Beatriz Jimeno
"En aquellos años parecía que el dinero era infinito", explica un analista de El País
sobre cómo se pudo producir el caso de las tarjetas opacas. Al
principio parece una frase ajustada a lo que pasó. Tal y como dice Íñigo
de Barrón podríamos tener la sensación de que, efectivamente, hubo unos
años en los que parecía que el dinero era infinito. Pero esa es una
imagen trampa de la realidad. Es una idea que se repite para que esa
repetición termine construyendo una realidad que no ha existido nunca.
Al leer esa frase yo me detuve a pensar: ¿Ha existido algún momento en
el que yo pensara que el dinero era infinito? ¿Tengo algún conocido o
amigo que pensara que el dinero era infinito? ¿Hemos hecho nosotros uso
del dinero como si fuera infinito? Esa idea del dinero infinito que
ahora muchos utilizan como explicación de tantas cosas es el equivalente
del "hemos vivido por encima de nuestras posibilidades".
Que no nos engañen, lo de Bankia no es fruto de una mala gestión sino
de un determinado modelo de gestión política del dinero. El dinero no
era infinito, pero el expolio estaba perfectamente planificado y
sistematizado, y no sólo en Caja Madrid. Las tarjetas opacas son,
simplemente, el pago por los servicios prestados, es decir, por el
silencio y el dejar hacer; se trata del pago a los colaboradores
necesarios. Cuando el neoliberalismo se dispuso a conquistar el control
absoluto sobre los mercados y sobre todo lo que era común o público (la
sanidad, la educación, las pensiones, los ahorros, las ayudas sociales…;
la electricidad, el agua, el gas, el transporte… el espacio público,
las calles, la cultura…) hubo de apartar a los encargados de custodiar
estos bienes: los políticos elegidos democráticamente. Y nada mejor que
comprarles, sobornarles. Permitirles tener acceso a la riqueza.
En los últimos 30 años lo que hemos visto es que los políticos con
capacidad real de decisión entran directamente en el club de los
millonarios. Bien legalmente, con la entrada directa en los consejos de
administración, en un falso circuito de conferencias o de
autoexplotación del propio nombre cobrando cantidades astronómicas, o
como supuestos consejeros cuyos consejos se supone que valen millones.
Nada de eso es real. Ni Felipe González sabe nada de energía, ni los
consejos de Aznar valen un euro (no es más que un presuntuoso ignorante)
ni una conferencia de Blair o Zapatero vale lo que se paga por ellas.
Es un mundo ficticio, nada de eso guarda ninguna relación con la
realidad. Se trata, simplemente, del pago por los servicios prestados.
Es el pago por hacer políticas que poco a poco han ido socavando el
control democrático de la economía y la han convertido en un espacio de
totalitarismo empresarial y financiero. La otra manera es la ilegal,
aunque de una ilegalidad tan blanda que más bien parece una incitación.
Tráfico de influencias, cobro de comisiones, desvío del dinero público…
Son acciones ilegales pero difíciles de probar, absolutamente extendidas
en las propias organizaciones y que conllevan penas tan bajas que
claramente compensan. Las tarjetas opacas de Caja Madrid entran en una
categoría difusa. ¿Eran legales o sólo inmorales? Si eran inmorales, ¿lo
eran por la cuantía o la categoría de los gastos? ¿Quién es más
responsable: el que las dio, el que las usó o quienes lo permitieron? Y,
sobre todo, ¿qué otras empresas u organismos públicos o con
participación pública, sindicatos, partidos…entregan a sus directivos,
consejeros o personal, tarjetas de crédito, dietas exageradas, regalos?
¿Qué salarios tienen esas personas? ¿Por hacer exactamente qué? ¿Qué
responsabilidad tienen los partidos o sindicatos en conocer/no conocer
la cuantía de estos sueldos, estos regalos, estas prebendas?
Las tarjetas opacas de Caja Madrid no son nada extraordinario dentro
del sistema. Formaban parte de la retribución normal de los consejeros.
En realidad, son el pago a supuestos socialistas, supuestos comunistas y
supuestos sindicalistas, además de a los suyos, por callarse. Por no
plantear una sola duda, una sola pregunta, una sola crítica a las
políticas o actuaciones de los responsables de la caja. Unos tenían más
prebendas que otros, pero allí callaron todos. Nos están mareando con la
lista de gastos de los poseedores de las tarjetas pero el consejo de
Caja Madrid estaba compuesto por mucha gente supuestamente capaz y
avezada que parece que nunca vio nada extraño ni inmoral, ni indecente,
ni pernicioso en su administración. Unos callaban porque ya tenían
tarjeta y supongo que muchos otros tenían dietas, créditos ventajosos,
prebendas variadas, regalos, créditos blandos… o, simplemente, tenían la
esperanza de llegar a algún otro consejo de administración. De consejos
de administración está el mundo lleno.
Los partidos y
los sindicatos se hacen ahora los muy sorprendidos e indignados, que es
lo que toca. Pero dado que todas estas personas estaban en Caja Madrid,
y que hay políticos en muchas otras empresas públicas y que acceden a
éstas por su militancia en esos partidos y sindicatos… ¿No tiene la
obligación el partido o el sindicato de conocer las dietas, los sueldos,
los regalos que sus representantes (aunque no lo sean legalmente)
cobran? Por supuesto que sí, pero jamás quisieron saber o quizá sabían
de sobra. Estar en un consejo de administración es un premio y eso
incluye todo lo que esa pertenencia lleva aparejada.
La política se ha convertido en una de las pocas maneras que tiene una
persona corriente, de familia de clase media, de hacerse rica, incluso
inmensamente rica. Mientras esa posibilidad siga abierta estaremos en
manos de quienes pagan para comprar voluntades y políticas. Para poder
rescatar la democracia hay que romper la alianza entre poder financiero y
política. La única manera es poner cortafuegos efectivos y dar a la
ciudadanía la capacidad de revocar el mandato a quienes dejan de
representarla para representar los intereses de las empresas. Asegurarse
de que sólo entran en política personas que verdaderamente quieren
servir al bien común y no les importa dedicar a ello su capacidad, su
tiempo y su esfuerzo; que no les importa, incluso, ganar menos de lo que
ganarían en la empresa privada.
Decir que si no hay
un sueldo elevado nadie se metería en política y se perdería así los
mejores talentos es otro de los mitos no demostrados del capitalismo;
como el de que quien trabaja y se esfuerza termina ganando dinero o el
de que los muy ricos no roban. La realidad es que la política y las
empresas están llenas de incapaces, mediocres y ladrones. Puede que
hubiera un tiempo en el que hiciera falta inteligencia o brillantez,
además de decencia personal, para alcanzar puestos de relevancia
política, pero hoy es lo contrario. Y, sin embargo, el mundo está lleno
de políticos y políticas no profesionales; gente que dedica lo mejor de
sí para mejorar la vida de todos y todas, buenos políticos: son los y
las activistas políticos y/o sociales. Gente hay. Lo que falta es que
estas personas, críticas con el poder, coherentes con sus ideales, y no
personalmente ambiciosos ni corruptos, tengan acceso a los puestos de
poder en los partidos políticos o en los sindicatos. Lo que falta
también es un control democrático real por parte de la ciudadanía de los
procesos de elección de sus representantes, así como capacidad para
revocarlos cuando falten a su mandato. Falta también legislación
destinada a controlar los conflictos de interés que surjan entre los
políticos y las empresas o el mundo del dinero y, desde luego, faltan
penas verdaderamente disuasorias y ejemplarizantes. Por ahora no hay
ninguna voluntad de imponer nada de esto porque los que ahora están al
mando, aquí y en Europa, ya son empleados de las grandes empresas. Y
además, o quizá precisamente por esto, son los peores. Si no fuera por
su origen social privilegiado, por su carrera como "pelotas", por su
absoluta falta de escrúpulos, la mayoría de las personas que hoy
ostentan poder político, empresarial e incluso cultural, no serían nada.
Que no nos confundan con la lista de gastos. Lo de Caja Madrid es la punta del iceberg de un sistema podrido.
Eldiario.es DdA, XI/2816
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