miércoles, 9 de abril de 2014

ROCÍO DE UTOPÍA

Félix Población

Algún díario tituló con el adverbio pacíficamente el desalojo por parte de la policía de las familias que desde hace casi un año ocupaban los pisos de la Corrala Utopía en Sevilla. El hecho ocurrió el pasado domingo, a primera hora de la mañana, cuando sus moradores dormían y entre sus posibles sueños se contaba con la posibilidad casi inminente de una solución alternativa que la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de Sevilla negociaban con los afectados, así como con Ibercaja, propietaria de los inmuebles. 

Se trataba de familias que sin ese techo y por sus precarios recursos económicos se verán ahora obligadas a vivir posiblemente en la intemperie, aunque de momento se les haya ofrecido un albergue municipal. Por desalojo pacífico se entiende que los funcionarios policiales no han urgido a esos ciudadanos a recoger sus pertenencias e irse a la calle con la máxima celeridad. Se conoce que los agentes llamaron una a una a las puertas de cada piso y les dijeron a las familias con muy buenos modales que tenían que irse, pero sin prisa, sin nervios, civilizadamente. 

Pero los alrededores de la glorieta San Lázaro, lugar donde se ubica el edificio, estaban acordonados por la policía, y eso, por comprensivos que se hayan mostrado los señores agentes, digamos que incomoda, digamos que violenta, digamos que estrangula la voz y hace aflorar el llanto y la rabia de los sintecho. Ese despliegue policial no cabe en ese adverbio -pacíficamente-, porque con esa cobertura se pretender hacer saber al ciudadano que, frente a la necesidad de techo de los humildes que ocupan las casas vacías de los bancos, está la propia superestructura financiera que gobierna el mundo y no entiende de seres humanos, sino de rendimientos especulativos. 

Los gobiernos se deben a ese poder cuya capacidad de expolio no conoce límite y avanza en su provecho recortando derechos y libertades. Frente a esa violencia sorda y abusiva que esta vez los señores agentes han disfrazado de amabilidad, porque no se trataba de desalojar a zarrapastrosos okupas libertarios sino a familias enteras entre las que se contaban ancianos, niños y enfermos, Rocío de Utopía, una pequeña de cinco o seis años, quiso agradecer a uno de los policías con un beso su afabilidad en el desempeño de la misión de dejarla sin casa. Los medios se fijaron en la imagen para sacarle fruto como noticia de interés humano, pero Rocío de Utopía se ha quedado sin hogar para hacer su mañana. La realidad que está viviendo se lo impide y esto es lo que de verdad debería contarnos ese beso.
DdA, X/2.670
 

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