Lo que voy a decir es preciso
examinar en perspectiva; con una de esas dos perspectivas que ha de elegir el
antropólogo para estudiar una cultura que no es la suya... En efecto, el antropólogo tienen dos formas de ver las cosas. Una es
la que logra proyectando su mirada desde el interior del sistema, es decir,
adoptando temporalmente los valores y las apreciaciones de los estudiados, a la
cual denominamos emic. La otra perspectiva, llamada etic, es la que logra mirando
al sistema desde fuera, es decir, como si el antropólogo estuviera fuera de la
sociedad que estudia. La mirada emic es el resultado de la progresión científica de la antropología y es el resultado de una
distinción fina y precisa que resulta inseparable de la ciencia antropológica. Pero en el caso que me ocupa es
la etic, como si fuéramos individuos de cualquier otra cultura distinta de la
occidental capitalista que estudia ésta... O mejor, como si fuésemos habitante
de otro planeta de vida superior que ha venido a estudiar la nuestra.
Esta cultura occidental que
tanto se pavonea de una inteligencia superior a las demás, no concibe la vida sin mercadear
constantemente. La economía y la vida giran en torno al mercado. Y en países como España cobra una importancia aún más inusitada. Parece que no
hubiera otra cosa qué hacer ni a qué dedicarse para convivir, ni otra solución para facilitar bienestar a las personas, que
comprar y vender masivamente artefactos y servicios. Pues sólo en comprar y vender sin solución de continuidad, sólo en el
Mercado -dicen economistas y políticos aunque no saben cómo- está la solución. En caso contrario el país se viene abajo. Como si no estuviera ya gran parte de la población en el abismo o al borde
del abismo.
Pues bien, esa incapacidad para
comprar y vender productos al fin superfluos, es a un tiempo causa y efecto de la crisis económica y por
extensión social; crisis que, aparte maquinaciones financieras, sobreviene cuando la compra y
la venta (el consumo) cesan bruscamente porque esa misma masa de población acostumbrada durante dos décadas a excitarse consumiendo,
carece repentinamente de trabajo y de dinero. Así, cuando la población en su conjunto no mercadea (y
no mercadea compulsivamente), es decir, no adquiere a mansalva lo
superfluo, tiene lugar otro grave efecto; cual es que millones de personas
carecen de lo indispensable y sobreviven sólo por la caridad y por la filantropía, no por la tutela y la
inteligencia de los gobernantes en una sociedad fundamentalmente urbana en la
que sólo en el empleo, en el tráfico mercantil y en la filantropía cabe
esperar la subsistencia. Como en el medievo.
¿Habrá mayor despropósito que habiéndose conseguido ya una producción de bienes básicos (alimentos, vivienda,
abrigo y energía) para toda la humanidad, las sociedades que integran estas culturas y
quienes están a su frente sean incapaces de proporcionar a todos bienestar
duradero y felicidad de otra manera que no sea mediando "el
mercado"? Después de una historia antropológica de acciones y reacciones básicamente primarias, a la altura
de los tiempos que corremos la mutilación del sentido de cooperación y la falta de imaginación para
organizar a la sociedad de otra manera, es una depravación de la inteligencia de quienes
encarnan el poder. No saber armonizar progreso material y progreso moral de manera que
el primero sea sólo posible a costa del segundo, es una aberración imperdonable e impredecible
hace apenas unos años. Pues no basta que vivan con desahogo y bienestar sólo mayorías. Con que un solo ciudadano sea desgraciado por
insuficiencia del Estado, porque el Estado no es capaz de darle amparo, ese
Estado es un Estado fracasado. El español, por ejemplo...
En todo caso, habiendo
suficientes brazos y cerebros para todo y para todos, que no nos sea posible
todavía dedicarnos expansivamente al estudio, a las artes y a los oficios,
al ejercicio y al deporte, a criar y educar a los hijos con sosiego, a la
contemplación de la naturaleza y al disfrute de sus generosas ofrendas, y que el
ocio creativo no sea un logro de la sociedad, resulta desolador y nos hace
abominar del cerebro de quienes
desfilan a lo largo del tiempo sujetando las riendas del poder; inteligencia
cuyos resultados finales son ordinariamente consecuencia de la propuesta y
de la aprobación de los menos despejados. Y es que es
proverbial en este país confundir genio con talento, inteligencia con listeza. Lo más probable es que todo sea
debido a esa estupidez humana de la que dijo Einstein es infinita como el
universo aunque de la infinitud del universo no estaba seguro.
DdA, XI/2890
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