Ayer tuvimos oportunidad de ver y escuchar una discusión entre Juan Carlos Monedero y un diputado del Partido Socialista en Las Mañanas de Cuatro, el programa que presenta Cintora. El diputado defendía a su nuevo líder, Sánchez Pérez-Castejón, y apenas dejaba responder a Monedero, pues supuraba esa necesidad tan propia de quienes carecen de un entendimiento democrático de la charla que consiste en interrumpir permenentemente los argumentos del oponente dialéctico. Había dicho Sánchez que en su partido nadie le dirá a Sabina que no participe en política, tergiversando la opinión de Monedero, que es la que sigue y ayer apenas le dejaron exponer en el plató de Cuatro. Cintora debe imponerse:
Juan Carlos Monedero
Regreso de correr. Han sonado en este rato varias canciones de
Sabina. Forma parte de mi biografía musical. Alguna vez he tenido -años
ha- el lujo de compartir noche y música con él, con la verja ya bajada,
en algún bar de Madrid. La amistad con Luis Pastor brindó esa
posibilidad. Recuerdo esa noche como un regalo. Luis Pastor se
preguntaba hace poco a dónde han ido los cantautores. Luis no se ha
marchado a ningún lado. Ahí sigue. El que yo escuche mucho a Sabina no
tiene implicaciones políticas en mis convicciones. Por ejemplo, que él
vaya a tocar a Israel justo cuando el ejército de ese país está
masacrando a palestinos no modifica un renglón mis posiciones sobre el
conflicto en ese lugar olvidado de los dioses. Tampoco cuando hace
guiños a la monarquía o pide el voto para éste o aquél partido. Claro
que me alegré cuando muchos artistas coincidieron con mis posiciones
contra la guerra de Irak (sabiendo que estaban arriesgando mucho en un
país donde se confunde lo público y lo privado), de la misma manera que
no lo hice cuando otros muchos decidieron dar su apoyo a Zapatero.
Lo que agradezco profundamente es esa tarea permanente del mundo de
la cultura que genera pueblos cultos y críticos. Nos hacemos ciudadanos
preguntándonos cosas. Y las preguntas nacen, casi siempre, de cosas que
te tocan el corazón antes que la cabeza. Después de tres años
estudiando economía, no hubiera llegado a ciencias políticas y
sociología de no ser por el diálogo vital que tenía con las cosas del
arte (y que la “ciencia lúgubre” económica no brindaba). Con Los fusilamientos del tres de mayo
podía explicar mi país pero no me valía para los balances contables. No
quería renunciar a esa riqueza. La misma mirada crítica me llevó, sin
embargo, a querer entender ese interrogante permanente que es España. Y
empecé a ver que la Transición había dejado mucho que desear y que la
cultura, como la universidad, como el periodismo, como la política, no
estaba siempre a la altura. Había ciudadanos que esperaban a la puerta
de los juzgados a políticos corruptos para aplaudirles. Los
intelectuales y artistas firmaron un apoyo cerrado al PSOE en 1982 y
muchos de ellos hicieron otro tanto en el referéndum de la OTAN en 1986.
El PSOE manejaba la televisión pública -la única que había- con mano de
hierro y no te dejaban salir en ella si no les apoyabas. Una canción de
Javier Krahe crítica con la OTAN tuvo que caerse del enorme concierto
de Sabina que retransmitió la TVE. Tenemos el país que tenemos. ¿O
creemos que somos radicalmente diferentes a la casta que nos gobierna?
Estamos ahora mismo dilucidando esa pregunta. Yo estoy esperanzado de
que vamos a concluir que ya no somos como ellos y por eso les vamos a
echar.
Siempre he procurado diferenciar los muchos mundos del arte, saber
que el tiempo político de la cultura no se mide por el tiempo político
de los partidos y que es más fácil que en una canción, en un poema o una
partitura, en un ensayo o en una novela, en una película, en una obra
de teatro o en un cuadro esté adelantado el futuro que deseamos antes
que en los decretos que emanan de gobiernos y parlamentos. El mundo de
la cultura adelanta el mundo que deseamos y lo hace posible. Lo hemos
dicho muchas veces: el socialismo no se decreta, y quien crea las
condiciones para que las leyes afiancen esa vida mejor es la cultura y
sus autores. Nuestro querido Gramsci sabía que si no se gana la batalla
de crear un nuevo sentido común, de nada sirve que asaltes el palacio de
invierno. Es verdad que no basta quedarse en las ideas y las
expresiones culturales y artísticas. En algún momento, esa nueva manera
de leer el mundo reclamará políticas públicas, leyes, quizá una nueva
Constitución.
Podemos ha nacido para hacer posible lo imposible. La fuerza que nos
dan las encuestas ha llevado a que nos intenten derribar como sea.
Cualquier cosa que digamos o hagamos es reinterpretada de la peor manera
posible. Somos objetivo militar a batir, y se intenta que digamos lo
que pueda generar protestas y enfado de personas o colectivos. Aunque no
tenga nada que ver con lo que pensamos. ¿Que a veces metemos la pata?
¡Claro! Y no hay ningún problema en reconocerlo cuando así sea. Pero el
grueso de los ataques tienen otras intenciones. Forma parte de la guerra
sucia de la vieja política. En mi caso concreto, nunca he dicho que los
artistas no puedan opinar de política. Estaría bueno. Es una mentira
que nace de un desafortunado titular de una agencia de prensa. En fin…
Quien quiera ser honesto debe escuchar el argumento completo, no
solamente la frase con la que arranca un comentario. No solamente el
mundo del arte tiene derecho a hacer política, sino que sin el mundo del
arte no va a haber cambio político. Pero que nadie nos obligue a que
nos interesen lo mismo las novelas de Vargas Llosa que sus incursiones
en la política. Y lo mismo ocurre con gente que ha ganado un espacio en
la opinión pública con su profesión y desde ahí salta a otros ámbitos
con desigual fortuna. Gilberto Gil fue ministro de cultura de Lula en
Brasil. Y mereció todos los elogios. Otros artistas, por ejemplo en
España, están de diputados (y sujetos a muchas críticas y también
celebraciones). Insisto: la política no pertenece a ningún grupo de
expertos. Todo lo contrario. Estamos hartos de los profesionales de la
política. Pero lo contrario tampoco es cierto. Que por estar fuera de la
política o de su reflexión profesional tienes siempre la razón. Hay
ángulos que convendría limar. Por supuesto que Norma Duval o Bertín
Osborne pueden encabezar la lista de firmantes de un manifiesto del PP.
Lo que preocupa es que tengan el poder de orientar el voto de nadie
solamente porque tienen reconocimiento en su profesión.
De nuevo con Gramsci: todos somos intelectuales. Todos trabajamos con
la inteligencia. Un profesor no es más que un fontanero o un tramoyista
(doy fe de que es bastante fácil que sea al revés). Pero unos tienen la
función de intelectuales y otros no. Es una cuestión de profesión. En
las profesiones uno se especializa. Todos sabemos de política y en
democracia todos debemos tener el derecho a defender de manera pública
nuestras ideas. Por eso, las cartas al director son una de las secciones
más valoradas de un periódico que se precie. Y en las cartas escribe el
pueblo llano (aunque los profesionales de la política quieran copar
también ese ámbito). Son un reflejo de la sociedad, a no ser que estén
manipuladas, claro. En cualquier caso, no todos los comentarios son
iguales. Basta echar una ojeada a twiter. ¿O tienen el mismo valor todos
los comentarios en las redes? Hay gente que piensa mucho lo que
escribe, que lee libros y revistas además de periódicos, que reflexiona,
que duda. Y otros que sueltan lo primero que se les pasa por la
cabeza. De ahí que los partidos sean “intelectuales colectivos” que
ayudan a tener criterio general pues nosotros solos no llegamos a todo. A
no ser que se conviertan en empresas maximizadoras de voto sin
ideología. Igual debiera ocurrir con los periódicos, aunque se han
convertido en buena medida en empresas de medios de comunicación y
confunden más que aclaran.
En conclusión, todos hacemos política y todos tenemos el derecho a
expresar nuestras opiniones. Es de desear, en cualquier caso, que quien
influya con sus posiciones políticas sea coherente. Tener derecho a
opinar no significa que te tengan que aplaudir cada vez que cuentes lo
que te viene en gana. Cada ciudadano tiene derecho a expresar lo que le
da la gana, pero lo que dices puede carecer de interés (algo a lo que
están sujetas también estas líneas). Especialmente cuando tu capacidad
de influir no viene de que seas un especialista en el campo sobre el
cual opinas, sino porque has tenido reconocimiento en tu ámbito
profesional. Cualquier actor o actriz esperan el aplauso del público
pero también esperan los dardos o abrazos de los críticos. Vivimos en
sociedades saturadas audiovisualmente y le damos una importancia absurda
al hecho de ser “famoso”. Si un afamado cirujano o un reconocido
bailarín o un cotizado actor o una dicharachera tonadillera dice una
tontería política, claro que tiene derecho a decirla, pero no deja de
ser una tontería. El que insistamos en que la política no es, ni por
asomo, lo que hacen los políticos no nos debe hacer perder de vista
estas cosas.
No todos los pueblos hacen los mismos esfuerzos por estar informados.
En España, aún tenemos mucho que avanzar en esa dirección. Ojalá
leyéramos tanta prensa como nuestros vecinos. Es impresionante la
coherencia política que tuvo Labordeta. La coherencia política de Lluis
Llach. Sin compartir sus posiciones, Willy Toledo es coherente, igual
que lo es Wyoming, Alberto San Juan o Luis Eduardo Aute (con quienes
comparto más cosas). La lista sería interminable. Otras personas muy
conocidas son, sin embargo, mucho menos coherentes en sus posiciones
políticas. Opinan de asuntos colectivos como si lo hicieran de su último
trabajo artístico. Y no están a la altura. Y como tienen mucha
relevancia, es importante recordarles que han opinado desde la
ignorancia. Como muchos políticos, qué duda cabe. Puedes presentar un
telediario y aprovechar tu fama para luego vender un champú. Son saltos
con sus riesgos.
En mi ámbito concreto de trabajo, la universidad pública, tenemos
abierta una profunda crítica sobre el triste papel de la academia en la
construcción de una democracia alternativa. A mí no se me ocurre decir
que a la sociedad le queda mucho y que la universidad, en cambio, está
para tocar campanas. Asumo como propias las críticas a la universidad. Y
creo que no ayuda nada la defensa corporativa de la universidad. Es
evidente que ni todos los universitarios estamos a la altura ni lo
contrario. Como le ocurre a cualquier colectivo. Incluidos los artistas.
Ninguna generalización hace justicia. Pocos recuerdan quién ha sido el
último premio nacional de novela, o de ensayo, o de poesía. Ojalá que
esa gente fuera la que tuviera el reconocimiento social como para que
los partidos les pidieran encabezar sus manifiestos. Nos queda mucho.
Prefiero a Angelina Jolie ayudando a niños que pidiendo el voto para el
Tea Party. Pero en asuntos de política norteamericana, me quedo con
Chomsky o Zinn. Ojalá vayamos construyendo en España una cultura
popular, plural y crítica, expresada horizontalmente por toda la
sociedad y defendida por cada ciudadana y ciudadano -que haga
imposible, por ejemplo, un espectáculo como el toro de la Vega- y que
termine con cualquier corporativismo que nos ayude a desterrar, con Gil
de Biedma, esa maldición que hace que la historia de España siempre
tenga que terminar mal. Si Podemos alcanza posiciones de gobierno, ojalá
que el mundo de la cultura no le entregue ningún cheque en blanco para
que no repitamos los errores de otros momentos de nuestra aterida
democracia. Asumamos que la crítica es precisamente quien construye una
esfera pública virtuosa. Y poco a poco, ir quitándonos todas esas
herencias que nos impiden volar.
Comiendo Tierra DdA, XI/2793
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