
Lidia Falcón
Resulta enormemente sorprendente leer encendidos elogios al
nacionalismo catalán formulados por comentaristas de izquierda, que
argumentan que tales teorías pertenecen desde tiempos inmemoriales a la
tradición de lucha revolucionaria. Me deja perpleja saber que los
Pujol, Ferrusola, Mas y compañía pertenecen a la izquierda.
Porque la verdad es que el nacionalismo siempre es de derechas. Nace
en el siglo XVIII de la mano y el pensamiento de la burguesía que tiene
que repartirse las materias primas, la producción industrial y el
mercado, en una Europa convulsa que llevaba siglos de interminables
guerras entre los caudillos, señores feudales, reyezuelos y abades, por
apropiarse de la tierra.
Cuando la burguesía comienza a afianzar su poder difunde, desde
mediados del siglo XIX, la teoría de la soberanía nacional e inventa una
ideología basada en sentimientos patrióticos, que logra excitar en las
clases populares el odio y el resentimiento de agravio contra los
pueblos vecinos, y consigue convencer a muchos trabajadores para que se
enfrenten entre sí mortalmente en la I Guerra Mundial, a fin de hacer
más grande el poder colonial de unas cuantas oligarquías.
Por el contrario, el proletariado, aprendiendo de los estudios y
análisis de Bakunin y de Marx, comienza a organizarse en sindicatos y
partidos que defiendan sus intereses, frente a los de las burguesías que
acaparan todo el poder en Europa y en las colonias. Es el momento en
que la Confederación Nacional del Trabajo, anarquista, tiene más de un
millón de afiliados en España, la mayoría en Cataluña, y afirma que la
única patria de los trabajadores es el sindicato. Este movimiento obrero
rechaza rotundamente seguir las consignas disgregadoras y de
enfrentamiento entre los trabajadores de las diferentes partes de
España, negándose incluso a hablar en catalán y difundiendo el
esperanto. Sería bueno que nuestros intelectuales de izquierda leyeran a
Bakunin.
En cuanto en Europa las burguesías vuelven a propiciar el
desencadenamiento de la II Guerra, activan la polémica respecto a las
nacionalidades. Como decía Marx, el nacionalismo es un invento de la
burguesía para dividir a la clase obrera. Tampoco esos ideólogos de
izquierda conocen la crítica que realizó Rosa Luxemburgo del
nacionalismo en su fundamental libro La Cuestión Nacional, que
sería bueno que leyeran. El limitadísimo conocimiento de la historia de
Europa por parte de tales intelectuales, e incluso de muchas voces de la
izquierda española, dificulta mucho la comprensión de lo que ocurre en
Cataluña.
Centrándonos en Cataluña la invención de la nacionalidad catalana
surge a finales del siglo XIX de la mano de los representantes de la
burguesía Valentí Almirall y Prat de la Riba con un discurso en el que a
partir de exigir el reconocimiento de las singularidades y
particularidades de los catalanes se proponen un único objetivo: obtener
mayores privilegios para los fabricantes y comerciantes en el reparto
de los impuestos estatales y de las cargas aduaneras. Impulsado por
estos próceres en 1885 se presentó al rey Alfonso XII un Memorial de greuges, en el que se denunciaban los tratados comerciales y las propuestas unificadoras del Código Civil,
y en 1886 los empresarios organizaron una campaña contra el convenio
comercial que se iba a firmar con Gran Bretaña. Ambos constituyeron la
Lliga Regionalista, de la que Prat de la Riba fue uno de sus principales
líderes. Los dos son representantes típicos de la burguesía de finales
del XIX y principios del XX que defendían sus beneficios frente a la
competencia de los fabricantes ingleses, franceses y alemanes,
exigiéndole al gobierno español cada vez mayores privilegios.
Son los burgueses los que construyen la teoría de la identidad propia
de Cataluña, puesto que difícilmente los obreros y las obreras podían
dedicarse a tan imaginativas tareas sometidos a la salvaje explotación
de los industriales catalanes, propia de la época del industrialismo, y
sobre todo teniendo en cuenta que el proletariado en Cataluña está
compuesto también con la inmigración masiva de los campesinos y
campesinas hambrientos del resto de España.
Como deberían saber los comentaristas de izquierda —y los
historiadores de toda laya— de esta cuna y no de otra procede el
nacionalismo catalán. A la que se sumaron otros más que elaboraron una
ideología para implantar en el ánimo de los ciudadanos catalanes el
sentimiento de pertenencia a un pueblo “especial” —no exactamente el
escogido por Dios como creen los judíos sionistas, pero en esa misma
línea—. Virtudes e identidad, vagos componentes de un alma distinta a la
de los demás españoles, que nadie más que ellos conoce, pero cuyo
precio sí pueden exigir: que los impuestos que pagan al Estado central
se queden en Cataluña, para hacer aún más rica y próspera a su
burguesía, que ya se encargará por sí misma de explotar a sus
trabajadores, catalanes o no. Teorías que en aquel comienzo del siglo XX
únicamente atraían a los intelectuales pequeño-burgueses, ya que la
clase obrera estaba más implicada en la Semana Trágica que en discutir
las características del “seny” catalán, mientras los burgueses se
ocupaban de organizar sus empresas para conseguir extraer la mayor plus
valía de los trabajadores y trabajadoras —especialmente estas que eran
mayoría en la industria textil— y en exportar sus productos, que en
dilucidar que fuera eso de la identidad catalana.
Por si cabe alguna duda de los motivos económicos que llevaban a la
burguesía a defender y difundir el nacionalismo es bueno leer las
Memorias de Francesc Cambó, donde escribe: “Diversos motivos ayudaron a
la rápida difusión del catalanismo y la aún más rápida ascensión de sus
dirigentes. La pérdida de las colonias, después de una sucesión de
desastres, provocó un inmenso desprestigio del Estado, de sus órganos
representativos y de los partidos que gobernaban España. El rápido
enriquecimiento de Cataluña, fomentado por el gran número de capitales
que se repatriaban de las perdidas colonias, dio a los catalanes el
orgullo de las riquezas improvisadas, cosa que les hizo propicios a la
acción de nuestras propagandas dirigidas a deprimir el Estado español y a
exaltar las virtudes y merecimientos de la Cataluña pasada, presente y
futura”.
El nacionalismo catalán empezó a tener importancia política con la victoria electoral en 1901 de la Lliga Regionalista, partido conservador sin duda, al que siguió Solidaridad Catalana, fruto de la coalición de varios grupos que en las elecciones de 1907
obtuvo 41 de los 44 escaños del congreso catalán. Pero poco emocionados
debían estar los obreros con tal partido cuando desencadenaron La Semana Trágica de Barcelona que ocasionó la disolución de Solidaridad. Los líderes de la Lliga consiguieron en 1913 la creación de la Mancomunidad de Cataluña, una especie de gobierno autónomo que englobaba las 4 diputaciones provinciales y que a partir de 1918
fue el partido más importante de Cataluña, aunque nunca consiguió la
mayoría de los escaños catalanes en las Cortes Generales españolas. Su
evidente adscripción a la derecha le impulsó a participar en los últimos
gobiernos de la Restauración y en 1923 no se opuso a la dictadura de Primo de Rivera, que sin embargo disolvió la Mancomunidad. Por su parte, la mayoría del proletariado apoyaba el anarquismo, representado por la CNT.
La bandera del nacionalismo la enarbola más tarde Esquerra
Republicana de Catalunya, pero cierto es que tanto Maciá como Companys
no eran independentistas -mucho es exagerar llamarlos de izquierdas,
cuando el ideal de ERC era que cada catalán tuviera “la caseta y el
hortet”- y tampoco bajo la dictadura se definían independentistas los de
CIU y todos los de ERC. Pero precisamente porque no lo eran, no sé a
qué viene ahora mostrarse tan apasionada y febrilmente independista
cuando las represiones franquistas han desaparecido. Afirman que ese
cambio se debe a que el Estado español está controlado por una casta
responsable del enorme retraso social de España, incluyendo Catalunya, y
que nunca aceptará la plurinacionalidad de España. Y me pregunto
perpleja, ¿ahora se acaban de enterar? ¿Ha tenido que llegar el año 2010
para que las izquierdas se enteraran de que la derecha española es
reaccionaria y responsable de la miseria de su pueblo? Pero de todo el
pueblo español, no solo el catalán. Y la izquierda catalana, ante esta
evidente explotación, escoge separarse del resto de España, para
preservar los bienes y riquezas de su burguesía —una de las más
corruptas del país—, y dejar a los trabajadores y las trabajadoras de
las otras regiones abandonados a su miseria secular, en vez unirse y
luchar juntos por acabar con este régimen monárquico, capitalista y
patriarcal que nos está esquilmando a todos y todas las ciudadanas.
Que el Partit Socialista Unificat de Catalunya se sumara a las
reivindicaciones nacionalistas en los tiempos de la dictadura no
significa que tales reivindicaciones sean de izquierda. La convocatoria,
suicida, de manifestarnos en los años sesenta el 11 de septiembre para
conmemorar el momento en que hirieron al Conseller Casanovas, que nos
imponía el PSUC, solamente favorecía a los Heribert Barrera y los Pujol,
que nunca vi en aquellas manifestaciones. Los dirigentes del PSUC, como
tantos otros que fueron de izquierdas, padecieron, y hoy padecen con
más fuerza, el síndrome de Estocolmo, como con tanto acierto definía
Carlos París. Se les metió en la cabeza que la lucha contra el
franquismo era defender las reclamaciones —muy tímidas entonces— del
nacionalismo catalán, y lamentablemente hoy siguen en la misma línea.
El resultado está a la vista: el abandono de las luchas sociales, el
sometimiento del movimiento obrero a las condiciones del gobierno de la
Generalitat, y la utilización de las organizaciones culturales y
políticas a la reclamación de la independencia, olvidando el lamentable
estado en que se encuentran la sanidad, la escuela, la Universidad, la
justicia, la asistencia social, las mujeres, catalanas. Este abandono de
las luchas de clase por parte de la izquierda se refleja en los
resultados de las sucesivas elecciones desde finales del siglo XX.
Mientras el año 1977 obtuvo el PSUC 500.000 votos, hoy ese partido está
desaparecido, y todo el cinturón rojo de Barcelona que votaba comunista
vota CIU.
Y que el PSOE contuviera en sus declaraciones programáticas durante
la dictadura el derecho de autodeterminación de Cataluña y hoy no lo
defienda no significa más que el oportunismo que caracteriza a ese
partido. En primer lugar sería bueno un debate sobre si el PSOE era y es
un partido de izquierdas. Ya hemos sufrido lo que significaba el
eslogan “OTAN, de entrada no”, y los pobres saharauis pueden contarnos
donde ha quedado el referéndum de autodeterminación. De modo que no hace
falta que los socialistas nos expliquen por qué después de escribir
aquellas encendidas frases revolucionarias —en las que se declaraban
republicanos e incluso apelaban a la lucha armada— con que trufaban su
programa en la clandestinidad antifranquista, en cuanto olieron el poder
se volvieron monárquicos, otanistas y serviles al imperio
estadounidense. Para nada sirve apelar a aquellas páginas, que sólo
engañaron a los ingenuos, con el fin de hacer declaración de
izquierdismo del nacionalismo catalán.
Lo que es realmente irritante es que los defensores del referéndum se
camuflen bajo la añagaza de que no se trata de pedir la independencia
sino de votar una consulta. En primer lugar, si las izquierdas, como
aseguran, no quieren la independencia sino el federalismo, lo que deben
hacer es defender este y dedicar todos los esfuerzos, tiempo y dinero en
explicarlo a la ciudadanía, tan ayuna de conocimientos políticos, en
vez de darse abrazos y dejarse fotografiar con Artur Mas.
En segundo y no menos importante, es no engañar a sus electores y
ciudadanos en general. Porque ese plebiscito está espúreamente
publicitado por el gobierno, CIU y Esquerra, con los fondos de la
Generalitat, con el propósito de convencer a los que viven en Cataluña
de las ventajas que obtendrán con su propio Estado, trastocando el
objetivo de la consulta al asegurar que no se trata de optar por la
independencia sino de decidir. Ese será un referéndum como el de la
OTAN. Organizado, dirigido e impuesto por el Govern, con el dinero de
nuestros impuestos y los numerosos medios que tiene a su alcance:
televisión, prensa, radio, policía, ayuntamientos de CIU, esa ANC
financiada por él.. Y ahora las brigadas que en número de 8.000 personas
se dedican a recorrer casa por casa, intimidando a sus habitantes con
una encuesta tendenciosa, destinada a demostrar que la mayoría de los
catalanes quiere la independencia, y cuya primera pregunta es tan
falsaria como afirmar: “Si Cataluña fuera un Estado tendría entre 8.000 y
16.000 millones de euros más”. Lo que no aclaran es que Cataluña
tendría que pagar 150.000 millones de lo que le corresponde, el 18%, de
la deuda española.
No cabe duda de que Franco fue el que más catalanes convirtió al
independentismo, con sus medidas de abolición del Estatuto y de
persecución del idioma, pero les aseguro que resultaba mucho más
agradable y alentador vivir en Barcelona en esos trágicos años,
hermanados todos, catalanes, castellanos, murcianos y andaluces
antifranquistas en aquella interminable lucha contra la dictadura, que
hoy, cuando restaurada esta democracia burguesa resulta que los que
seguimos siendo de izquierda pero no nos mostramos de acuerdo con ese
remedo de referéndum y la reclamación de la independencia, somos
enemigos de la patria, tildados de nacionalistas españolistas, término
que equiparan al de fascistas.
Para informar a los que lo ignoren no está de más recordar las
declaraciones que han venido realizando los prohombres del nacionalismo
catalán, rotundos enemigos de cualquier izquierda -que mala memoria
tienen los articulistas-, para que de una vez se conozca la ralea de
semejante casta. Aquí están algunas de las perlas que vertió Heribert
Barrera, Presidente de ERC, en el libro Què pensa Heribert Barrera en 2001:
“Veo el futuro un poco negro. Si continúan las corrientes migratorias
actuales, Cataluña desaparecerá”. “[Cuando] el señor Jörg Haider [líder
nazi austriaco, fallecido en 2008] dice que en Austria hay demasiados
extranjeros no está haciendo ninguna proclama racista”. “No pretendo que
un país haya de tener una raza pura; esto es una abstracción. Pero hay
una distribución genética en la población catalana que estadísticamente
es diferente a la de la población subsahariana, por ejemplo. Aunque no
sea políticamente correcto decirlo, hay muchas características de la
persona que vienen determinadas genéticamente, y probablemente la
inteligencia es una de ellas”…“El cociente intelectual de los negros de
Estados Unidos es inferior al de los blancos”…“A mí no me parece fuera
de lugar esterilizar a una persona que es débil mental a causa de un
factor genético”…“Tenemos escasez de agua. Si en lugar de seis millones
fuésemos tres, como antes de la guerra, no tendríamos este problema.
Cualquier científico objetivo sabe que el principal problema ecológico
es el exceso de población”…“Una política que signifique instituir una
situación permanente de bilingüismo implica la desaparición de
Cataluña como nación. [...] Por razones de unos derechos morales e
históricos, reivindico que Cataluña sea monolingüe”… “Lo que complica
bastante las cosas es que es más difícil integrar a un latinoamericano
que a un andaluz. El único recurso que tendremos para subsistir [si
Cataluña no se separa del resto de España] es ser un grupo étnico, una
minoría nacional en el territorio de Cataluña”. Con este tipo de
declaraciones se entiende que uno de los primeros políticos que rindió homenaje a Barrera tras su muerte fuera el líder de la xenófoba Plataforma per Catalunya, Josep Anglada.
Estas declaraciones fueron defendidas en varias ocasiones por Jordi
Pujol y Marta Ferrusola, con semejantes y parecidas expresiones.
Resulta absolutamente inaceptable que los partidos y formaciones de
izquierda en Cataluña se alineen con semejantes personajes y sus
secuaces, como Artur Mas, que, a mayor abundamiento, han demostrado que
su principal objetivo al detentar el poder es apropiarse de los bienes
de todos para su mejor beneficio.
DdA, XI/2807
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