Jaime Poncela
La resurrección de los muertos, como casi todo, está privatizada. Ha
quedado en manos de las empresas de telefonía móvil y de los despachos
de abogados. Mi hermana murió hace más de año y medio, pero France
Telecom sigue empeñada en dar por revivida y enviar a su casa, la casa
de mi madre anciana y desencajada al abrir esta macabra misiva, una
carta en términos cada vez más amenazantes para que la difunta pague una
deuda pendiente de 54 euros. Un despacho de abogados de nombre muy
largo amenaza de forma expeditiva con obligar a la muerta a pagar costas
judiciales, multas y recargos, amén de pasar a formar parte de listas
de morosos. Habla con ella o de ella con la misma soltura y rigor que si
estuviese viva y recibiera esas cartas llenas de prosa administrativa y
amedrentadora.
Mi hermana ha muerto, pero desde France Telecom no se dan por
enterados a pesar de que uno imagina que esas informaciones sobre el
estado vital de cualquier difunto son de dominio público y sabe que tan
amables representantes de la ley ya han sido advertidos en ocasiones
anteriores de que el ser a quien se envía la reclamación ya no existe. A
ellos les da igual. Los muertos no lo son del todo hasta que han dejado
saldadas sus deudas con los vivos. Nuestra única herencia a la
posteridad son los impagados y el ansia con que los buscadores de
carroña siguen hurgando en nuestros restos mortales. La vida te lo ha
quitado todo, pero tu compañía telefónica es incapaz de perdonarte 54
euros, de aprobar una quita post mortem de tus deudas. El presunto Dios
que todo lo perdona habrá hecho borrón con lo tuyo, hermana, pero France
Telecom es más que Dios. No perdona nunca nuestras deudas.
Así que en medio de este puente absurdo, desangelado y frío, de este
puente que sirve a la golfa y repetida Navidad para empezar a enseñar
sus muslos flácidos de espumillón y sus tetas de mazapán revenido, llega
al buzón la carta gélida e impersonal dirigida a un ser que ya no
existe y cuya muerte cambió para siempre nuestras vidas. Quedamos aquí
cargando con el peso de su memoria dramática, con las circunstancias de
su desaparición, con los alfileres que cada recuerdo clava en nuestra
cabeza tantas veces torturada por su muerte. Vivimos cada día como
podemos y hasta llegamos a creer que el duelo va pasando sus plazos
obligados para permitirnos algún alivio parcial. Pero no es así. La
carta de la multinacional telefónica es un mensaje que llega desde la
versión administrativa y digital del purgatorio al que van las almas de
aquellos que murieron sin pagar su último recibo del teléfono que sonó
por última vez cuando ellos ya estaban fuera de cobertura para siempre. A
día de hoy la muerte ya no garantiza el descanso eterno.
Artículos de Saldo DdA, XI/2864
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