Antonio Orejudo
El cadáver de Isabel Carrasco estaba
todavía caliente cuando conspicuos miembros de la extrema derecha
empezaron a relacionarlo con los escraches. ¿Qué le parece?
Por primera vez en lo que llevamos de crisis he olido el miedo. Como
usted dice, el primer paso lo dieron los más bárbaros de la extrema
derecha, a los que les faltó tiempo para echarle a los escraches la
culpa del asesinato. La reacción de la izquierda consistió en alejar el
asesinato de la política, consciente de que su cercanía sólo podía
perjudicarla. Los bárbaros de la derecha habrían dicho: “Mirad lo que
habéis conseguido criticando a los políticos, haciéndoles escraches, y
gritando que todos son unos corruptos”. Es tan fácil que un mensaje tan
simple como este cale tras la conmoción de un asesinato que a muchos no
se les ocurrió mejor idea que separar cuanto antes los tiros de la
situación política. La consigna en la izquierda fue: “Este asesinato no
tiene nada que ver con la política; es una simple venganza personal. Y
la prueba de ello es que la presunta asesina es del PP”.
Como si los militantes del PP no pudieran cometer asesinatos políticos.
Eso mismo me dije yo. ¿Qué tendrá que ver la militancia de un asesino
para considerar o no político su crimen? ¿Es que sólo los etarras y los
anarquistas pueden cometer asesinatos políticos? Yo creo que la gente
confunde ideología y política. Es posible que en el asesinato de Isabel
Carrasco no influyera la ideología, pero hay muchos indicios para pensar
que la política sí tuvo algo que ver. Y no hablo de la Política en
términos filosóficos. En ese sentido, todos los asesinatos, todos los
crímenes, son políticos. Hablo del ambiente político y de la situación
económica. Soy consciente de que mi información es limitadísima, pero
aun así me atrevo a sugerir que lo político (más que la política)
ha tenido en el asesinato de Carrasco más peso del que queremos
reconocer. Y sin embargo, el razonamiento inverso coló: hasta los
bárbaros de la extrema derecha tuvieron que comerse sus palabras ante la
evidencia de que había sido una del PP la que había matado a una del
PP. Se produjo entonces una situación paradójica: si se trataba de una
asesinato digamos pasional, ¿por que las tertulias políticas de la radio
le han dedicaban tanto tiempo? ¿Por qué los diarios cubrían en sus
páginas de Política Nacional un asesinato que solo respondía a razones
personales? ¿Qué sentido tenía interrumpir la campaña electoral si se
trataba casi de un accidente, del desgraciado acto de una perturbada?
¿Por qué el ministro del interior quiere meter en la cárcel a los
maleducados, es decir, a quienes celebran una muerte que supuestamente
no tiene nada que ver con la política?
Porque al ministro le gusta mucho prohibir.
No lo dudo, pero en este caso veo más pánico que pulsión represiva;
aunque también hay gusto por prohibir, también: este ministro sólo sabe
solucionar los problemas prohibiéndolos.
Dice que ve más pánico que pulsión represiva. ¿Pánico a qué?
Pánico a que la celebración o la justificación del asesinato de
Carrasco derribe el tabú sobre el que se ha sustentado la paz social.
¿Por eso cree usted que no queremos admitir el peso de lo político tiene en el asesinato de Carrasco?
El
reconocimiento de las cosas supone su comprensión. No digo su
aprobación, digo su comprensión. Comprender que en el asesinato de
Carrasco tuvo que ver no sólo el temperamento de quien apretó el
gatillo, sino también el cargo, o los cargos, de la víctima; su manera
de ejercerlos, su nómina, la economía de quien la mató, su situación
laboral, la de su familia, o el ambiente general de hostilidad hacia una
manera de ejercer el poder; reconocer que lo político ha desempeñado un
papel importante supone admitir la rotura de un estratégico dique de
contención social. Los políticos profesionales, los primeros afectados, y
los medios de comunicación, conscientes de su poder y de su
responsabilidad, se han puesto manos a la obra para cauterizar cuanto
antes la herida y desinfectarla con el término “venganza personal”. Es,
efectivamente, una emergencia.
El Diario.es
DdA, XI/2.704
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