«Algunos de los momentos más orgullosos de la
historia del hombre son aquellos en los que este lucha contra lo inevitable»
Isaac Deutscher
Hermes
H. Benítez, desde Edmonton, Canadá
Como a las
seis y media de la mañana del 11 de septiembre, Allende es informado en la
residencia presidencial de Tomás Moro 200, mediante una llamada urgente del subdirector
de Carabineros, general Jorge Urrutia, que se ha producido el alzamiento de la
Marina en Valparaíso. De inmediato el Presidente pone en alerta a los miembros
de su escolta, y a las 7: 15 abandona Tomás Moro, conducido y protegido por su
guardia personal que, formado una caravana de cinco vehículos, se dirige a toda
velocidad a La Moneda. A las 7:30, con su fusil Kalashnikov AKSM al hombro (1),
el Presidente ingresa al antiguo palacio de Toesca, a ocupar se puesto de mando
y de combate. Es así como Allende acude a su cita con la historia, que será
también su encuentro con la muerte.
Basta leer
este relato, y recordar todo lo que hizo posteriormente, para darse cuenta que el
Presidente no improvisó ni uno solo de los pasos que daría aquel día, sino que cada
uno de sus actos fueron el resultado de un largo proceso de meditación y
reflexión previas, así como de sus experiencias del alzamiento militar del 25
de agosto de 1939, en contra del gobierno del presidente Pedro Aguirre Cerda,
conocido como el Ariostazo , y del frustrado
golpe de una parte del Ejército en contra de su propio gobierno, el 29 de junio
de 1973, denominado como el Tancazo.
Según lo relatara muchos años después Julio Soto, el GAP y chofer presidencial que
condujera el Fiat 125 en el que aquel día «volaran» rumbo a La Moneda por las
calles desiertas de Santiago, en desesperada carrera contra el tiempo, mientras
Allende le ordenaba que acelerara aún más la veloz y peligrosa marcha, mientras
repetía aquella frase cuyo significado Julio Soto no comprendió cabalmente
entonces: «Tenemos que llegar a La Moneda antes que ellos». (2)
Puesto que
Allende había decidido con mucha anticipación defender su gobierno desde La
Moneda (3), era imperativo que pudiera ingresar a su edificio antes de que los
golpistas, una vez en control de la situación, pudieran impedírselo por la
fuerza. La experiencia del Tancazo, en el que había estado lejos de los hechos en
la casa presidencial de Tomas Moro, le habían confirmado que era allí desde donde debía enfrentar un golpe
de las fuerzas armadas, «como en una fortaleza sitiada», en la certera frase de
Pierre Kalfon. A propósito de esto, Pedro
Vuskovic, el primer ministro de economía del gobierno popular, ha recordado que
«… apenas dos semanas después [del Tancazo], Allende se lamentaba de no haberse
encontrado el 29 de junio en La Moneda y haber obligado [a los militares
constitucionalistas] a disparar sobre la unidad insurrecta». (4)
Una vez en
el interior del palacio, Allende se dedicará a recabar información sobre la
magnitud y los detalles del alzamiento, por boca de sus colaboradores civiles y
militares, intentará movilizar a las organizaciones populares, barajará sus
posibilidades de poder controlar el golpe, rechazará airada y dignamente, cada
una de las presiones y ultimatums
golpistas, se encargará de organizar en La Moneda, la mejor resistencia armada
al asedio militar que le permitieron los limitados recursos bélicos y de
personal disponibles, se preocupará de proteger y salvarle la vida a las
mujeres que allí decidieron quedarse, entre las que se encontraban sus hijas
Isabel y Beatriz, y a cuanto partidario quiso abandonar el lugar, antes del
ataque por tierra y aire, se comunicará con su pueblo en 5 oportunidades, en la
cuarta de las cuales declaró: «Pagaré con mi vida la defensa de los principios
que son caros a esta patria», combatirá valientemente por más de cuatro horas y
media, y como si esto no fuera suficiente, nos dejó para la posteridad su inspirado
discurso de «las grandes alamedas», que es su testamento político y su denuncia
de la traición militar a la Patria, así como de los responsables civiles
internos y externos del golpe. (5)
¿Cuáles
eran las opciones que el Presidente visualizaba aquella mañana? Si sostenemos,
por ejemplo, como lo hace el historiador Patricio Quiroga Z., que Allende
barajaba solo dos posibilidades de salida a la crisis: el plebiscito y el
suicidio (6), simplemente no conseguiremos explicar, ni entender, los más
importantes detalles de su conducta aquel día. Por nuestra parte, creemos que
el Presidente, una vez que comprendió, después de las 8:30 hrs., que su suerte
estaba echada, al escuchar la primera proclama de la Junta que mostraba el alzamiento
unificado de las tres ramas de las FF.AA y de Carabineros, en contra de su
gobierno, debió contemplar una tercera posibilidad, más acorde con su
temperamento: morir luchando. Porque él pudo fácilmente haber muerto al ser
alcanzado por las balas, los cañonazos, o los rockets que su enemigos
dispararon sin la menor contemplación sobre el viejo edificio de Toesca, en más
de cuatro horas y media de tan intenso como desigual combate, durante el cual
Allende se expuso varias veces, temerariamente, y más allá de los límites de lo
razonable, al fuego graneado de las armas insurrectas, como lo ha contado el
doctor Jirón, quien tuvo la osadía de tratar de protegerlo de una balacera contra
la voluntad del Presidente.
Pierre
Kalfon, el siempre bien informado periodista de Le Monde, cuenta que aquella mañana Allende se había negado a ponerse
un chaleco antibalas, lo que fuera confirmado entonces por Isabel Allende, y muchos
años después, por varios miembros del GAP, quienes relataron este hecho en el
documental titulado Septiembre,
transmitido por Chilevisión el 27 de
junio de 2007.
Lo que todos
estos detalles muestran es que el Presidente ingresó a La Moneda con la firme
decisión de combatir hasta la muerte, aunque plenamente consciente de que si sobrevivía
a aquella desigual batalla, se quitaría la vida, tal como se expresa en aquella
petición que le hiciera al doctor Danilo Bartulín ese día, en el sentido de que
lo rematara si quedaba herido. Pero lo importante es comprender que la
autoinmolación no representaba para Allende otra cosa que una salida moralmente
digna, la que por obra de las circunstancias terminaría eligiendo, aunque sin
desearlo. Como lo dejara registrado para la historia el periodista Ignacio
González Camus:
«Yo le tengo mucho respeto al cargo de
presidente. Por respeto a mi propia dignidad de Presidente, no me veo en el
exilio golpeando puertas. Pidiendo ayuda por algo que no supe defender o que no
estuve dispuesto a defender hasta las últimas consecuencias.
… No es que yo no ame la vida. La vida me ha
dado muchas satisfacciones. Soy un hombre que ha sabido disfrutar de ella. (…)
Pero también entiendo que hay cosas superiores a esto»(7).
Esto hace de Allende un héroe trágico, pero no
en el sentido corriente en que se entiende la tragedia, esto es, como los
padecimientos de seres humanos marcados
por la fatalidad, ante la cual son víctimas casi totalmente impotentes, porque
en sus vidas todo estaría determinado de antemano. Pero Allende no fue una
figura trágica en tal sentido, sino que como la de los héroes que son capaces
de ser fieles a sí mismos y no perder su propia dignidad, en medio de las
condiciones más adversas, logrando así transformar su derrota y subyugamiento
ante fuerzas infinitamente superiores en una especie de victoria pírrica: esta
es la victoria en la derrota, distintiva de los héroes trágicos de todo los
tiempos. Porque el héroe trágico debe enfrentar circunstancias que no puede
cambiar, tal como Allende enfrentó la voluntad golpista de terminar con su
gobierno y muy probablemente también con su vida, pero ante aquella brutal
amenaza Allende pudo haber adoptado una variedad de respuestas, tales como escaparse en un
avión y buscar refugio en un país amigo, refugiarse en una embajada, o entregar
el mando y rendirse ante sus enemigos. Allende no optó por ninguna de aquellas comunes
opciones, sino que eligió la denuncia de los golpistas y la resistencia armada
en La Moneda. Y cuando comprendió que ya no era posible seguir luchando sin
precipitar la muerte de todos sus compañeros, los conminó a deponer las armas y
a rendirse, mientras él eligió la muerte por su propia mano, antes que entregar
el poder que legítimamente le había conferido el pueblo chileno, y ser vejado y
asesinado por aquellos que traicionaron a la patria.
La actitud
consecuente y valerosa del Presidente, no siempre adecuadamente comprendida por
sus propio partidarios, de no rendirse ni entregarse vivo a los golpistas,
condenó en el mismo acto a la bancarrota moral a quienes se alzaron en armas en
contra de su gobierno. La superioridad ética de la conducta de Allende puso de
manifiesto la bajeza moral de sus enemigos, a los que deslegitimó para siempre,
política y moralmente, ante la faz del mundo y de la historia.
Es
innegable que no ha existido un solo chileno, ya sea en los ámbitos de la
literatura, el arte, la ciencia o la política, quizás si con la sola excepción
de nuestro eximio poeta Pablo Neruda, que haya concitado la atención, el
interés y la admiración universal que despertó el presidente Allende, quien tiene
asegurado un lugar de honor en la historia de Chile, así como en la historia de
las luchas libertarias de los pueblos del Tercer Mundo. Los valores por los que
dio su vida, su sentido de la dignidad y del honor serán apreciados y emulados
mientras haya en el mundo hombres y mujeres amantes de la consecuencia, la
virtud y la justicia.
Porque
aquel trágico día de hace ya 41 años el
Presidente Allende tuvo el valor, la presencia de ánimo y la visión de
preocuparse del significado y la transcendencia moral, política e histórica, de
cada una de sus palabras, acciones y gestos, y ello no solo porque comprendió
desde el primer momento que se estaba jugando allí su lugar en la historia de
Chile y América, sino porque supo anticipar con gran lucidez que su combate y
muerte en La Moneda se constituirían en una poderosa bandera de lucha en contra
de la dictadura, y en el ejemplo y guía de los futuros combates populares. Y en
esto Allende fue un visionario, porque bajo la superficie de los
acontecimientos políticos del Chile actual pueden percibirse aún los logros,
las tareas, y el legado de Presidente, que siguen presentes, de una forma u
otra, en cada una de las batallas que se vienen dando en nuestro país para
poder terminar con la nefasta herencia de la dictadura, desde que él ingresara a
la historia «por la puerta ancha», como lo señalara Carlos Jorquera.
Notas.
1. Véase: Hermes H. Benítez, «El fusil de Allende no era un AK 47», piensaChile, 25 de julio de 2011.
2. Jorge Luna, Salvador Allende: «Tenemos que llegar a La Moneda antes que
ellos», Equipo Nizkor.
3. Véase: Hermes H. Benítez, «El temple moral del presidente Allende»,
piensachile, 6 de septiembre de 2013.
4. Pedro Vuskovic, Una sola lucha, México D.F., Editorial Nuestro Tiempo, 1978, pág.
77.
5. Véase: Hermes H. Benítez, Las muertes de Salvador Allende,
Santiago, Ril editores, 2007, capítulo 9.
6. Patricio Quiroga Z., Compañeros. El GAP: la escolta de Allende,
Santiago, Aguilar, 2001, pág. 141.
7. Ignacio González Camus, El día en que murió Allende, Santiago,
Cesoc, Ediciones Chileamérica, 1988, pág. 404.
DdA, XI/2789
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