Ana Cuevas
Seguro que no soy la única que estos días tiene la
sensación de ser un extra en una superproducción internacional. Una
perfecta simbiosis entre el género de terror, el de ciencia ficción y el
surrealismo más gore, telúrico y disparatado. Lo del fanatismo religioso no es
para tomarlo a broma. Nos ha costado muchos muertos, mucha represión y
oscuridad a lo largo de la historia.
Es obvio por los hechos que el sentido del humor no es
el punto fuerte de los integristas. Ni la Yihad ni las cruzadas fueron ideadas
por mentes jocosas y de delicada ironía. Pero a menudo, involuntariamente
siempre, alguno de sus oráculos suelta una sentencia que consigue que se te
parta la caja.
Es lo que me ha pasado leyendo una noticia sobre un
jeque saudí religioso que ha condenado a los muñecos de nieve por lascivos y
lujuriosos. ¡Mátame camión! En su interpretación libre y agilipollada del
Corán, representar una figura humana con nieve puede conducir a tener deseos
eróticos. ¡Uy, uy! Desconozco los intringulis de la vida sexual de este
señor pero me temo que debe ser algo rarita. Personalmente, los muñecos de
nieve me dejan un poco fría. Aunque el jeque se debe poner burraco mirando la
zanahoria rampante y las generosas curvas blancas porque, si no, no se entiende
su preocupación. ¿Acaso ha habido una epidemia de violaciones a muñecos de
nieve estas navidades?
Este tipo de declaraciones delirantes no son
patrimonio de una religión específica. Si tiramos de hemeroteca encontramos
algunas "obispadas" que no desmerecen. La religión católica tampoco
se distingue por su transigencia en el terreno del humor. Que se lo pregunten a
Krahe, denunciado por extremistas católicos por haber cocinado un cristo para
dos personas. Muchos de los que (tras los trágicos sucesos del Charlie Hebdo) se
rasgan hoy las vestiduras en defensa de la libertad de expresión, exigían que
Javier Krahe fuera condenado por blasfemia.
Los fanáticos no tienen gracia aunque den risa.
Siempre hay algún inadaptado que recibe sus delirios como una mandado divino.
¿Quién sabe? Este descerebrado jeque podía estar activando una nueva versión de
la yihad. Una guerra santa contra todo tipo de objetos o representaciones que
una mente pervertida y enferma puede encontrar lujuriosas. Plátanos, rotondas,
el Pirulí...
Y lo dejo aquí. Porque una exuberante calabaza se me
ha insinuado al pasar por la cocina y me han venido muy malos pensamientos.
Quizás me debería confesar. Pero combatiré al demonio a mi manera. Haciéndome
con ella una fritada morrocotuda. Por "guarrona" y lasciva.
DdA, XII/2896
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