viernes, 27 de junio de 2014

NI PODEMOS NI LAS JÓVENES GENERACIONES SE CONFORMAN CON UN LAVADO DE GATO


Lazarillo

Ayer, tras la intervención de Pablo Iglesias en una rueda de prensa celebrada en Bruselas -donde por fin hemos podido escuchar a un político español hablando en inglés con naturalidad, sin complejos y sin ínfulas-, la mayoría de los periodistas convocados aplaudieron al término de la comparecencia del líder de Podemos, algo insólito que también debe llamar y llama la atención de la ciudadanía. Hoy quiero traer hasta este DdA la opinión y el aplauso que también da a Podemos una respetada figura del republicanismo histórico español, Luis Azcárate, que aparte de contarnos una jugosa anécdota sobre un hijo bastardo y comunista de Alfonso XIII, entiende que Podemos marcará la renovación de la vida política en España, porque las jóvenes generaciones son las llamadas a protagonizar el progreso. Luis de Azcárate (Madrid, 1921), de la familia de los Azcárate, estudio en la Institución Libre de Enseñanza y se licenció como ingeniero industrial en México, durante su largo exilio. Sobre él y su hermano Patricio, así como sobre su familia, conviene leer el reportaje que sigue al artículo de Luis, publicado en Diario de León:
 
El Rey Juan Carlos abdicó. Lo justificó por la necesidad de un “cambio generacional”. Pero no creo que esté nadie de las élites, por un tal tipo de cambio, que por supuesto es necesario, pero que debe transformar la vida económica y política de este país. Es eso lo que quieren las nuevas generaciones. El Rey Juan Carlos, nada dijo de las prisas, no aludió a la bastardía, porque si se confirma, de “raza le viene al galgo” porque su bisabuelo, Alfonso XIII, era reputado en tales menesteres. En México, conocí a uno de sus hijos bastardos, habido con una cantante de fama, que había seguido a su hijo en el exilio. Ella no pero el hijo era militante comunista y hubiera podido hacer de doble de su ilustre padre. Pero dejémonos de anecdotario.

El cambio que pedía el Rey Juan Carlos, era eso de yo me quito y tu –su hijo- te pones. Por supuesto que respetando todos los protocolos y si no los hay, los hacemos nuevos. Un lavado de cara o, más bien un lavado de gato. Y las trompetas de la fama –medios de comunicación- atiborrarnos a relatos de ceremonias, de quiero y no puedo y casposas. Que si el fajín de Capitán General de los Ejércitos, que si la salida al balcón y no sigo el hortera relato. El discurso… más de lo mismo. ¿Renovación?, para muestra basta un botón: la recepción de 2.500 personas. Se podría suponer que alguna novedad se advertiría entre los asistentes. Pero no, ausencia total de los que esperan de verdad un cambio, porque la vida se les hace insufrible. Los desahuciados, los parados, los que no tienen ningún ingreso, los becarios sin beca, los enfermos sin asistencia… en un país en el que hay que prologar los servicios de los comedores escolares para asegurar una comida al día a decenas de miles de niños, tenían sobrada ocasión los nuevos reyes para haberlos tenido presentes. Porque hoy en día, en este atormentado país, son la mayoría. Pero no… hubiera sido demasiado fuerte y … las reglas del protocolo, se tienen que respetar.

Lavado de cara, lavado de gato. El cambio generacional no es eso, ni mucho menos. El cambio generacional, es lo que piden las nuevas generaciones educadas en democracia y ninguneadas e ignoradas por los políticos de turno. Esas generaciones han demostrado en las elecciones europeas -donde cuenta un hombre un voto- que son ya mayores de edad y que van a jugar un papel determinante en el futuro –PODEMOS-. Eso lo teme la casta casposa. Esas generaciones se hacen cada vez más presentes también en los partidos “consagrados”, como en el PSOE y en IU. Pueden llegar hasta afectar al inmovilismo del PP. Esas generaciones son renovadoras, revolucionarias de la situación actual, por sentirse profundamente demócratas, porque lo que están pidiendo es que la ciudadanía española rompa las amarras que la tienen imposibilitada de incorporarse al bienestar y al progreso. De eso hablaremos próximamente.


Han vivido en Londres, París, Ginebra, Viena, Praga, Argelia, Cuba, México… pero su patria sentimental es León. Patricio y Luis son los últimos de una saga, los Azcárate, una familia de intelectuales y políticos que la guerra truncó y su tierra prácticamente ha olvidado, aunque investigadores como Félix Vidal y Jorge Ramos e instituciones como la Fundación Sierra Pambley quieren rescatar ahora para la historia. Forman parte de la biografía menos conocida de León. Son los nietos de Cayo y sobrinos de Justino Azcárate. El padre de Luis y el de Patricio eran hermanos, casados con dos hermanas y a la vez primas. «Un lío».
«Nuestro apellido está en varias calles de León y Ponferrada. Está la calle de Pablo Azcárate, un instituto que lleva el nombre de Gumersindo y otra avenida dedicada al abuelo materno, el ingeniero Manuel Diz, en la capital berciana», recuerda Patricio.
Para el hijo de Pablo Azcárate, León son los veranos de su infancia en Villimer, donde estaba la casona familiar, ahora propiedad de sus primos, los Entrecanales. «Ellos se quedaron con las propiedades de los Azcárate. Me han dicho que hay que pedir permiso para visitar la casa. Yo no pido permiso a nadie», sentencia su primo Luis, para quien León es un conjunto de olores que no ha podido olvidar; «olores a hogaza, a los dulces de Camilo de Blas y a la maravillosa morcilla», dice como si los paladeara.
La biografía de Patricio ‘Pío’ y la de Luis Azcárate es de novela. Pío, a sus 93 años, desde su domicilio de Alicante, relata con una lucidez asombrosa la historia reciente como testigo privilegiado de los acontecimientos. Conoció a Stalin, Negrín, Semprún, Carrillo, la Pasionaria… Patricio nació, dice que por casualidad, en Londres en 1920, en la época en la que su padre, Pablo Azcárate, estaba en la embajada de la capital británica.
Dos guerras
A los dos años se traslada a Ginebra, donde se encontraba la sede de la Sociedad de Naciones –antecedente de la ONU-, en la que Pablo Azcárate ejercería importantes misiones. Patricio pasó en la ciudad suiza su infancia y parte de su adolescencia. Hasta que estalla la Guerra Civil y decide volver a su patria.
«Entonces éramos muy románticos», recuerda. Se une a los republicanos y, dado que habla inglés, es destinado al cuartel general del Ebro, donde hay numerosos combatientes de las Brigadas Internacionales. Allí asistirá a una de las batallas más cruentas de la contienda española. Su hermano Manuel en aquel momento es uno de los máximos dirigentes del PSU (Partido Socialista Unificado) en Cataluña. Pío también estaba afiliado al partido y con apenas 16 años participará en algunas refriegas, «básicamente en controles de carreteras», puntualiza.
Tras el triunfo de los nacionales, Patricio se traslada a Londres. En Cambridge se matricula en la facultad de Ingeniería Eléctrica. Allí vivirá otro conflicto bélico, la Segunda Guerra Mundial. «Las clases y mi casa estaban en la zona este de Londres, la más bombardeada por los aviones V1 y V2. En la calle te podía caer una bomba en cualquier momento, porque no sonaban las sirenas».
Tras la guerra, Patricio pasa a Francia, donde, con dificultades, consigue un empleo de delineante, porque no le convalidan el título de ingeniero. Pablo Azcárate alquila una casa cerca de París para reunir a toda la familia. «Esa casa se convirtió en centro de acogida de comunistas que salían de España. Por allí pasaron Julián Grimao o Santiago Carrillo». Patricio, afiliado a la CGT es enviado por esta organización a Viena, donde poco tiempo después será expulsado. De allí se traslada con su familia a Praga, donde nacerá su segundo hijo.
Largo exilio
En los años sesenta consigue el pasaporte y el Partido Comunista le anima a volver a España para mantener la lucha clandestina contra el franquismo. Con sus antecedentes ‘rojos’ sólo consigue trabajo en una empresa de material eléctrico en Córdoba. En la ciudad andaluza organiza una célula comunista, pero está vigilado de cerca por la policía, que le hace la vida imposible. Acabará regresando a París. Desde su jubilación, en 1985, reside en Alicante.
«De mi padre tengo un recuerdo lejano, porque me independicé a los 18 años y apenas convivimos. Era un hombre cariñoso, serio, un gran diplomático que sabía negociar», asegura. «Era un hombre muy inteligente y dispuesto a comprender la posición de los demás».
Su primo Luis Azcárate ha puesto por escrito sus vivencias en Memorias de un republicano, prologado por Ignacio Martínez de Pisón. Luis, nacido en 1921, tiene en la cabeza el complejo árbol genealógico de la larga saga de los Azcárate. Luis es un digno hijo de la Institución Libre de Enseñanza, que le marcaría para siempre.
Combatió al final de la guerra civil en las juventudes del PSU. Y el camino del exilio le llevará a México, junto a otros 30.000 compatriotas. Allí participará en multitud de actividades culturales y políticas que intentaban mantener vivo el espíritu de la República, a la espera de que España pudiera recuperar la democracia. En el país azteca estará hasta 1947. Después viaja a Francia, donde le expulsan por «actividades contra Franco». De allí se trasladará a Checoslovaquia y Hungría. En 1956 regresa a España y entra a trabajar en Portland. En varias ocasiones estuvo detenido en la DGS. Así que decide irse a Alemania y más tarde a Cuba, donde trabajará entre 1964 y el 74 como ingeniero en empleos relacionados con maquinaria agrícola. Después se ‘exiliará’ a Argelia hasta su retorno a Madrid. Con la empresa Bengoa trabajará en México, Madrid, Sevilla y Marruecos. Ahora está prácticamente ciego, tras sufrir un desprendimiento de retina.
 

                              DdA, XI/2.740                          

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