Sus próximos le llaman Nacho
Diego, de profesión ingeniero, presidente de Jóvenes Generaciones del
Partido Popular en 1988, alcalde de la localidad de El Astillero después y desde 2011 séptimo
presidente de Cantabria. En 2004 fue elegido presidente del PP en esa
comunidad.
Con ese currículum sobra decir
que Fernando Diego es un representante muy señalado del partido que desde hace
más de dos años gobierna España y que, como tal, debería cuidar sus formas,
evitando en lo posible parecerse a su compañera Esperanza Aguirre, ex-presidenta
de la comunidad de Madrid, cuyo derrotero mental me alarma más cada día, sobre
todo tras poner como modelo para los centros de enseñanza los clubes de fútbol,
ese sucio negocio del que el domingo nos hablaron tan a fondo en el programa de
Jordi Évole.
Bien, pues el presidente de
Cantabria quiso hacer campaña electoral hace unas fechas, descubriendo una vez
más las interioridades autoritarias y chulescas que afectan a uno más de los
dirigentes del Partido Popular. Cuando debería suponerse más que esperarse el varapalo
que le aguarda al PP con vistas a las próximas elecciones europeas, va Nacho
Diego, ingeniero de profesión y con luenga carrera política a sus espaldas,
visita un hospital público en Torrelavega -muy afectado como todos por la política de recortes
aplicada por su partido- y, sin el menor atisbo de vergüenza ante quienes
testimoniaron con imágenes su chulería, arranca con frenesí varios carteles de protesta que
los profesionales de la sanidad tenían colocados en el centro.
Este señor, o lo que sea,
preside desde hace tres años el gobierno regional de Cantabria y no solo no es
capaz de tragarse la críticas que la gestión sanitaria por parte de su partido merece en este país,
sino que, como en el poema de García Lorca con la sangre de Ignacio Sánchez
Mejías, no quiere verlas, acaso con la necia pretensión de anular así la vigencia y verdad
de los hechos.
Los periodistas le preguntaron por
qué y el chulesco Diego apela a la higiene a y su verdad, como la Santa Inquisición, pues cualquier otra verdad no existe sino la suya. Es lo propio de quien encarna aquel santo oficio en los tiempos corrientes y además hace ostentación de ello para que conste como marca de la peor España.
DdA, X/2.693
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