Carlos Prieto
Me
suelen ponderar la memoria. No me quejo de ella ni de que se la alabe.
Si la
memoria pasa por saber que el Jiloca se vierte en el Jalón en Calatayud,
o significa saber que “puesto ya el pie en el estribo, con las ansias
de la
muerte, gran señor ésta te escribo” lo escribió Cervantes al Conde de
Lemos en
1616, no me parece conocimiento inútil. Nuestro humanista Luis Vives
escribió «Tienen mejor memoria que los viejos los
jóvenes; «lo primero en que influye la edad es la memoria», dijo Séneca; y no
hay señal más cierta de senectud que el decaer la memoria.»
Si
al ponderarme la memoria, ponderan mi juventud, bendita ponderación. Con lo que
yo no confundiría la memoria es con
el recuerdo.
Mi memoria
me refresca haber leído que recordar es “volver a pasar por el corazón”, ¿tal vez
en “Ética para Amador”? El recuerdo es personal, sensitivo, asociado a nuestra
vida. El Método Stanislavsky basa en recuerdos de experiencias los sentimientos
necesarios para adaptarlos en la situación, vivencia, que deben aflorar en su
personaje.
Y los
recuerdos, al revés que la memoria, no decrecen con la edad. Se incrementan. Me encuentro, cada vez con más frecuencia,
evocando situaciones pasadas. La pesca de una lubina al lado de nuestra San
Pedro de Gijón, la alegría de recolectar dos cestadas de oronjas un día de S.
Mateo, el miedo infantil cuando en la pantalla los indios invocaban, de noche,
al Gran Manitú… y esas vivencias, vueltas a pasar por el corazón, se hacen
hermosos recuerdos. Me llevan a confesar que he vivido. Y entre los recuerdos me
parece abundan más los hermosos que los ingratos. El mismo miedo, ya vencido,
te recuerda lo valiente que supiste ser.
- Yo lo
pruebo -decía él-. Nuestro Salvador dice en el Evangelio de San Juan, dieciséis:
«La mujer, en la hora del parto, siente tristeza; pero después que ha dado a
luz, ningún recuerdo conserva de su angustia.» Rabelais
Recuerdo cuando
lo leí a los 15 años. ¡Que risotadas! ¡Qué disfrute tener la buena memoria de
los jóvenes y los amplios recuerdos de los mayorcitos! Saber y sentir. Eso es
la verdadera gobalización, la del ser, la del yo que ha estudiado y sentido. La
de haber incorporado el conocimiento a la experiencia.
DdA, XI/2.781
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