España
están muy graves para millones de personas. Se trata de poner en evidencia a los
pregoneros de la dudosa excelencia de la democracia española, recortada como tantas otras
cosas y, sobre todo, la escasa credibilidad discursiva de algunos omnipresentes
periodistas por su exageración y su vergonzante tendenciosidad que se
empeñan en imponer en España. Yo que alguno de esos energúmenos no sacaría tanto pecho, ni menos alardearía de democracia en un país donde varios factores recuerdan
a una satrapía encubierta y donde esos
energúmenos defienden a capa y espada la cultura judeocristiana pero para nada tienen en cuenta ese monumental pasaje evangélico que habla de la
paja en el ojo ajeno y de la viga en el propio.
DdA, XII/2916
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