Ángel Viñas*
Como es notorio el exministro de (Des)Información y Turismo fue
nombrado embajador en Londres en 1973. Unos días antes del fallecimiento
de Franco, lord Mountabatten, primo de la reina Isabel II y tio de su
esposo el duque de Edimburgo, maniobró para organizar un encuentro entre
Fraga y el primer ministro laborista Harold Wilson. En aquellas
circunstancias tan especiales, este último se declaró dispuesto.
Naturalmente solicitó información sobre el embajador. Un presidente del
Gobierno no puede hablar con un representante extranjero en una
situación políticamente límite sin haber echado, por lo menos, un
vistazo a unos cuantos papeles preparados especialmente. Debían contener
lo esencial sobre el interlocutor.
De entrada se dijo a Wilson algo evidente para quienes seguían de
cerca los asuntos españoles. Fraga tenía en España numerosos seguidores,
sobre todo en la derecha y en el centro-derecha. Cualesquiera que
fuesen los acontecimientos que se produjeran tras la muerte de Franco,
era altamente probable que tuviese gran influencia en los seis meses
siguientes (acertaron). Menos seguro era que pudiese llegar alcanzar una
posición de máximo poder (acertaron) porque ello dependería en gran
medida de aspectos que escapaban a su control (acertaron). Su puesto en
Londres le había cogido fuera de España cuando se produjo el asesinato
de Carrero (cierto) y no tardó en darse cuenta de que algunos
“liberales” le habían arrebatado su ropaje mientras él se paseaba por
Hyde Park.
En febrero de 1975 Fraga había viajado a Madrid con la esperanza de
lanzar una asociación política. Encontró que las condiciones para
hacerlo eran demasiado restrictivas incluso para él. En julio había
montado con algunos allegados políticos una sociedad (FEDISA) para
difundir sus ideas. Ello le permitió mantenerse con un perfil elevado de
cara a la opinión pública sin comprometerse más con un régimen
absolutamente moribundo (sic).
Lo que se sabía en el Foreign Office de las aspiraciones de Fraga se enunció sucintamente como sigue:
- Dividía el complejo espectro político español entre ultras (que no querían cambios), evolucionistas (entre quienes se auto-incluía) y la izquierda (que preconizaba la ruptura con el pasado).
- En los dos primeros años tras la muerte de Franco consideraba necesarias varias medidas. Al embajador norteamericano en Londres le había dicho que, tal y como había recomendado a Juan Carlos, en una primera tacada tres serían imprescindibles: a) un cambio de gobierno para demostrar quién mandaba; b) revisar la estructura de las Cortes y crear dos cámaras –una elegida y la segunda de tipo “corporativo”, en la que figurarían miembros de designación real. Habría que hacerlo rápidamente por decreto-ley y someter la modificación a referéndum; c) liberalización política, con legalización de todos los partidos, salvo el comunista, y elecciones a celebrar en un plazo de año y medio. Como el lector apreciará no acertó en ninguna.
- En relación con el PCE, pensaba que no debería ser legalizado en los cinco a diez años siguientes. Su continuada prohibición permitiría echar raíces a los demás partidos y al nuevo sistema. En el Foreign Office se ignoraba lo que Fraga pudiera pensar acerca de cómo tratar a los comunistas durante tan largo período.
Sobre las perspectivas inmediatas del todavía embajador era muy
remota, se informó a Wilson, la posibilidad de que Juan Carlos le
eligiese como presidente del Gobierno. No se creía que disfrutase ni de
la confianza ni del respeto del futuro monarca. El propio Fraga
reconocía que sus posibilidades no dependían de él. Dependerían de la
evolución y, sobre todo, de dónde radicasen las dificultades
principales, si a la derecha o a la izquierda. Su mantra era que “si lo
que se necesitaba era alguien que hiciese colaborar a la derecha y al
centro, y que se comportasen sensatamente, él era el hombre”. Sin
embargo, Fraga reconocía también que el escenario podría ser tal que su
papel resultase menos decisivo. No se había granjeado apoyo alguno con
las fuerzas políticas a la izquierda del centro y ello limitaba sus
posibilidades.
No faltó un toque mínimo sobre la persona para completar el amplio currículum. Fraga era despiadado (ruthless)
y extremadamente ambicioso. Tenía rasgos profundamente autoritarios, a
pesar de que muchas de sus manifestaciones se hacían en términos
“liberales”. La opinión pública en España estaba muy dividida con
respecto a él pero se le reconocía un futuro político importante.
Hablaba inglés, atropelladamente, en cascada y sin parar. Muy propio del
personaje.
*Continuará en el Blog de Ángel Viñas
DdA, X/2.695
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