Jaime Poncela
El realismo es lo que la realeza intenta fingir para que parezca que
les interesa la realidad, aunque algunos se empeñan en hacer que la
realidad parezca a veces un accidente por el que la realeza atraviesa de
puntillas sin llegar siquiera a mancharse los zapatos. Llegada ya la
orgásmica jornada de los Premios Príncipe o Princesa de Asturias, el
punto G de la sensibilidad de cualquier monárquico que se precie, la
realidad y la realeza parecen acercarse mucho, aunque en realidad están
más lejos que nunca la una de la otra. La realidad supera a la ficción y
la ficción es lo más parecido a la realeza, de manera que no hay color
cuando se trata de elegir. Entre la portada del Hola y la cola del Inem
no hay duda.
Si la realeza fuese realista por una vez en su vida se dejaría llevar
por la simple visión de lo que pasa en la vida real, la que está
poblada por seres reales, que viven de nóminas reales, que pagan los
pufos propios y los que han perpetrado muchos de los monárquicos
banqueros que siempre han vivido protegidos por el infalible paraguas de
la realeza para poder saltarse la realidad general y crear una propia.
El realismo mágico ya no es solo patrimonio de los escritores. El
realismo mágico se cultiva estos días con intensidad en los telediarios,
los informativos y las páginas de los periódicos asturianos, volcados
casi todos en la reinterpretación de la realidad desde la óptica de la
realeza y no en poner a los pies de la realeza los restos mortales de la
realidad asturiana como ofrenda real a la Casa Real.
Quienes reivindican que #somosreales son unos ilusos, unos utópicos,
gente bienintencionada que espera que la realeza se mire por fin en el
espejo de la realidad, pero eso es filosóficamente y físicamente
imposible. Nadie puede verse la espalda a sí mismo, es muy complicado y
produce contracturas dolorosas que nadie de sangre azul está dispuesto a
soportar. La realeza española es un trasunto del retrato de Dorian
Grey, aquel tipo que mantenía un falso aspecto juvenil mientras su
retrato envejecía hasta la mostruosidad. El retrato de los Borbones que
Antonio López tardó 18 años en pintar es lo mismo que el retrato de
Dorian Grey pero al revés: la realidad que aparece en el óleo ya no
tiene nada que ver con la realeza española, y eso que López es un pintor
hiperrealista.
Así que doy todo mi apoyo a quienes reivindican que #somosreales por
su empeño en dar a la realeza un baño de realismo social, aunque les
vaticina poca suerte. Siempre tendrán más éxito las fotos de la realeza
con posibles trastornos alimentarios, las del pobre Quino tomando sopa
como si fuera un indigente o las de la informal y rebelde Mafalda
estatizada y “estatuizada” contra su voluntad hasta el extremo de
conseguir que alguien llegue a pensar que en Asturias será llamada desde
ahora Mafaltosa, atrapada en su propio e irreal molde de hiperrealismo
falsificado a beneficio de la realeza, no de la realidad.
Artículos de Saldo DdA, XI/2823
No hay comentarios:
Publicar un comentario