Ana Cuevas
Cuando
Mario Conde entró en la cárcel, los presos acogieron fraternalmente al
ladrón de guante blanco y le manifestaron constantes muestras de
admiración y respeto por sus "hazañas" financieras. El remilgado
banquero fue aceptado como uno de los suyos e inmediatamente contó con
una serie de facilitadores espontáneos que convirtieron a Conde en uno
de los kies del presidio. Lo mismo sucedió con otros ilustres chorizos
que fueron a dar con sus huesos a la trena.
Desde los tiempos de El Pícaro,
podemos constatar una cierta fascinación colectiva por determinados
personajes que practican el poco honorable hábito del latrocinio. Es
parte de nuestra infausta herencia cultural. O más bien de lo contrario.
De la falta de cultura e información imprescindible para descubrir que
los admirados cacos, en realidad, están saqueando nuestras casas.
Pero
un pueblo puede aprender de sus errores. Mucho más cuando esa
permisividad ha generado que manadas de hienas buscaran en la política
satisfacer la insaciable hambruna de su codicia. El sueño de la razón
genera monstruos. Y el de la educación en valores elevados, como la
honradez, banqueros, políticos y empresarios que exanguinarían en un
plis plas al pobre conde Drácula.
También
existen los monstruitos de ir por casa. Esos mindundis, como usted y
yo, que se jactan de lo que ellos harían con una tarjeta negra si por
azar cayera en su regazo. Reconocer que la corrupción es un mal
trasversal y endémico que afecta a todos los estratos sociales es un
paso hacia la redención. ¡Amén hermanos! Porque hay síntomas de que
estamos empezando a iluminarnos. Son cosas aisladas , pero seguro que
algún día forman parte de un estudio sociológico. Como el recibimiento
que los últimos corruptos enchironados están teniendo en Soto del Real
por parte de la comunidad carcelaria. Chorizos, ladrones y sinvergüenzas
ha sido lo más suave que los presos han dedicado a los nuevos
residentes de la trama "Punica". Hasta en la cárcel existe un código
ético que discierne entre clases de delincuentes. Y parece que se está
adaptando a los nuevos tiempos.
Granados, Díaz Ferrán o Barcenas
hicieron algo mucho peor que atracar un banco. Abusaron de sus cargos de
confianza para enriquecerse mientras crecía el número de personas que
caían en la exclusión. La marginación que éstos, y muchos otros
parecidos, han sembrado con sus actos delictivos puede ser el origen de
que algunos ciudadanos llegaran a transgredir la ley por motivos de
supervivencia. Ahora podrán compartir patio de recreo.
¡En fin! Como
diría mi idolatrado Flipas (poeta-visionario de la Polla Records):
Delincuencia, delincuencia es la vuestra.
¡Asquerosos!, delincuencia es la vuestra,
vosotros hacéis la ley.
Explotadores profesionales,
delincuencia es todo aquello
que os puede quitar el chollo,
que os puede quitar el chollo.
DdA, XI/2833
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