Entre los materiales más valiosos de su archivo, este Lazarillo cuenta con la voz del brigadista austriaco Gerhard Hoffmann, que algún día espera publicar en este DdA, a falta del libro rechazado por varias editoriales. Esa voz, cálida y afable, es la de su memoria, expuesta en varias tardes de conversación en el pueblecidto austriaco donde residía hasta su fallecimiento en los primeros días del mes pasado. A falta de esa publicación, este DdA inserta hoy la interesante entrevista con Hoffmann dada a conocer por Periodismo Humano:
Tras cerca de tres horas repasando su biografía en un perfecto
castellano trufado de giros latinoamericanos, Gerhard Hoffmann (Viena,
1917) atribuye su longevidad y su agilidad mental a los diez años de
hambre que le tocó sufrir en los años treinta y cuarenta del pasado
siglo.
“Mire, en aquel momento todos los jóvenes que estuvimos comprometidos
con la política teníamos una orientación muy clara: A un lado estaba el
fascismo que conocimos, que vimos cada día, que experimentamos en el
colegio, donde nos obligaban a hacer ejercicios militares y a participar
en las actividades de las juventudes fascistas austríacas. Y, bueno,
pues la cárcel era un motivo particular: combatir a los que nos habían
metido presos. Y eso en un tiempo en que el país, como toda Europa,
pasaba hambre y miseria por la crisis.
Viena
Emulando a su hermano mayor, el también brigadista internacional
Wolfgang Hoffmann (Viena, 1912), a quien solía acompañar a las reuniones
del KPÖ (Partido Comunista Austriaco), Gerhard Hoffmann decidió unirse a
las Juventudes Comunistas Austríacas (KJV) a la edad de quince años.
Su hermano Wolfgang, que se convirtió en militante comunista mientras
trabajaba como marinero en Alemania y murió en el campo de concentración
de Groß-Rosen en 1942, ejerció en el joven Gerhard una influencia
decisiva.
A los diecisiete años, Gerhard Hoffman participó en el Levantamiento
de Febrero de 1934, que enfrentó a socialdemócratas y comunistas con una
alianza de conservadores y fascistas y precipitó el ascenso del
austrofascismo.
Participé de una forma un poco rara porque habían puesto a mi grupo
de la KJV a disposición del Schutzbund (organización paramilitar
controlada por el Partido Socialdemócrata austríaco), que estaba
preparado para resistir a la policía en su puesto. Me dieron un fusil y
me pusieron de centinela en una esquina. Después de media hora, me di
cuenta de que los del Schutzbund se habían ido a casa y nos habían
dejado a los dos compañeros comunistas solos, con el fusil en la calle.
Si me hubieran cogido con el fusil, hubiera sido ejecutado sumariamente.
Hubieran podido condenarme a muerte.
Bajo el austrofascismo de Dollfuss y Schuschnigg, Hoffmann se
convirtió en un habitual de la Liesl, la prisión de Elisabeth-Promenade
en Viena donde fue encarcelado en cuatro ocasiones: la primera vez fue
arrestado por error al ser confundido con un militante nazi; la segunda
vez pasó tres semanas entre rejas; la tercera vez fue encarcelado
durante cinco semanas junto a su amigo Ferdinand Hackl por llevar a cabo
acciones de propaganda. Ambos iniciaron una huelga de hambre para
mejorar las condiciones de vida en la prisión. Sin embargo, los cargos
se tornaron más serios el 8 de Febrero de 1937, cuando fue condenado a
cinco años de cárcel por alta traición tras ser sorprendido
distribuyendo diarios clandestinos de contenido revolucionario que
invitaban a derrocar al gobierno fascista.
No había nada que hacer. El juez tenía instrucción de las medidas que tenía que tomar. Las órdenes venían dictadas desde arriba.
Partida hacia España
Liberado un año más tarde gracias a una amnistía política, Gerhard
Hoffmann abandonó Austria con la idea de combatir el fascismo en España y
unirse a las Brigadas Internacionales.
El motivo principal para ir a España era combatir al fascismo que
había conocido en Austria. ¿No es suficiente eso? Lógicamente, tenía
motivos personales también. Tenía una afinidad muy estrecha con España y
un aprecio muy fuerte por todo lo español, todo lo hispánico. Había
aprendido el idioma, un poquito ya, en la cárcel. Mi padre me había
llevado ‘Mil Palabras en Español’ y suelo contar que la primera frase
española que aprendí fue “qué bonito es el trabajo visto desde lejos,”
dice con una pícara sonrisa.
Partió primero hacia Checoslovaquia y desde allí atravesó Alemania
con un pasaporte checoslovaco mal falsificado en el que la fotografía
correspondía a un hombre que había superado ampliamente los veinte años
que Hoffmann contaba en aquel momento. Llegó a París e inmediatamente
se dirigió a la casa de la CGT (Confederación General de Trabajadores),
donde estaba la acogida de los voluntarios. Tras un breve examen médico,
le encargaron llevar a un grupo de cuatro voluntarios (un rumano, un
abogado americano, un italiano y un alemán) a Perpignan para
posteriormente atravesar la frontera con España.
Durante el viaje de París a Perpignan, que era muy largo,
preguntamos, contamos nuestros motivos para ir a España. Pues el alemán
dijo yo para conseguir la gloria militar. Los demás, el americano, el
italiano, todos decían para luchar contra el fascismo. No sé qué le
habrá ocurrido en España; no creo que haya tenido mucha gloria.
Hoffman llegó a España en Junio de 1938, en un momento de moral
decaída. Había hambre en Cataluña. La gente pasaba miseria. La economía
estaba completamente destrozada, no había ni jabón, ni papel. No había
nada porque, con la guerra y las consecuencias de la guerra, la
producción estaba toda parada y había hambre.
Entre las Brigadas Internacionales, sin embargo, la moral estaba muy
alta, porque todo el mundo tenía un motivo muy claro por el cual
luchaba.
Tras un breve periodo de entrenamiento, le fue entregada un arma y se le trasladó al frente.
¿Qué sintió cuando entró en combate?
Fue desastroso. Era el colmo de la batalla del Ebro y había una
confusión terrible. Eran los días de la cota 481 donde se luchaba metro a
metro y no se ganaba ni un metro y la región era muy rocosa. He estado
de vuelta hace tres años y lo he vuelto a ver. Era junio o julio y
hacía calor, con el suministro mal organizado porque había que traerlo
atravesando el río para que llegara al frente. Pero me encontré con mis
compañeros de Viena con los mismos que habíamos formado nuestro grupo.
Los austríacos estaban en el cuarto batallón de la XI brigada y a mí me
metieron como herencia de mi hermano en transmisiones. Tenía que tender
cables telefónicos de comunicación. Sin embargo, la orden de retirada de
Negrín me cogió a los pocos días. Me tocó muy poco heroísmo. Hubiera
sido suficiente para que me pegaran un tiro. Para eso era suficiente una
hora. Creo que la orden fue dada el 23 de Septiembre de 1938.
Retirada
Entre la orden de retirada y la frontera francesa hubo aún combates.
Cuando los fascistas avanzaron en dirección a Barcelona a finales del
38, después de terminar la batalla del Ebro, se nos pidió volver a tomar
las armas y, lógicamente, fuimos voluntarios. Hubiéramos podido
rehusar, como los oficiales, pero casi todos aceptaron y formamos un
frente en Granollers, pero el frente no servía ya y estaba roto,
teníamos poco armamento y los fascistas tenían nuevas armas llegadas de
Italia y Alemania.
Antes de llegar a la frontera hubo un incidente en un pueblo de
montaña. Yo no estaba allí, pero el incidente fue muy alarmante porque
por muy poco fusilan a un grupo de compañeros austríacos ya que parece
que les habían ordenado formar una resistencia en un lugar poco idóneo
para resistir y no concebían la idea de sacrificar la vida en el último
momento no para ganar la guerra o para salvar Barcelona, sino para nada.
Era una resistencia fútil, quizá para que se retirase un grupo de altos
funcionarios o generales…pero nada real. Y este incidente ha ocasionado
una serie de riñas después de la guerra, incluso se excluyó del partido
a dos o tres porque se consideraba una especie de deserción. A mí no
me tocó porque había cogido un camino derecho a la frontera y había
escapado porque a mí nadie me propuso hacer un frente. Me encontré a
Luigi Gallo que me saludó y me dijo tú eres uno de los pocos que han
servido a la República hasta el final. Yo le miraba y no sabía de qué
hablaba, pero fue una pura coincidencia que yo no recibiese la orden de
resistir.
Francia: Saint Cyprien, Gurs, y Argelés
Los brigadistas internacionales austríacos fueron obligados a
entregar las armas en la frontera con Francia y fueron conducidos a
golpes y gritos por la Garde Mobile francesa al campo de prisioneros de
Saint Cyprien: una playa cercada por alambradas y azotada por el frío
viento de Febrero donde había una barra de pan para cada veinticuatro
reclusos.
Durante los tres años siguientes, Hoffmann fue internado
sucesivamente en los campos de Saint Cyprien, Gurs y Argeles y afirma
que la solidaridad fue lo que le mantuvo vivo: Siempre estuvimos juntos
unos 250 austríacos y nos mantuvimos siempre muy solidarios. Tuvimos
nuestra comunidad. Repartimos lo poco que teníamos entre nosotros.
Hicimos cursos en el campo de Gurs y teníamos bastantes actividades
culturales. Había cursillos de francés, de matemáticas, de historia
lógicamente, porque la mayor parte de los austríacos eran obreros y
tenían por tanto una educación pobre. Habían pasado ocho años de escuela
primaria y secundaria y no más. Tengo que admitir que yo no participaba
en los cursillos. Yo había estado en el Gymnasium y esas cosas ya las
sabía o creía saberlas.
¿Existe solidaridad en esas circunstancias, hasta en lo más duro?
Sí, había mucha solidaridad entre nosotros, entre todos, sobre todo
en Gurs. Pasamos dos meses juntos con los cubanos, que cantaban y
bailaban. Para entretenernos, nos asomábamos a las barracas cubanas y
siempre había movimiento. La cocina era común. Una semana cocinaban los
cubanos y otra los austríacos. Cuando los cubanos cocinaban, no había
mucho surtido de comida, pero había bacalao, que era muy salado y a
nosotros no nos convenía, pero a los cubanos sí, estaban encantados.
Entonces, les dejamos nuestra ración de bacalao y en la semana austriaca
los austriacos hicimos Knödel y los cubanos los usaron para tapar las
grietas de sus barracas.
Me acuerdo todavía cuando una mañana de abril, y hacía aún bastante
frío, miramos por los agujeros el ambiente gris que había, muy húmedo,
la llanura de los Pirineos y nosotros con las mantas en la cama, pero
miramos por las ventanas y vimos a los cubanos desnudos echándose agua
el uno al otro y haciendo su gimnasia… formidable, tenían una moral
formidable.
Escapó de Gurs e intentó pasar de nuevo a España para dirigirse a
Portugal, pero la estricta vigilancia que las tropas alemanas ejercían
sobre la frontera le disuadió y condujo a trabajar como leñador y
campesino en un pueblo cerca de los Pirineos. Sin embargo, la
gendarmería francesa le arrestó de nuevo a finales de 1943 y le trasladó
a un campo de prisioneros con vistas a ser entregado a las autoridades
alemanas junto a otros dos o tres mil prisioneros.
El azar quiso que le hicieran ayudante del responsable de la oficina
del campo, un español que le facilitó un documento de identidad bajo el
nombre de Alejandro Giral Ofman. Gracias a este ardid, Hoffmann evitó
ser deportado a Alemania y, junto a 30 compañeros, fue puesto a trabajar
en una fábrica de municiones que sería bombardeada y destruida poco
después por una escuadrilla británica. Los prisioneros que trabajaban en
la fábrica, la mayoría de los cuales eran españoles, aprovecharon la
confusión para saltar las alambradas y huir al pueblo más cercano. Una
vez allí, le ofrecieron infiltrarse en el cuartel general alemán para
hacer propaganda anti-nazi en lo que Hoffmann describe como una “misión
suicida.”
Fue interesante, porque no podía presentarme con el alemán como lo
hablo. Me inventé un alemán afrancesado. El tiempo que uno necesita para
componer una frase en otra extranjera lo utilicé para convertir mi
alemán en un mal alemán francés. Entré como carpintero. Lo primero que
me dijeron fue que me las compusiese yo mismo. No había herramientas y
era casi imposible conseguir herramientas en Francia en 1943. Además,
tuve que pasear con un oficial alemán por las tiendas del pueblo, una
pequeña ciudad, para comprar y tenía vergüenza de pasear en un momento
en que los alemanes eran los enemigos. Un compañero francés y yo
instalamos un taller frente a las letrinas de los alemanes. Allí se
reunían los pobres reclutas para recogerse un poco del servicio, que era
muy duro. Recuerdo a un oficial que ordenó a dos reclutas que cavasen
alrededor suyo sin tocarle. Quería quedar con los pies por encima del
terreno. Y los pobres estaban allí sudados, hambrientos, cansados. En la
letrina podían hablar. Comentaron entonces las penas que estaban
pasando en dialecto austríaco. Ese fue el momento cuando yo ya no pude
contenerme y dije ‘Kinder kummts her do!’ (Niños, venid aquí!)…(Risas)
Un carpintero español que hablaba en dialecto austríaco… hicimos
amistad. Pero fue un riesgo innecesario.
Retorno a Austria
Tras realizar algunas acciones (sabotajes, trabajos de propaganda y
el asalto a un cuartel alemán) para la Resistencia, Gerhard Hoffmann se
trasladó a Bélgica al final de la Segunda Guerra Mundial para reunirse
con su familia, que había buscado refugio en Bruselas. Sin embargo, el
anhelado reencuentro nunca llegó a producirse: su padre y su hermano
mayor Wolfgang fueron arrestados y trasladados a campos de concentración
en Francia. Su madre, que había sobrevivido casi toda la guerra en
Bruselas, fue arrestada y deportada en Mayo de 1944, poco antes de la
liberación. Su rastro se perdió de camino a Auschwitz.
Todos los austríacos que luchamos en España y Francia teníamos la
idea de volver y de instalar una Austria socialista. Habíamos imaginado
que después de la guerra volver era la única solución. La posguerra fue
muy mal. El hambre en Viena en 1945 y 1946 era muy duro, pero como ya
estaba acostumbrado a pasar hambre pues no me afectó demasiado. (Risas)
Teníamos una organización que seguía ahí, pero lógicamente ya no era lo
mismo que antes. En Viena, había oficiales de policía, que en aquel
entonces estaba bajo control soviético, que no mostraban solidaridad.
Había solidaridad en el sentido de que si necesitabas algo y un
compañero estaba en un cargo definido desde el que podía ayudar, te
ayudaba. Pero había casos dónde no. Me acuerdo por ejemplo que una vez
me llegó un venezolano, expulsado de Venezuela que entonces estaba bajo
un régimen dictatorial, y estaba prácticamente de refugiado aquí y quise
ayudarle. Fui a la policía de extranjería, dónde había un compañero
nuestro, Julius Schindler, mi teniente en España. No me ayudó. Eran los
momentos de la desconfianza. Todos tenían miedo de que alguien se
infiltrara.
Al antiguo alcaide de la prisión de Elisabeth-Promenade lo encontré
después de la guerra nuevamente instalado en su puesto, porque él había
sido antes anti-nazi lógicamente como empleado del régimen Dollfuss (el
régimen de Dollfuss combatió a nazis y comunistas por igual, prohibiendo
ambos partidos, ya que los consideraba una amenaza) y entre tanto había
pasado dos años en Dachau, donde se encontró con Ferdinand Hackl (gran
amigo de Hoffmann y brigadista en España). En aquel momento, en 1946,
los griegos dominaban el mercado negro, cuyo centro estaba delante de la
Karlskirche, en la plaza de Resslpark. De vez en cuando les arrestaban y
metían presos y como en 1946 las condiciones eran muy malas, todo el
mundo pasaba hambre y ellos en la cárcel peor todavía. Se habían
quejado. En aquel momento Viena estaba ocupada por las cuatro potencias.
Yo, como intérprete de un teniente americano, visité a la prisión y
salieron los griegos chillando Ay! Ay! Ay! a la griega y entonces
apareció el alcaide. No me reconoció ni yo dije nada tampoco. Encuentros
raros.
Socialismo: Fe y decepción
Pese a la caída de la Unión Soviética en 1989, un evento que, según
Hoffmann, hizo añicos las esperanzas de muchos militantes que creían en
la consecución de una sociedad verdaderamente socialista, Gerhard
Hoffmann nunca ha perdido sus convicciones.
El socialismo tiene que ser una realidad si la humanidad quiere
sobrevivir. El mundo no se rompe por la desigualdad, sino que se rompe
porque el sistema en que vivimos está basado en principios irracionales.
Yo creo en el socialismo tanto como antes o más todavía, solo que las
fallas humanas, las pequeñas y grandes fallas humanas, han de ser
superadas. Yo he estado algunas veces en la Unión Soviética y he estado
sólo dos veces en la República Democrática Alemana y cada vez un día que
me sobraba. No me gustaba, no me ha gustado. El problema eran las
ambiciones personales, los celos personales, las fallas humanas que
todos tenemos.
Tengo confianza en el pueblo cubano. De los que hoy viven en Cuba,
hay muy pocos los que conocen otro sistema y no pueden comparar, pero
muchos dicen “sí, sabemos de nuestros padres como han vivido” y hoy
reconocen que la sociedad no les abandona. Tienen sus escuelas, tienen
su sustento, tienen la salud asegurada. Las fallas humanas existen allá
como en todas partes, no se eliminan tan fácilmente, pero hay un poco de
esperanza. Mi hija era directora del ACNUR para América Central. Tenía a
Cuba a su cargo y fue varias veces allí. Cuba le impresiona por eso:
por la seguridad que tiene la gente en cosas esenciales que en América
Latina no es común. En los demás países los jóvenes y los niños van
pidiendo limosnas, la gente no tiene techo y es miserable.
En los años ochenta, ya sexagenario, Hoffmann fue como voluntario a
Nicaragua en tres ocasiones. Se dedicó a construir casas en un país
desprovisto de todo en el que los nicaragüenses estaban contentos si los
voluntarios les dejaban ropa al partir. A su regreso a Austria, se
dedicó a recoger ropa y otros utensilios para enviarlo a los
sandinistas.
Como todo el mundo, los sandinistas tenían sus debilidades, pero
también tenían ideales. Se habría podido hacer algo. Fue una decepción,
la decepción acostumbrada.
Significado de la Guerra Civil española
¿Qué significa para usted España y la experiencia de la guerra civil?
Para mí la Republica era el símbolo de todo lo que un pueblo puede
alcanzar en su carrera por la libertad. Yo en ningún momento he dudado
del pueblo español y de su capacidad de instalar un régimen liberal o
digamos un régimen más justo. Desgraciadamente tuvimos que esperar hasta
el 75, hasta la muerte de Franco, pero durante todo el tiempo del
franquismo hicimos todo lo posible para mandar ayuda a España para
ayudar a los españoles emigrados. Tras la liberación de Mauthausen, hubo
un grupo bastante grande de españoles. Habían sido liberados. Algunos
se quedaron en Austria, se casaron aquí, se instalaron en Viena, y con
ellos tuvimos buenas relaciones.
Periodismo Humano DdA, XI/2.761
No hay comentarios:
Publicar un comentario