jueves, 4 de septiembre de 2014

DEFENSA DE LA TRISTEZA COMO TRINCHERA DE LA ALEGRÍA

Jaime Poncela
Algunos de los restantes seres humanos que quedan aún a mi alrededor me han hecho notar que mi retorno al curso académico del columnismo es triste y gris. Lo dicen por mi bien, ya lo sé, y me hacen pensar, no se vayan a creer lo contrario, y yo lo agradezco porque cada día resulta más difícil encontrar seres humanos que, primero, lean lo que escribes y, segundo, se tomen la molestia de comentarlo. Al hilo de estas reconvenciones me lancé a mi parca biblioteca y busqué a Mario Benedetti (poeta cursi, facilón y sobrevalorado según dicen algunos oráculos epatantes de tertulia) para leer de nuevo  su “defensa de la alegría” por ver si gracias a ese poema este artículo me salía más soleado. Y la leo y la releo y hasta escucho como la canta Serrat, y solo consigo concluir que uno tiene la obligación de defender su tristeza porque lo que hace Benedetti es, en realidad, decir que la alegría es demasiado cara y delicada como para dejarla por ahí a la intemperie para ser malgastada por imbéciles. Uno defiende su tristeza sin intención alguna de estropear la vida de los demás-, hay algunas tristezas que destilan una amargura que llega a divertir de puro ácida-, sino porque la tristeza es, a veces, lo único que me permite saber quien soy en medio de este folclore permanente de fuegos fatuos, celebraciones, oportunistas, rufianes, pasmos, sinvergüenzas neutrales con sonrisas de hiena y anestesias generalizadas. La tristeza no es sencilla, no es solo nostalgia ni melancolía, ni derecho al pataleo. No es una postura infantil que niega lo evidente, ni una pose estudiada, ni pura rabia estéril, ni un rencor seco, ni un ramo de ilusiones marchitas. La tristeza es el olor que dejan las tormentas del alma, las penas que con la edad nos crecen prolíficas como verrugas, la anorexia de buenas noticias que produce la desilusión crónica. La tristeza es la trinchera en la que uno se esconde a esperar la alegría, un don que será mucho más saboreado después de esta tristeza, igual que el vagabundo duerme a pierna suelta en la primera cama que le cobija de la intemperie. Uno defiende su tristeza porque es la única forma de saber defender la alegría si es que algún día llega.


Artículos de Saldo  DdA, XI/2.781

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