Antonio Aramayona
No soy un enfermo terminal, tampoco una persona depresiva con
fantasías suicidas. Solo deseo manifestar aquí y ahora que solo yo tengo
el derecho inalienable de decidir sobre mi propia vida y mi propia
muerte. Ni dioses, ni clérigos, ni jueces, ni nadie, por muy
biempensante o poderoso que se precie, pueden decidir sobre mi vida y mi
muerte. Haciendo mías las palabras de Nietzsche, "esta es la muerte que
deseo: la muerte libre, que viene a mí porque yo quiero".
Me
gusta vivir y amo la vida sobre todas las cosas. Por eso mismo rechazo
que algunas personas falaces hagan preguntas capciosas como "¿está usted
a favor de la vida?", pues su interés es llevarme a sus posiciones
reaccionarias o declararme partidario de la muerte. Esa gente ignora que
la vida no consiste solo en poder respirar, comer, dormir y defecar,
pues existir debería ser siempre un acto permanente de gozoso,
consciente y libre zambullirse en la aventura del vivir. Una botella o
un lapicero son lo que son, están definitivamente terminados, pero los
seres humanos estamos siempre por hacer: cada instante decidimos qué
hacemos con nosotros mismos, incluso echarnos a perder. En resumidas
cuentas, por amor a la vida, puedo y quiero decidir vivir libre y
dignamente, también morir bien, libre y dignamente. La libertad es ni
más ni menos que el ejercicio de ese decidir incesante. La vida es
libertad. Por eso reivindico mi libertad de decidir también cómo vivir y
morir.
Quisiera vivir entre seres humanos libres en la vida y en
la muerte. Nada temo, salvo el rostro del dolor cuando aparece
implacable. Quiero vivir en plenitud cada uno de los momentos que me
restan, amo la vida con todas mis fuerzas, y así converso amistosamente
con la posibilidad de acabarla cuando concierte con ella que ha llegado
el momento.
Afirmo aquí y ahora: a) que el derecho a una muerte
digna es la continuación natural del derecho a una vida digna, b) el
derecho inalienable de cada persona a disponer libre y responsablemente
de su propia vida, c) el imperativo ético supremo de la libertad de
conciencia de cada persona para decidir el momento y las circunstancias
de su muerte digna y d) la ilegitimidad por parte de cualquier ideología
para entrometerse, suplantar o negar la conciencia, la libertad y el
derecho de cada persona a decidir y disponer sobre su propia vida y su
propia muerte.
Cuando llegue el momento del acabamiento, sentiré
sobre todo mi amor a la vida. Y si alguna vez he ayudado a alguien a
morir bien, ha sido un inequívoco acto de amor. Se puede dejar libre y
responsablemente la vida sin tristeza, sin temor, solo con quietud y por
amor a la vida. Por eso necesito manifestar aquí y ahora mi amor a la
vida y mi apasionada amistad con su posible acabamiento, cuando el sol
decida descansar más allá de la línea de mi horizonte.
Maravilloso
anhelo el de morir un día rodeado de amigos amantes de la tierra.
Fecundo deseo el de volver a la tierra para volver a ser tierra como
acto definitivo de amor a la tierra. Y entretanto, amar apasionadamente
la vida, los derechos y las libertades de todos y cada uno de los seres
del mundo.
(En memoria de Robin Williams)
(En memoria de Robin Williams)
DdA, XI/2.774
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