Jaime Richart
Una cosa es que el monarca
cometa desafueros, indignidades y felonías, luego pida públicamente
perdón por ello pero no abdique y el pueblo de mala gana lo pase por
alto, y otra cosa es que el primer mandatario del país (que por otra
parte lleva décadas en el poder de una u otra forma) cometa no sólo la
felonía de percibir emolumentos contra la ley sino ser larga y
políticamente responsable de los delitos cometidos en sus filas, y
suponga que con pedir perdón se acaba su responsabilidad sin tener que
dimitir. El
presidente y todos los jerifaltes y caciques de la facción a que
pertenece tienen epidermis de elefante, y da la impresión de que no van a
abandonar el poder ni siquiera por las urnas.
Viendo
lo que viene sucediendo en el país de unos años a esta parte, se
comprenden perfectamente las revoluciones sangrientas a lo largo de la
historia. No es que caudillos, reyes y sátrapas cometiesen abusos. Es
que llevaron muy lejos y sostenidamente los abusos, el latrocinio y la
opresión. Esta gente de mal vivir en España ha dilapidado la riqueza de
este país hasta arruinarlo. Pretende justificar las políticas de
austeridad como impuestas por una Europa a la que quieren pertenecer en
lo y para lo que a ellos les conviene, pero su comportamiento nada tiene
que ver con el de los gobernantes de los restantes países europeos del
sistema; países donde la corrupción es escasísima o desconocida y donde
desde luego es desconocida la impunidad.
En España, estas organizaciones
para delinquir cometen toda clase de tropelías a la vista de todos, y
los tribunales o no dan abasto para depurarlas o son cómplices sutiles
interpretando con laxitud los hechos penales al aplicar penas irrisorias
a los reos, o son permisivos a través de la política penitenciaria, o
se permiten los propios maleantes públicos ejercer la potestad de
indultarles. Y todo sin conocerse hasta ahora la reparación económica,
es decir, la devolución de lo apropiado que el saqueo metódico de las
arcas públicas requiere con independencia de la pena carcelaria.
La
redención es correlativa al cumplimiento de la condena, pero el perdón
requiere la concurrencia de dos o más personas: quien lo pide y quien lo
otorga. Pues bien, el presidente del gobierno y otros personajes de su
mismo monipodio han pedido perdón, pero siguen en el puesto. Prefieren
ignorar que el pueblo y los 14 millones que se calculan de excluidos y
marginados no se lo han concedido, que lo que desean es que reparen el
daño causado, que no cuenten con su perdón y que se vayan de una vez.
DdA, XI/2837
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