Ana Cuevas
El
presidente Rajoy ha ido a visitar a su homólogo griego. Samaras está
jroña que jroña con la perfilada victoria de Syriza y ha pedido ayuda a
Marianico. Éste, con la proverbial verborrea que le caracteriza, ha
soltado una máxima que podría ser un resumen de su biografía política y
la de su partido. En sus declaraciones, Rajoy ha advertido por dos veces
contra "los riesgos de hacer promesas que no se podrán cumplir".
Evidentemente iba por Syriza y, de tacada, para los perro-flautas de
Podemos. El ojo de mentir del presidente casi se sale de su órbita.
¿Habla desde la experiencia de quienes prometieron tres millones y medio
de puestos de trabajo ? ¿O desde la de los que porfiaron que la
sanidad, la educación y la dependencia eran intocables?
Tiene
razón el presidente, aunque no lo sabe. Es peligroso hacer promesas que
no puedes cumplir. Pero mucho más, hacer promesas que no piensas
cumplir. Eso es una estafa, un engaño deliberado que el pueblo no olvida
fácilmente. Mentir para conseguir el poder, para mantenerlo y para
descalificar a sus rivales. Esa ha sido la estrategia popular y sigue
siendo el único hilo conductor de su argumentario político, la mentira. Y
el miedo.
Syriza y
Podemos intentan otro tipo de política hecha por y para la gente. Habrá
metas que se alcanzarán y otras que se quedarán por el camino, de
momento. Pero la voluntad de estas formaciones es darle un instrumento
para defenderse de las agresiones que sufren sus derechos fundamentales
en este marco neoliberal que nos engulle. Podemos
es un proyecto colectivo que se está gestando por el compromiso de
miles de mujeres y hombres libres que sueñan un futuro sin temores ni
mentiras. Nadie dijo que fuera a ser sencillo. Representar al pueblo
significa, demasiado a menudo, ir en contra de los intereses de los más
poderosos. Osea que es lógico esperar todo tipo de amenazas, trampas y
emboscadas.
Puede que
algunas propuestas de Syriza o Podemos parezcan utópicas. ¿Han pensado
qué sería de este mundo sin las utopías y los soñadores? Gracias a
quienes, contra todo pronóstico, estiraron de la cuerda hacia la utopía,
se consiguieron derechos y libertades de los que hoy todavía
disfrutamos. La utopía es un campo fértil para construir el destino de
los pueblos. Está abonado de esperanza y buenas intenciones. En esa
tierra no agarran fácilmente las mentiras ni las amenazas.
Rajoy
tiene cuajo, hay que reconocerlo. Hace falta valor para ser él quien
hable de promesas incumplidas y de consecuencias. Pronto comprobará en
sus propias carnes de registrador si funciona esta receta. Yo lo espero
alborozada. Pero mientras, habrá que trabajar duramente para demostrar
que la utopía, no es solo posible, es imprescindible para que el mundo
sea un lugar a medida de los seres humanos. Un nuevo mundo que ya anida
en nuestros corazones. Y que ahora tenemos la oportunidad de comenzar a
materializar. No existe mayor fracaso que no haberlo intentado. ¡Todos
juntos, con un par!
DdA, XII/2899
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