Félix Población
No tengo por el fútbol, tal como se concibe hoy
su gran y turbio negocio empresarial y mediático, la más mínima querencia. Más
bien lo repelo. Sí guardo por el deporte, concebido como un juego, el mismo gusto
que me despertó en los lejanos años de mi militancia como socio infantil del
Sporting.
Dicho esto, que me identifica siquiera sea de
memoria con el club gijonés, paso al “histórico rival”, el Real Oviedo, cuya
trayectoria esta temporada en Segunda B tiene muy disgustada a su parroquia,
que un año más ha visto frustradas sus expectativas de ascender de categoría,
tal como ciudad y afición merecen.
“Ama al Oviedo, odia al fascismo”, leí hace un
par de meses en una imagen que daba noticia de esta pancarta, suscrita por la
Peña Otero del barrio obrero del mismo nombre y ubicada en las gradas del
estadio ovetense. Por esos días, María Díaz González, la actriz avilesina
conocida como La Vikinga, había sido agredida por unos ultras del Real Oviedo
que voceaban gritos fascistas tras el partido disputado con el Real Avilés. La
pancarta fue retirada por orden de la directiva del club carballón, originando
la consiguiente polémica.
Quienes defendieron esa postura consideraban que
el deporte nada tiene que ver con la política y que así como el deporte une, la
política desune. Daban crédito, pues, al fascismo como ideario con el que es
posible hacer política (algo que hasta el mismo Franco negó), desconociendo o
eludiendo la consideración de que allí donde el fascismo se implanta no hay
posibilidad de ejercer la política. Política, tanto en su acepción griega como
latina, es una actividad en virtud de la cual una sociedad libre, compuesta por
hombres libres, resuelve los problemas que le plantea su convivencia colectiva.
Hace días, un grupo de aficionados ultras entró
en el estadio del Real Oviedo durante un entrenamiento del equipo, lanzó varias
bengalas e increpó a los futbolistas al tiempo que les lanzaba billetes de
dinero falso. Alertados por la directiva, numerosos efectivos de la Policía
Nacional acudieron al lugar para identificar a esa veintena de airados
individuos.
Me ha sorprendido leer al pie de la noticia,
siendo tan resolutivo y al parecer nutrido el destacamento policial, que la
directiva del club no haya adelantado hasta ahora si tomará medidas contra el
comportamiento de esos seguidores, cuando tan expeditiva se mostró con la
pancarta aludida. Si no lo hiciera, ¿cuál será el próximo altercado en la
agenda de estos ultras?
El contenido de la citada pancarta y su deseable
seguimiento por parte de quienes acuden a presenciar un evento deportivo
(llámese amor si se quiere a la afición apasionada por el equipo de fútbol de
nuestra ciudad, llámese odio a la aversión a todo ideario basado en la
intolerancia), fomentaría que no se dieran episodios tan vergonzosamente
racistas como lanzarle a un jugador un plátano -según ocurrió con el
barcelonista Alves recientemente-, agresiones efectivas como la sufrida por
mencionada actriz o agresiones verbales como las de esos ultras en el Carlos
Tartiere.
Debería reconocer la directiva del Real Oviedo
que esa pancarta prohibida bien podría servir de recordatorio para combatir
todo tipo de comportamientos que pretendan rememorar -por mínimo que puedan
parecernos los síntomas- la enfermedad de la intolerancia y la violencia que el
fascismo protagonizó en la historia de nuestro país y de Europa.
Que el Ayuntamiento de Oviedo haya decidido
hermanar la ciudad con el emirato árabe de Fujairah, donde existe la pena de
muerte y se deporta a los homosexuales, se flagela a las mujeres por adulterio
y los ciudadanos carecen de derechos sindicales y de expresión, refuerza la
idea de que la alerta contra el fanatismo y la intransigencia nunca sobra.
Máxime después de haber conocido que la colonia judía de Odesa, según leo en
Público, prepara su evacuación de urgencia ante las amenazas y atentados a las
sinagogas por parte de la ultraderecha ucraniana.
*Artículo publicado hoy también en Astures.info
DdA, X/2.695
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