Jaime Poncela*
Ha ganado Eurovisión la mujer barbuda y está muy bien porque al mundo
siempre le convienen las emociones fuertes. El camino de Eurovisión
hacia lo circense se veía venir desde hace muchos años porque está claro
que el arte y el espectáculo no siempre son la misma cosa. Lo que
importa es la audiencia y la forma fácil de conseguirla es la misma
desde que apareció en el mundo la primera mujer barbuda. Cuando Javier
Gurruchaga sacaba un enano al escenario había gentes escandalizadas,
pero los tiempos y las costumbres han cambiado y lo que hace 30 años era
propio del teatro chino de Manolita Chen y el Bombero Torero ahora es
una exquisita muestra de marketing televisivo. Eurovisión prefiere el
espectáculo porque es lo que vende, lo mismo que las elecciones
europeas, otra variante del festival eurovisivo, otro concepto de la
visión de Europa, de la eurovisión. Al igual que pasa con el evento
musical, a la Eurovision política se evían a concursar candidatos que
son restos de serie, desechos de tienta, o aprendices de los que nadie
se acordará pierdan o ganen. Nadie recuerda quien ganó Eurovisión el año
pasado y nadie se sabe la lista de los comisarios europeos, tal vez
porque casi todo el mundo piensa que las votaciones del festival están
amañadas y que las de las elecciones europeas no valen para nada, ya que
quienes mandan de verdad en Europa no están en el Parlamento. Ha
comenzado la campaña y cada partido ha puesto en el cartel a su mujer
barbuda, su forzudo o su propio enano de la orquesta Mondragón. Cuando
la política deja de ser un arte lo que importa es el espectáculo.
*Artículos de Saldo DdA, X/2.699
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