jueves, 15 de enero de 2015

DEL HOTEL MALET EN GIJÓN Y LOS TRENES BOTIJO

 Lazarillo

Desde hace unos días, mi estimado colega y amigo Manuel de Cimadevilla -a quien no hace mucho visité en su restaurante ovetense La Venera-, ha decidido utilizar el retrovisor histórico para sacar a la luz pública imágenes y recuerdos del viejo Gijón, una memoria ciudadana que siempre encandila a quienes crecimos en aquella querida villa del norte, familiarizados acaso con la sección del mismo nombre que no sé si se sigue publicando en el diario El Comercio. En su última entrega, Gijón en retrovisor habla del hotel Malet, al que se le conocía por el hotel de los toreros y desde uno de cuyos balcones el tenor Miguel Fleta echó al aire una jota aragonesa, según podía recordar la abuela de este Lazarillo. Es de esperar que estas páginas en plasma aparezcan alguna vez en papel, pues el empeño es loable y merece sin duda un lugar en las bibliotecas de Asturias:

"Su primera ubicación estuvo, a partir de 1904, en la plaza del Marqués con vistas hacia al puerto y el arquitecto fue el genial Manuel del Busto.
Gracias a la pujanza económica con los capitales traídos por los indianos que gozaban algunos –no todos, ya que muchos tuvieron que emigrar a ultramar: unos venían y otros se iban para tratar de emular a los triunfadores-, aquella pudiente clase turística que se desplazaba hasta Gijón echaba de menos unas instalaciones hoteleras acorde con las que ya ofrecían otras ciudades del norte de España, como Santander y San Sebastián.
El vacío fue cubierto en 1904 con la inauguración en la plaza del Marqués esquina a la calle Trinidad del lujoso "Hotel Malet" –con apreciadas vistas hacia el puerto local- que fue obra del genial arquitecto Manuel del Busto, en donde no solamente los turistas disfrutaban de sus instalaciones, sino que también eran utilizadas por los mineros que llenaban ostentosamente de champagne francés las bañeras en días de lujo y rosas como demostración de su poderío económico. El que puede paga, sea quien sea, solían argumentar ante el desconcertado conserje de aquel gran hotel que muy pronto se haría famoso en toda España.
No en vano pasaron por sus habitaciones –desde entonces hasta su mudanza desde la plaza del Marqués al número 29 de la calle Corrida, hasta el año 1934 en el que cerró al intuir lo que se venía encima- la hermana del rey Alfonso XIII, Isabel de Borbón conocida popularmente como “La Chata”; así como músicos de la importancia a Guerrero, Serrano, Moreno Torroba, Sorozábal, Vives, Lledó; el barítono Miguel Fleta cantó desde uno de sus balcones una jota aragonesa en gratitud por su éxito ante el estupefacto gentío que se agolpó en la calle Corrida; escritores como Palacio Valdés, Pereda, Ortega y Gasset, Bergamín, Vital Aza o toreros como Belmonte, Joselito, Chicuelo, El Gallo, Armillita…
Ser el hotel de los toreros daba nuevas dimensiones en la atracción de la clientela. El gerente fue Emilio Borrell que fue fichado en el prestigioso restaurante matritense “Lhardy”, cuyos fundadores fueron asturianos y su somobar con su excelente caldo de cocido ha sobrevivido al paso de los siglos. Quien heredó la tradición como hotel de toreros fue el Hernán Cortes, hasta que su nuevo propietario, el emprendedor aranés Javier Vidal se hartó de que los peones de los maestros le mancharan la moqueta con sangre al limpiar los capotes y no aceptó más reservas de cuadrillas. No compensaba.

La expansión hotelera iba de forma arrolladora. De cinco hoteles existentes en 1919 se pasó a trece en 1929. Había una gran demanda de plazas hoteleras por aquello que nada hay mejor que un veraneo en el Norte sin achicharrarse con el calor y la Compañía de Ferrocarriles del Norte -sensible a la moda de veranear a las orillas del mar Cantábrico- ofrecía durante la temporada estival los famosos trenes “botijo” desde Madrid hasta Gijón. Más de doce horas se tardaba en llegar en el llamado tren rápido y había cuatro frecuencias diarias en ambos sentidos.
Quien no se conforma es por que no quiere y los que no tenían dinero para gastarlo en el "Hotel Malet", en la playa de San Lorenzo, tras los fuegos artificiales que ya había durante las fiestas de verano, el personal proseguía los bailes hasta la alborada animada con bandas de música y organillos. Siempre había ganas para dar marcha al cuerpo.


DdA, XII/2898

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