Jaime Richart
La ansiedad es un estado
anómalo del ánimo, una respuesta emocional que implica un alto grado de
activación del sistema periférico nervioso y comportamientos poco
ajustados. Parece ser que un 21 % o más de la población mundial sufre algún
trastorno de ansiedad. Pero unos países la acusan más que otros. Por
ejemplo, en España, la ansiedad es una epidemia. Un 40% de la española
la padece y generalmente la mayoría sin saberlo. Es más, da la impresión
de que la ansiedad empieza a ser estructural y por eso transmitida por
vía genética en las dos últimas décadas. La vida occidental por sí
misma, su concepción, la educación, las nuevas tecnologías y los
acontecimientos sociales contribuyen poderosamente a ella y a sus
consecuencias. La informática y sus requerimientos constantes de
velocidad en las respuestas de los dispositivos y la actualización de
los mismos funcionan en el cerebro como un acelerador de partículas. Y
el anticiparse constantemente los medios de comunicación a la evolución
de los hechos sociales y sus competiciones entre sí por adelantarse a la
información contribuyen asimismo a la ansiedad hasta la patología y el
histrionismo.
La
concepción "nueva" de la vida, del trabajo, del uso del tiempo bajo el
ya vetusto y estúpido lema el tiempo es oro (cuando si algo le sobra al
ser humano es tiempo pues es eterno) transmite asimismo ansiedad;
ansiedad por acortar las distancias y por acelerar la velocidad, como si
el desarrollo de los procesos no tuvieran que pasar por etapas y como
si la impaciencia de los llamados a influir con su paciencia tuviese
mayor valor que el que tiene calma. Todo lo cual hace de la vida
cotidiana en este sentido una aberración, una suerte de corrupción del
equilibrio emocional generando sólo seres acríticos. Pues ese
conglomerado caduco o putrefacto es el que acaba penetrando en la
epidermis de la población vapuleada por otros avatares; una población
que va perdiendo rápidamente el interés por la vida a medida que cumple
años y en la medida que se empeña en apurarla. Y para colmo, como la
economía que todo lo domina está en manos de impacientes, quien no esté
afectado por ella, quien no adolezca de ansiedad, quien no la consuma y
no imprima celeridad a sus actos, a sus locuciones, a sus impresiones y a
sus juicios de valor, es probable que acabe excluido del sistema.
Por
la ansiedad se pueden explicar muchas cosas en España. Es ella, más
allá de la valoración ética y moral, la que explica la codicia extrema
de muchos políticos; es la ansiedad lo que explica el enriquecimiento
fácil y rápido de empresarios y especuladores; es la ansiedad lo que
explica el fracaso escolar; es la ansiedad lo que explica la ruptura
súbita de la vida en común de las parejas; es la ansiedad lo que explica
el frecuente sentirse obligados a aclarar sus declaraciones ante la
prensa, de gobernantes y dirigentes; es la ansiedad lo que explica años
atrás el crédito alocado causante de la hecatombe solicitado por los
prestatarios o inducido por los prestamistas; es la ansiedad lo que
explica el vivir o el querer vivir por anticipado lo que corresponde a
otras fases de la vida; es la ansiedad, en fin, lo que ha hecho trizas
el sentido del ahorro y ha traído el endeudamiento nefasto, público y
privado, a este país.
DdA, XI/2814
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