Aparte de felicitar a mi colega Begoña Huertas por el excelente artículo que publica hoy en ElDiario.es y de celebrar con ella la publicación de la inolvidable memoria de la revista Triunfo en edición digital -tal como en su día sugerimos con ocasión de una referencia a su historia y significación-, este Lazarillo se siente culpable de no haber anotado los apellidos de Marisol y Marga en cada una de las ocasiones en que se refirió a Antonio Aramayona, el infatigable activista en pro de una educación pública y laica, que desde hace más de catorce meses está apostado ante el portal de la consejera de Educación del gobierno aragonés. Estas dos mujeres, que vienen acompañando a Antonio durante algunos meses menos, se merecen ciertamente sus respectivos apellidos, que en el caso de Marisol creo que es Ibáñez y en el de Marga es Rivas. Lo lamento y prometo enmendar esa involuntaria elusión cada vez que vuelva a referirme a ellas en lo sucesivo, pues las dos, como mi admirado y querido Aramayona, tienen apellido y mantienen una actitud con la que me solidarizo plenamente:
Begoña Huertas
Una buenísima noticia con la que me topé navegando por Internet: la reaparición digital de la revista Triunfo
–un referente del pensamiento de izquierdas y símbolo de la resistencia
antifranquista durante las décadas de los 60 y 70–. Gracias, entre
otros, a la Universidad de Salamanca, los contenidos de esta mítica
publicación ahora pueden consultarse en la Red: triunfodigital.com.
Las mejores firmas de la época pueden encontrarse allí. En el número
cuya portada he escogido para ilustrar esta columna, escriben, por
ejemplo, Martín Gaite, Almeida, y sus compañeros Carlos y Manuel.
Está bien, ¿has percibido algo extraño en la frase anterior? En efecto,
no se entiende el sintagma final "Carlos y Manuel". ¿Quiénes son esos
señores y por qué me refiero a ellos por su nombre de pila?
Ahora que he conseguido tu atención, lector, confieso que este comienzo
ha sido un recurso para hacerte llegar hasta aquí. Podría haber
titulado directamente: "Otra maldita columna sobre el feminismo", pero
me temo que entonces alguno de vosotros no habría ni comenzado a leer;
para qué, si ya sabemos y estamos todos de acuerdo. Y sin embargo lo que
me interesa precisamente es que ese público feminista que no duda de su
apoyo a la causa de las mujeres lea lo siguiente: "...la lucha (contra
la privatización de la educación) que vienen desarrollando en este
sentido y desde hace más de un año Aramayona y sus compañeras Marga y
Marisol". Quien habla así es alguien tan inteligente y sin duda
contrario a toda discriminación como el eurodiputado Pablo
Echenique-Robba. En su último texto publicado en este diario ( aquí),
mi admirado compañero columnista hace referencia a Antonio Aramayona,
definiéndole como "conocido activista y profesor". Bien, pero, ¿quiénes
son esas "Marga y Marisol" a las que menciona? No conocemos ni parecen
importar sus apellidos. No sabemos quiénes son ni a qué se dedican. Son
"sus compañeras".
En un reciente y muy interesante artículo, Beatriz Gimeno ( aquí)
utilizaba una manera (desgraciadamente) muy acertada de describir la
situación –mejorada sí, resuelta no– de las mujeres en la sociedad
actual: se trata de la presencia en actos o asociaciones de mujeres
"puestas al peso". Ellos son siempre las mismas caras, ellas parecen ser
intercambiables. En ese mismo sentido nunca olvidaré a dos locutores
que hacían apuestas sobre el próximo Premio Príncipe de Asturias de las
Letras y aseguraban que se lo darían a Fulanito de Tal (realmente no
recuerdo el nombre) o a "alguna señora". Literal.
Y
hablando de literalidad hay ahora un empeño insoportable por dirigir el
foco de atención al género en el lenguaje. Desde el mítico "miembros y
miembras" hasta la pesadez de "escritores y escritoras" o el horror de
hablar de "fenómenas" (¡!), estamos estancados en ese absurdo plano sin
darnos cuenta de lo que está provocando en las generaciones más jóvenes.
Hoy no es extraño que muchas niñas adolescentes consideren el feminismo
como una actitud indeseable equivalente al machismo. Y eso me parece
algo muy serio. Porque además también en ese segmento de población se
reciben con la mayor naturalidad tonterías como las de las WAGs,
acrónimo de "Wives and Girlfriends", un término usado para designar a
las esposas o novias de futbolistas famosos. Mujeres que, en cualquier
caso, además de toda su tontería (la misma que ellos), suelen tener una
carrera y buenísimos puestos de trabajo. No son "la señora de" y sin
embargo aquí estamos, en el siglo XXI, ninguneando su singularidad y,
como decía Gimeno, poniéndolas o valorándolas "al peso".
"La revolución será feminista o no será" es un eslogan que ha hecho
sonreír con condescendencia a muchos machistas e incluso a muchos que no
aceptarían tal calificativo para sí mismos. Pero no hay nada más cierto
que lo que se afirma en esa frase. Porque ¿puede dársele la vuelta a la
sociedad manteniendo la desventaja de la mitad de individuos que la
componen respecto a la otra mitad? La respuesta me parece obvia.
En realidad todo esto –el germen de este artículo, quiero decir– empezó
cuando Luis Magrinyà llamó la atención a través de las redes sociales
de este titular de El Mundo: "El religioso con ébola y la monja,
repatriados en el avión de Rajoy". "¿Y la monja?", se preguntaba
Magrinyà. Era cierto, ¿"la monja"?, ¿qué monja? Se había hablado siempre
del religioso, el sacerdote, el español con nombre y apellidos, Miguel
Pajares, pero… ¿la monja? ¿De dónde había salido? Ahí aparecía de golpe,
un poco al peso, un poco genérico, la monja, como la mosca, la cosa,
qué más daba, como algo que acompañaba al hombre, en todo caso.
Frente a esta monja genérica recordé a "La Monja" que hace furor
últimamente, esta sí con nombre, apellidos, apodos, y todas las
características singulares que uno quisiera añadirle, aunque ya lo hace
ella en su perfil de Twitter: "Sor Lucía. Dominica Contemplativa. Dicen
que soy una monja inquieta e inquietante". Sor Lucía, monja de clausura
(yo no entiendo su clausura. Si está en todo programa de radio o TV), ha
escrito un libro, vende productos ecológicos, ejerce de tertuliana,
tiene 131.150 seguidores en Twitter y trabaja como gestora de la
Fundación Rosa Oriol, de la empresa Tous, constituida para ofrecer ayuda
a las personas "expulsadas del sistema y que no pueden vivir con
dignidad", como afirman en su web. Sor Lucía no es una monja, ni
siquiera es una mujer, sor Lucía es una marca.
No
tengo nada en contra de sor Lucía, pero al hilo de esta reflexión sí me
gustaría destacar algo. ¿La única manera que tienen las mujeres hoy para
significarse es convertirse en marca? ¿Para salir del kilo de garbanzos
hay que entrar –y no solo entrar, sino ganar– en el juego político?
Entonces, como decía, el eslogan "la revolución será feminista o no
será" no me parece tan tonto.
En la portada del número de la revista Triunfo
dedicado a las mujeres que abre este artículo se preguntan cosas que
todavía hoy están por responder. El "Carlos y Manuel" a los que me
referí al principio son nada menos que Castilla del Pino y Vázquez Montalbán, con dos artículos extraordinarios sobre el tema. Terminemos con la buena noticia. No os los perdáis.
ElDiario.es DdA, XI/2.770
1 comentario:
Marisol Ibáñez y Marga Ribas han sido denunciadas y sancionadas una vez y llevadas a juicio con Antonio por desobediencia a la autoridad. Tienen el enorme mérito de haber estado en el portal de la Consejera aragonesa de Educación siempre que han podido y sus obligaciones profesionales y familiares se lo han permitido. sería, no obstante, injusto ceñirse solo a tres personas, pues por el portal han pasado multitud de personas más, mujeres y hombres, y en algunos casos su presencia es de enorme tamaño.
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