Lazarillo
Aunque seamos bastantes los que lo pensamos, que Jordi Évole bien merece el premio al mejor periodista del año pasado, está mucho mejor que el propio Évole no se lo crea e incluso lo manifieste a la hora de recibir esta distinción, otorgada por la Asociación de la Prensa de Madrid. En un gremio tan saturado de profesionales infatuados, que se creen los reyes del mambo y hacen ostentación de su suficiencia con una pedantería rutinaria, da mucho gusto escuchar la breve alocución leída por Évole al recibir su premio. Sin poder eludir la cita al programa que le llevó a ser juzgado por un tribunal deontológico como consecuencia de su reportaje/ficción sobre el golpe de Estado de 1981, algo que debería hacerse con mayor motivo -dijo- ante determinadas portadas e informaciones en algunos medios, el periodista catalán consideró mejores periodistas a muchos colegas que no gozan de su nombradía y popularidad y se baten el cobre con una vocación firme y un compromiso social y profesional indeclinables, a prueba de todo tipo de apremios, coacciones y censuras, tal como ocurrió con algunos integrantes de la revista El Jueves hace semanas y esta misma mañana con una viñetista de El Huffington Post -medio perteneciente a PRISA, editora de El País-, a la que no le publicaron su trabajo, crítico también con la sacrosanta monarquía española. Este Lazarillo piensa que con Évole y algunos medios jóvenes está en marcha un nuevo periodismo, tan necesario para este país como una nueva política. Uno y otra tienen como objetivo el renacimiento de sus respectivas credibilidades.
DdA, XI/2.739
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