Paso
 la mañana en un portal de la céntrica calle Alfonso I de Zaragoza por 
lo que resulto ser un “escrachador” y por consiguiente un “terrorista
Antonio Aramayona
Nunca hubiera pensado llegar a tan abyectas capas de cívica 
inmoralidad, pero la ley es la ley: legalmente, soy un terrorista. Nos 
habían acostumbrado a que terroristas fueran solo los miembros de ETA o los GRAPO,
 y los que vuelan torres, trenes y mercados en nombre de su dios único y
 verdadero y su profeta. Sin embargo, la legalidad me abre los ojos y 
entonces puedo contemplar con clarividencia que también yo soy 
terrorista.
En efecto, entre las enmiendas presentadas por el grupo parlamentario del Partido Popular
 en su reforma del Código Penal se incluye un elenco de nuevas prácticas
 terroristas: por ejemplo, los piquetes en una huelga, los alborotadores
 en un acto público y sesudo de la autoridad competente y… los 
escraches. Pues bien, resulta que todas las mañanas del año, desde el 3 
de junio de 2013, me someto a una mutación poco común y me convierto en 
“perroflauta” (paso la mañana en un portal de la céntrica calle Alfonso I
 de Zaragoza) “motorizado” (desde hace ocho años voy en silla de ruedas 
con motor). Ese portal corresponde a la vivienda de la Consejera de 
Educación, Universidad, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón, y allí
 me planto desde hace veinte meses portando un cartel que informa de que
 allí vive la mencionada señora y de que allí estoy reivindicando la 
escuela pública y laica y denunciando los recortes en el ámbito 
educativo perpetrados por Mariano Rajoy y Luisa Fernanda Rudi, 
Presidentes del Gobierno español y aragonés, respectivamente. Suelen 
llamar a tal situación “escrache”, por lo que resulto ser un 
“escrachador” y por consiguiente un “terrorista”.
Mi terrorismo tiene aristas que me significan incluso como terrorista
 empedernido, pues no pienso moverme de allí mientras me resten vida y 
fuerzas, y de allí no me han movido hasta el momento cuatro sanciones 
administrativas (la última, aún pendiente y en recurso de alzada, de 600
 euros de vellón), múltiples visitas de la policía y un juicio por lo 
penal del que he salido indemne e inocente según el Juzgado de 
Instrucción número 7 de Zaragoza y, tras recurso del Fiscal, también 
según el Tribunal Superior de Justicia de Aragón.
Siempre creí que terrorismo es principalmente cargarse impunemente a 
un millón de personas sobre la base de mentiras y de intereses bastardos
 de las multinacionales petrolíferas, o dejar en la calle a una familia 
sin recursos económicos y con tres hijos pequeños porque el banco de 
turno o el fondo buitre de inversión así lo dictaminan (eso sí, 
acogiéndose a la misma legalidad que me declara terrorista); o que un 
ayuntamiento ponga marquesinas “antimendigos” en las paradas de bus para
 que no puedan tumbarse y dormir allí; o que un país tenga dinero para 
aviones y blindados, pero no para medicinas necesarias para los enfermos
 de Hepatitis C; o que centenares de políticos corruptos estén tan 
ricamente en la calle tras pagar la fianza que se les haya puesto por 
delante; o que se cite a enfermos de alto riesgo para el año 2017 “por 
error”; o que gobierne en un país un Partido infestado de dinero negro, 
corrupciones y corruptelas; o que haya más de cinco millones de personas
 en paro; o que mueren diariamente de hambre 35.000 niños en el mundo; o
 que… o que…
Padecemos a un ministro del Interior que, tras dedicar medallas a sus
 Vírgenes u orar fervientemente en la basílica del Valle de los Caídos, 
confunde “paz social” con ausencia de protesta social. Padecemos a la 
vez a una ciudadanía a la que mayoritariamente le importa un higo todo 
esto o al menos disimula todo lo posible y mira hacia otro lado, no sea 
que le quiten la pensión de la abuela o el televisor de 3D. Y así nos 
va…
Dice la enmienda 874 del Código Penal que cualquier delito que 
persiga “alterar gravemente el funcionamiento de las estructuras básicas
 políticas” también será considerado terrorismo. Y no digo a dónde mando
 en estos momentos esas estructuras básicas políticas por no aumentar 
más mi grado de inserción en el terrorismo.
Por otro lado, he asistido a muchas manifestaciones y 
concentraciones, he redactado y apoyado muchos escritos en defensa de la
 escuela pública y contra los desmanes cometidos regularmente por 
distintos gobernantes. Durante una temporada ocupé también Bancos, 
Cajas, Delegaciones de Hacienda, pero observé que nada de eso hace daño 
al poder instituido (daño, nunca violento, solo en el sentido de 
efectividad y contundencia). Por eso, resolví permanecer cada mañana, de
 lunes a viernes, en el portal de la vivienda de una Consejera de 
Educación de este país. Y mantengo la esperanza de que un día prenda la 
mecha y haya muchos “portales” en muchas ciudades defendiendo los 
derechos y las libertades de la ciudadanía y denunciando la demolición 
sistemática de los mismos. En cualquier caso y ocurra lo que ocurra, 
siempre nos restarán la huelga general indefinida y la desobediencia 
civil, polícroma, noviolenta y ajustada a cada circunstancia.
DdA, XII/2907 
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