¿Cómo es posible que una civilización, la
occidental, sea incapaz de organizar a las sociedades que forman parte de
ella sin que el consumo y el lanzamiento de billones de artefactos y enseres
hasta sofocar la biosfera y aplastar a la comunidad humana, se conviertan en
la columna vertebral del bienestar basado en la posesión de bienes y
constantes sensaciones nuevas? Pues eso sucede porque la imaginación y sus
fuentes se han secado.
Todo, y cuando digo todo
quiero decir los gustos y la atención, es plano, monótono, redundante,
uniforme y tópico. El pensamiento único en materia económica, que hace mucho
que ha contaminado a la política, a la moral y a la cultura (la prueba es que
no se cita ya a los clásicos sino frases de películas... americanas), es el
culpable. Las diferencias entre los que se suponen opuestos son inapreciables.
Ambos admiten y gestionan con las mismas ideas en esencia causantes de la
debacle: Deuda y crédito como motores de la Economía. Y mientras tanto, el
sacrificio y la humillación a que se somete a millones de seres humanos reemplaza
a la resignación estoica que en épocas pasadas constituía una parte
importante del control social manejado por el poder civil reforzado por el
religioso.
El caso es que en España
es tema principal de los círculos políticos y mediáticos el de los
emprendedores y la iniciativa privada. Pues cada vez se excluye más al Estado y
a las instituciones como generadoras de empleo... salvo para colocar a los
amigos. Unos lo dicen así sin más y otros sostienen que no es posible sin
crédito. Sin embargo la pregunta a la que corresponde la respuesta del millón
es: ¿qué sectores de la producción no están saturados, laminados,
sobreexplotados? Ni uno sólo. Así, difícilmente se puede crear empresas y
puestos de trabajo, dentro de los criterios sustentados en el propio sistema.
Porque si la imaginación fuese en ayuda de este asunto, lo mismo que se crean
tantos superfluos en multitud de competencias, por ejemplo, se podrían crear
también en relación a lo unicelular de la familia asignando una digna retribución
a cada uno de los componentes de la pareja que convive, sola o con prole, por
el mero hecho de atender al quehacer doméstico. Esto puede parecer
disparatado, y lo es desde el punto de vista de lo que se piensa dentro del
sistema, es decir, el pensamiento único. Pero no lo es si se le liberase del
lastre.
Lo que ordinariamente se
llama por estos pagos "bienestar", es decir, gasto y consumo salvajes
que empaparon esos pasados veinte años, estuvo mantenido por la construcción,
pública y privada, del Estado, de las Comunidades y de las empresas privadas
y mixtas (y por las actividades auxiliares relacionadas con ella) propiciada
por las ayudas envenenadas de la Unión Europea. Esfumado ese periodo, como la
carroza de Cinderella y su príncipe a media noche, este país descubre que no
sólo se ha acabado el bienestar material, sino que también se han quemado de
modo irreversible todos los intereses, todo el capital y gran parte del patrimonio
de la agricultura, la ganadería y la industria nacionales.
Y ahora los dirigentes reclaman, o esperan, la redención de país por los "emprendedores"; esto es, los obligados a generar las condiciones precisas para la creación de empleo. Y resulta que no aparecen. Y no aparecen, porque no quedan espacios vacíos a ocupar con actividades novedosas; con actividades que no sean las que pugnan entre sí hasta destrozarse y porque la imaginación colectiva está secuestrada por la tiranía del consumo que la bloquea, pues no puede haber imaginación allá donde reinan la codicia, el miedo, la opresión y en tantos otros casos el delirio.
Y ahora los dirigentes reclaman, o esperan, la redención de país por los "emprendedores"; esto es, los obligados a generar las condiciones precisas para la creación de empleo. Y resulta que no aparecen. Y no aparecen, porque no quedan espacios vacíos a ocupar con actividades novedosas; con actividades que no sean las que pugnan entre sí hasta destrozarse y porque la imaginación colectiva está secuestrada por la tiranía del consumo que la bloquea, pues no puede haber imaginación allá donde reinan la codicia, el miedo, la opresión y en tantos otros casos el delirio.
DdA, XI/2.702
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