Félix Población
Celebro que el medio
donde escribo habitualmente (Asturias 24) haya dedicado a Juan Garay un breve pero enjundioso
y cariñoso obituario, al mismo tiempo que deploro por incompetencia y falta de
sensibilidad cívica y profesional que los dos periódicos convencionales de
difusión regional hayan olvidado o eludido el compromiso noticioso de despedir
a quien de modo tan activo y desinteresado dedicó su vida a incentivar la
actividad cultural en Gijón desde la asociación Gesto.
No escribo estas
líneas para denunciar esa carencia de responsabilidad periodística, asociada
quizá al talante libertario de Juan y a su entendimiento de la cultura desde los márgenes, porque quien se nos fue casi con las
primeras luces de este recién nacido año se merece palabras mucho más dignas de
su memoria. Escribo estas líneas, conmovido todavía por mi último adiós al
amigo de la adolescencia, porque, aparte de sorprenderme y dolerme su muerte, y
lamentar no haberlo visto en los últimos años, guardo de Garay la imagen de un
tipo bueno y lleno de risa, enamorado de la imagen desde que descubrió de muy
joven el punto de mira de una cámara fotográfica.
Las escribo también
porque una mañana del año 77, después de algunos años sin vernos, nos
reencontramos en la plaza de toros de San Sebastián de los Reyes, donde la CNT
daba el primer mitin del nuevo periodo que se abría en España, con el admirado profesor gijonés
José Luis García Rúa -hoy todavía lúcido nonagenario- en la tribuna de los intervinientes. Yo había acudido al
acto para contarlo en la revista donde trabajaba y él empuñaba una bandera
rojinegra que hacía flamear de modo entusiasta con toda la luz de aquella
fecha, abierta por fin al grito de las palabras proscritas.
Habíamos dejado atrás
la adolescencia gijonesa, durante la cual iniciamos la trayectoria que luego él
siguió hasta el final como activista de la cultura ciudadana, pero cuando me
dijo que le había puesto a su hija el nombre de Libertad y me contó las
dificultades que habían tenido para ello, pensé que su júbilo al participármelo
-con aquella risa jovial y explosiva de adolescente-, iban a acompañarle toda
la vida como rasgo de identidad inconfundible. Creo que fue así. Lo que lamento es no haber abrazado esa risa viva, tan viva, antes
de su partida para siempre. Estoy seguro, no obstante, de que esa risa ha de quedar entre quienes le quisieron, que fueron muchos.
DdA, XII/2889
1 comentario:
Un ABRAZO, fÉLIX POBLACIÓN, DESDE EL CORAZÓN DEL MAR.
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