Rafael Jiménez Claudín
España amanece hoy con un tema de conversación dominante en los hogares,
en los lugares de trabajo, en las conversaciones de café: el triunfo
incuestionable de la coalición de izquierda Syriza en Grecia, porque
supone un soplo de aire que limpia la atmósfera política dominante en la
Europa de clientelismo, corrupción, colusión de intereses gestionados
por tecnócratas bajo siglas de izquierda o derecha, pero al servicio de
poderes económicos, y por políticos de salón con pedigrí conservador o
socialdemócrata con las manos encallecidas de aplaudir a sus líderes en
el Parlamento, en los ayuntamientos y diputaciones o en los mítines y
convenciones de partido.
En España se identifica a Syriza con Podemos y las descalificaciones
que empezaron en las elecciones europeas han subido de tono desde que se
convocaron las elecciones generales en Grecia, ante el peligro, ahora
confirmado, de que alcanzado el Gobierno pueda demostrarse que otra
política económica y social es posible, esa constatación se extienda por
el resto de países inmersos en las políticas de austeridad y acabe
contaminado incluso a los partidos socialistas todavía con parcelas de
poder, minando el tinglado económico que se ha ido configurando desde el
norte de Europa, especialmente desde que los socialdemócratas perdieron
el poder en Alemania.
Dirigentes populares y socialistas españoles y griegos han rivalizado
en los últimos treinta días en lanzar ocurrencias contra el “podemos”
que se materializaba en el horizonte político, ignorando la poca mella
que pueden hacer sobre las familias que tienen a todos sus miembros en
el paro sin ninguna prestación, a las familias desahuciadas porque han
vendido su vivienda de protección oficial a un fondo buitre, a las
familias que han perdido el suministro de agua, luz o gas por falta de
pago, a las familias que se han situado en el umbral de la pobreza
porque les han recortado los salarios mileuristas que tenían, a las
familias de las doce personas que mueren al día porque no pueden pagar
el medicamento contra la hepatitis C, a las familias que han perdido las
becas que permitían la continuidad de sus hijos en las aulas, a las
familias que ha visto emigrar a los hijos en busca de trabajo, a las
familias que les han recortado o no les llegan las ayudas a la
dependencia…
Y todo ello mientras una partida de golfos con carné de partido y
amigos empresarios se dedicaba a acumular dinero sacado de los
presupuestos de las administraciones públicas, y un grupo selecto se
enriquecía desvalijando las cajas de ahorro, tropelías que de momento
pagamos entre todos a través de un rescate con fondos públicos, mientras
asistimos al espectáculo de ver cómo piden que anulen las pruebas en su
contra porque para conseguirlas han violados su intimidad.
Recuerdo una máxima aprendida cuando estudiaba gestión del conflicto y
negociación: nunca se debe colocar a una de las partes en una situación
en la que no tenga nada que perder, porque la escala de valores se
trastoca, y en España, como en Grecia, a millones de personas solo les
queda la dignidad, y una última oportunidad, votar a Syriza, o a
Podemos, porque tienen poco que perder y algo que ganar, dejar de ser
tratados como elementos de una encuesta y recuperar la dignidad como
personas.
Reconozco que esta mañana me he despertado tatareando el “Bella ciao”
que se escuchaba anoche en la carpa de Syriza en Atenas, y viendo de
nuevo las imágenes, he llorado junto a esos jóvenes y personas mayores
que han visto como su espíritu de resistencia, su inconformismo con una
situación injusta gestionada por la troika y sus hombres de negro,
les permite ahora llevar al Parlamento un primer paquete de medidas de
emergencia social para poder comer, recibir atención médica y no ser
desahuciados, mientras Alexis
Tsipras y sus ministros se plantan en el Consejo Europeo para
renegociar las condiciones del “rescate”. Ya le he pedido a los
servicios de prensa de Syriza una copia del video del primer encuentro
con Ángela Merkel.
DdA, XII/2906
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