Se
estima que entre 1940 y 1990, 300.000 criaturas fueron robadas a sus
madres sin que en la mayoría de los casos se sepa la suerte que han
corrido. Solo hasta los años 50, se habla ya de más de 20.000 bebés
sustraídos de sus familias por el régimen franquista con el auspicio
moral y la plena participación de la iglesia Católica. Era simplemente
una cuestión de "limpieza". Había que erradicar el "gen rojo" que, según
el Menguele particular de Franco (Vallejo-Najera, el entrañable
abuelito de Colate), era responsable de las ideas izquierdistas del
bando republicano. El método más eficaz era quitarles los hijos a las
presas republicanas o apropiarse de la tutela de niños que sus padres
habían enviado al extranjero durante la guerra. Luego eran entregados en
adopciones ilegales a familias nacionalcatólicas que nunca les
revelarían su origen ni auténtica identidad.
Si
este expolio humano ya resulta escandaloso desde el enfoque ideológico,
cuánto no más repugnante desde su aspecto mercantil. Porque el robo de
criaturas continuó hasta hace pocos años y existen pruebas y
testimonios de que se trataba de un mero negocio de venta de niños
robados. Eso sí, perpetrado por gente revestida de gran autoridad moral y
eclesiástica. Como la monja María. Esa religiosa que amenazaba a las
madres solteras o directamente les decía que su bebé nació muerto para
entregarlo, previa una generosa transacción, a una familia adoptiva que,
en muchos casos, también era víctimas del engaño.
Al
final todo se reduce a dinero. A personas sin escrúpulos pero con
influencias en un entramado institucional que propició que se dieran
hechos como estos. Un entramado que llega hasta hoy en día y que
dificulta las investigaciones que reclaman las familias de los niños.
¿Acaso existe temor a que apellidos de políticos y otros personajes
conocidos se vean enronados por este feo asunto? Para que algo así
suceda en un país durante décadas, con total impunidad, fueron muchos y
muchas quienes tuvieron que mirar para otro lado como poco.
Sor
María quizás haya podido ver manifestarse, desde la parcela en el cielo
que compran a módicos plazos los canallas, a las madres de alguno de
esos bebés que ella decidió robarles con cristianos argumentos. Hicieron
un muro con los regalos que no pudieron darles a sus hijos en todos
estos años. Un muro de juguetes, de esperanza. Frente a otro de
incomprensión y dolor. El muro institucional con el que se topan las
investigaciones, la lentitud en responder a los autos de detención
dictados por tribunales argentinos (otra vez Argentina ayudándonos a
recuperar nuestra memoria), el de la pasividad del gobierno para
esclarecer uno de los episodios más terribles de nuestra historia
reciente.
Un país no
avanza con tanta llaga abierta supurando. Mientras no recuperemos la
memoria, y se haga justicia, nos estaremos dando contra un muro. Un muro
de asco y de vergüenza.
DdA, XII/2889
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