Ana Cuevas
Después de escuchar la entrevista a la ex-directora del laboratorio que comercializa el Sovaldi,
entendí aquello de que el diablo viste de Prada. Con un aspecto pulcro y
estudiado, Mercedes García, intentó justificar el escandaloso precio
del medicamento para España. Lástima que sus argumentos, además de
inconsistentes y frívolos, ofendieron gravemente a los enfermos de
hepatitis C (y a cualquier ser humano o animal medio empático que se
precie). Pero hablaba con la lógica despiadada que rige en su hábitat
neoliberal. Un mundillo en el que la sociopatía se convierte en un
valioso incentivo que ayuda mucho a medrar.
Los
enfermos y sus familiares andan muy revueltos con sus declaraciones. Y
aún más tras conocerse las multimilmillonarias ganancias de la
farmacéutica Gilead a costa de lo que doña Mercedes García define como
una justa redistribución de la riqueza. Solo le faltó prenderse del
pecho la chapa de Podemos y reconocer que es nieta de Ceaucescu. Según
su teoría, el laboratorio asume riesgos y es lícito que recupere pingües
beneficios distribuyendo el producto a precios muy distintos, siempre
según su criterio de "justicia social". Por eso, dice, es más barato en
la India. Si no... ¿con qué se tratarían?- palabras textuales- ¿con
agüita bendita?.
Omite la
desmemoriada ejecutiva detalles insignificantes como que, en realidad,
Gilead no asumió ningún riesgo puesto que compró la patente de un
fármaco cuyo proceso de producción no supera los 85 euros. El mismo que
luego redistribuyen a 71.000 euros en EEUU o a 43.500 en España. Y sí,
es verdad que en países como India el mismo medicamento cuesta alrededor
de 600 euros. Lo que ya les deja un amplio margen de ganancias sin
apelar a su presunta filantropía. Pero es que además el gobierno de
India ha plantado cara a la multinacional impidiendo que patentaran el Sovaldi en su país y abriendo la puerta a que empresas de genéricos puedan producir libremente el fármaco.
Algo
que nuestro gobierno no ha tenido redaños para hacer. Y por este
motivo, cada día mueren doce personas que esperaban que no se pusiera
precio a su vida. Personas que confiaban en que los padres y madres de
la patria no permitirían que la codicia de una empresa carroñera les
condenara a a morir.
Mientras
Mercedes García contaba su milonga del "reparto solidario", hubiera
sido conveniente mencionarle las relaciones que los laboratorios Gilead
tienen con el poder político y económico.
O
que entre sus accionistas se encuentran los grupos de inversión más
importantes del mundo. Sin olvidar que ellos solo se dedican a comprar
patentes, no a investigación, lo que reduce considerablemente los
gastos y multiplica los beneficios.
Oyendo
hablar a la ex-directiva me asaltó un inquietante pensamiento. ¿Cómo
deben sentirse los enfermos, sus familiares, sabiendo que la cura de sus
males dependen de seres tan desalmados? Pongamos un ejemplo: Si doña
Mercedes caminara conmigo por el bosque y una víbora clavara casualmente
los colmillos en su patorrilla y yo, y solo yo, tuviera el antídoto...
¿no sería negárselo un acto criminal? Pues eso es exactamente lo que
están haciendo Gilead y este gobierno con los enfermos de hepatitis C.
Un acto criminal. Y como tal debería judicializarse.
El
diablo viste de Prada, pero por los manolos le asoma la satánica
pezuña. Ya lo decía mi abuela: aunque la mona se vista de seda, neocon
se queda. El agüita bendita, para tí, bonita. A ver si hay suerte,
funciona el exorcismo y te das el piro al averno al que perteneces.
DdA, XII/2916
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