Antonio Aramayona
Si nos atenemos al criterio democrático de las mayorías, parece que
Europa no importa a una buena parte de la ciudadanía española: según las
últimas encuestas, una parte considerable de los votantes potenciales
optarán por abstenerse de ir a las urnas el 25-M. Sin embargo, esta
postura abstencionista (más quienes opten por el voto en blanco) no
parece mover a la reflexión a los grupos políticos que ofrecen sus
candidaturas para el Parlamento Europeo: muy al contrario, ponen en
marcha sus automatismos electorales, pegan simbólicamente sus carteles,
sacan sus coches y sus altavoces a la calle, aumentan el montante del
dinero que deben a los señores banqueros para gastar en propaganda,
proclaman que son boccato di cardinale en comparación con el
resto y asegurarán al cierre de los colegios electorales que han ganado.
Es así de penoso, pero muchas de las opciones electorales llevan
permanentemente puesta una coraza de grandes frases y orondos eslóganes a
prueba de realidades.
Bien es cierto que para dirimir la
cuestión de si Europa importa o no importa hay que aclarar primero qué
es eso de Europa y de qué Europa se está hablando al convocar a las
elecciones europeas. Por un lado, se acude a lugares comunes, tales como
que Europa, principalmente desde Grecia y Roma, es "la cuna de la
civilización occidental", el centro mundial a partir del siglo XVI,
generadora de buena parte de las mayores aportaciones en arte, ciencia,
técnica, cultura, pensamiento filosófico, político y social, amén de ser
"una idea, una esperanza de paz y entendimiento" (Declaración Berlín,
2007).
Sin embargo, pocos discursos y programas electorales
hablan de esa Europa, pues afrontan la cita primordialmente como un test
cara a las próximas elecciones autonómicas, locales y generales, o un
aval para confirmar o descalificar las medidas económicas y sociales
tomadas por el Gobierno del PP por imposición de Bruselas y de la Troika
en general. La cosa es que ya está dado el pistoletazo de salida para
las elecciones al Parlamento Europeo (una razón más para pasar más
deprisa que de costumbre las páginas ad hoc de la prensa o para
evitar en lo posible los telediarios), siempre acompañadas de discursos
rimbombantes, pero que apenas rozan el hecho de que el Parlamento
Europeo apenas pinta nada en la política monetaria, financiera, social y
laboral de la ciudadanía. Así, por mucho que desde casi todas las
candidaturas se prometa allí voces críticas y lucha comprometida,
Bruselas, la Comisión, el BCE o el Eurogrupo (ninguno de sus miembros es
votado por la ciudadanía europea) están arruinando nuestras vidas y el
futuro de millones de seres humanos, principalmente jóvenes, a merced de
los intereses de la minoría rica, cada vez más rica.
El PP y Arias Cañete
aseguran desde sus carteles electorales que "lo que está en juego es el
futuro", sin aclarar de qué futuro hablan y de quién es ese futuro (por
ahora los únicos que tienen un gran futuro son los grandes bancos y las
grandes empresas). El PSOE y Elena Valenciano advierten de que
"el cambio empieza por Europa", no por ellos, quizá porque llevan muchos
años en que el cambio brilla por su ausencia. Otros hablan del "poder
de la gente" (como si el recuerdo de ese poder potencial aliviara en
algo la respuesta de por qué la mayoría de esa gente, lejos de
reaccionar, indignada, vuelve a votar sobre todo a los dos "partidos
mayoritarios" versión rediviva del síndrome de Estocolmo). Otros en fin,
hablan de primaveras y de personas en fondo de color de brote verde.
Por el cerebro y el corazón de muchas y muchos (servidor incluido)
sangra, mientras, la vergonzante incapacidad de los grupos de izquierda y
progresista para unirse en una sola coalición electoral. Republicanos
de izquierda, socialistas y comunistas fueron capaces de formar un
Frente Popular en 1935 que culminó en la proclamación de la II
República. Tenían ideas e ideales. Hoy los grupos que se autodenominan
de izquierda presentan solo un patético panorama de desunión y de
marasmo político.
El Preámbulo del Tratado para establecer una
Constitución Europea del año 2003 hablaba de "los valores universales de
los derechos inviolables e inalienables de la persona humana, la
democracia, la igualdad, la libertad y el Estado de Derecho", como
fundamento esencial de la Unión Europea. Hoy solo me viene a la cabeza
la reforma perpetrada en agosto de 2011 del artículo 135 de la
Constitución Española, en la que, bajo la presión de los poderes
fácticos políticos, financieros y económicos imperantes en Europa, quedó
establecido el principio de "estabilidad presupuestaria", a fin de
asegurar la dictadura de la amortización del déficit en beneficio de los
grandes capitales acreedores y la demolición del estado de bienestar y
de no pocos derechos y libertades de la ciudadanía. (Para convocar un
referéndum al respecto bastaba solo con el 10% de los miembros del
Congreso o del Senado...) ("No me contéis más cuentos").
DdA, X/2.700
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