Antón Losada
Puede que el Increíble Montoro acudiera al Congreso a distraernos con su show
mientras se publicaba con la boca pequeña que, durante este agosto que
vivimos como si la crisis fuera historia, el paro había vuelto a crecer y
las afiliaciones a la Seguridad Social habían vuelto a caer. Puede que
el Increíble Montoro quisiera colgarse la medalla de haber acorralado a
los Pujol, esa familia de emprendedores. Puede que sacara toda la furia
fiscal que se guardó con Bárcenas para arrearle a Yoda Pujol pensando
que así ponía en su sitio a las catalanas y catalanes que quieren votar.
Lo único claro es que Montoro no fue a hablar del fraude fiscal, como
anunciaba su comparecencia.
La economía española se
ha multiplicado por dos en los últimos veinte años, pero la economía
sumergida se ha multiplicado por cuatro. El fraude constituye una pieza
estructural de nuestra arquitectura económica. Explica nuestro
paupérrimo gasto público y los agujeros en los ingresos tributarios. La
economía sumergida es un fenómeno emergente en España. Se expandió
cuando la burbuja inmobiliaria y aún más durante la recesión. Un estudio
de la Universidad Rey Juan Carlos para Funcas (Fundación de las Cajas
de Ahorros) sostiene que la economía sumergida llega el 21,5% de nuestro
PIB. El informe Doing Business 2007
del Banco Mundial la sitúa en un 22,6% del PIB. El Increíble Montoro no
quería explicar por qué ni su Gobierno, ni los anteriores, se han
comprometido en blanquear el negro de nuestra economía. Resulta más
fácil recortar en sanidad o educación.
Según datos
de la Organización Profesional de los Inspectores de Hacienda, en España
circulan 111 millones de euros en billetes de 500 euros, un 30% de los
emitidos en la Unión Europea. La cifra se ha multiplicado por siete
desde el año 2002. El volumen de nuestra economía sumergida
prácticamente duplica al estimado en países como Alemania (13% del PIB),
Francia (12% del PIB) o Inglaterra (10% del PIB). En plena bonanza
económica, el Estado ha dejado de ingresar por esta razón 66.000
millones de euros. Durante las últimas tres décadas, hemos perdido en
ingresos fiscales un promedio anual estimado de 30.000 millones de
euros. Según los técnicos de Hacienda, el 80% de ese fraude fiscal se
genera entre las grandes empresas y patrimonios. Son datos sabidos. Pero
conviene repetirlos, a ver si pasa algo. Pero el Increíble Montoro
tampoco quería comentar la evidencia de que el fraude fiscal en España
es cosa de ricos.
Según el informe Reducir el fraude fiscal y la economía sumergida
(GESTHA, 2011), entre 2007 y 2010, los ingresos tributarios en España
cayeron en 41.140 millones, un 20,5% de la recaudación total. La
principal caída se ha producido en el impuesto sobre el capital, El
impuesto de sociedades ha bajado en 28.625 millones, el 70% del descenso
global de la recaudación fiscal. Un caso de volatilidad fiscal que
cuadriplica la registrada entre los países de nuestro entorno durante
esos años. El Increíble Montoro tampoco quería hablar de nuestra
misteriosa volatilidad fiscal, o explicar por qué España es un país que
grava el consumo y el trabajo pero no la riqueza. Él fue a hablar de lo
suyo. A usted y a mí no nos tocaba. Nunca nos toca.
ElDiario.es DdA, XI/2.779
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