jueves, 31 de julio de 2014

LA DESGARRADORA DEUDA QUE DEJAN LOS SUICIDAS POR DESAHUCIOS

Ana Cuevas

Desde que empezó la crisis, los intentos de suicidio se han multiplicado de manera alarmante. Hay estudios que señalan que más de doscientas personas al día toman esta decisión en nuestro país. Un gran número entre ellos, empujados por la ansiedad y el terror absoluto que padecen por la falta de trabajo, los desahucios y los problemas económicos en general. Y algunos lamentablemente lo consiguen, como Gustavo o Amparo. 

El primero, padre de dos niños pequeños, iba a ser desahuciado de su casa por una deuda bancaria. Gustavo luchó, fue miembro activo de la PAH de Granada y buscó un acuerdo con el BMN que le permitiera salvar el techo de sus hijos. Sin embargo, la entidad bancaria (que casualmente ha recibido en los últimos años 1600 millones en ayudas del Estado) hizo gala de su casta carroñera rechazando cualquier tipo de negociación. 

Amparo vivía su tragedia en silencio. Con apenas 45 años, tenía a su cargo una familia numerosa compuesta por varios hijos y dos nietos. Se suicidó al día siguiente de recibir la orden de desahucio de la EMV (Empresa Municipal de Vivienda de Madrid). Su deuda ascendía a 900 euros. Se rumorea que la EMV no quiere renegociar estas pequeñas deudas ni que le sean abonadas y procede a los desahucios para justificar la privatización del organismo.

No hace mucho que el TJUE ha emitido una sentencia que dice que nuestra actual ley hipotecaria viola los derechos fundamentales de las personas y deja al deudor en una posición de indefensión y desigualdad. Pero este gobierno prefiere salvar a los bancos que a la gente. Su deuda, la que mantienen con las élites financieras, es infinitamente más abultada que la de Gustavo o Amparo. Aunque ellos pagan religiosamente la hipoteca con el dinero de la sanidad, la educación, la dependencia y la vivienda de todos los españoles. Y no se crean, esa deuda, también les produce beneficios a los deudores. Ya que hipotecan el alma, engordan la buchaca privatizando a lo loco el escaso patrimonio público que queda. 

Total, ¿qué pueden perder? Está demostrado que su alma (ese hipotético lugar donde reside la empatía y la decencia) es un páramo donde no crece una brizna de vergüenza. Permiten que la gente muera de desesperación antes que aceptar medidas como la paralización de los desahucios, la dación en pago retroactiva o el alquiler social. Pero siguen inyectando nuestro dinero a los responsables de la estafa de la banca y facilitando negocios a los tiburones financieros. A veces no hace falta apretar un gatillo para asesinar a alguien. Basta con arrojarlo a un pozo de desesperanza y esperar a que se ahogue.

Amparo y Gustavo, que la tierra os sea leve hermanos. Nosotros no olvidamos. No perdonamos esta desgarradora deuda que dejan vuestras muertes.

                                      DdA, XI/2.759                                   

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