Un agente antidisturbios hace el amago de desenfundar su arma reglamentaria
durante los altercados tras la manifestación del 22M (Andrés Kudacki)
Lazarillo
Una vez escuchadas las grabaciones que hoy publica en exclusiva El Diario, correspondientes a la comunicación mantenida entre los altos mandos policiales y las furgonetas de los agentes antidisturbios (UIP) ubicadas como vigilancia en la manifestación multitudinaria del pasado 22 de marzo, este Lazarillo comprende que el malestar ante las órdenes de pasividad impartidas es notorio entre los miembros de las UIP que tomaron parte en ese operativo. Esas órdenes dieron lugar al acoso y apaleamiento que sufrieron los agentes por parte de grupos de encapuchados, cuya identidad grupal seguimos desconociendo a pesar de las detenciones realizadas y la violencia y acoso organizado que pusieron en el empeño. Las instrucciones, como también se escucha en otra grabación adelantada hace unos días por La Sexta,
insistían en que había que "aguantar" mientras que los mandos
intermedios decidían "repeler" a los grupos violentos ante la ausencia de
directrices cuando comenzaron los altercados, ya con la manifestación
dispersada por las primeras cargas. Si se le preguntara al agente que filtró esos audios a los medios de comunicación como mejor evidencia del malestar por las órdenes recibidas de sus máximos superiores, estoy convencido de que entre los antidisturbios se pudo haber temido hasta la posibilidad de que alguno de ellos perdiera la vida. El discreto lector debe suponer, en este caso, que las consecuencias habrían sido extremadamente negativas para el derecho de expresión y manifestación que proclama nuestra Constitución, y muy proclives a la reforma de la Ley de Seguridad Ciudadana a la que el ministro Fernández aspira y que más tarde o más temprano puede caer sobre nosotros. Con este afán en el horizonte, el director general de la Policía ya estipula la necesaria uniformación de los periodistas con un chaleco de la Federación de Asociaciones de la Prensa: "Asumir que hace falta un chaleco para que la prensa no
se lleve porrazos es tanto como aceptar que todo manifestante pacífico
es 'hostiable' hasta que se demuestre lo contrario", escribe Ignacio Escolar:
"En situaciones de tensión no es fácil distinguir a un periodista", dice el director general de la Policía, Ignacio Cosidó, que justifica así las intolerables agresiones a la prensa de este fin de semana.
En vez de hacer lo que toca –expedientar a los responsables y evitar
que se repita–, Cosidó pide un uniforme para los periodistas que cubren
las protestas: que vistan el chaleco de la Federación de Asociaciones
de la Prensa (FAPE) para que así "distinguir" sea más fácil.
La trampa es bastante obvia. El trabajo de los antidisturbios no
consiste en diferenciar entre manifestantes y periodistas. La distinción
que tienen que hacer es otra: entre manifestantes violentos y el resto
de los ciudadanos que ejercen legítimamente sus derechos
constitucionales. Asumir que hace falta un chaleco para que la prensa no
se lleve porrazos es tanto como aceptar que todo manifestante pacífico
es 'hostiable' hasta que se demuestre lo contrario.
Cosidó olvida también que esa reforma de la ley de Seguridad Ciudadana
por la que suspira el ministro Fernández aún no está en vigor, y que
sacar fotos de la policía en una manifestación no es, por ahora, un
privilegio de la prensa. Lo puede hacer cualquier ciudadano, aunque no
lleve chaleco de la FAPE. Y el durísimo informe del Consejo General del
Poder Judicial contra esta reforma también ha advertido que el deseo
del ministro de limitar la difusión de imágenes de la Policía en las
manifestaciones no cabe en la Constitución Española.
El derecho a la información en España tampoco es potestad de la FAPE,
una organización que respeto y de la que soy socio, pero que no debería
poder regular quién es periodista y quién no. Hay excelentes
profesionales en este oficio que no son miembros de ninguna de las
asociaciones de la prensa y que tienen el mismo derecho que los demás a
no recibir un porrazo, aunque no tengan chaleco.
Sin
duda, los antidisturbios están trabajando en estos tiempos con una
presión extrema. Ellos también son víctimas de los recortes y la
crisis, viven en los mismos barrios que los manifestantes y no creo que
haya justificación tampoco para la violencia que muchos de ellos
sufrieron tras la manifestación del 22-M, aunque aquella batalla campal
arrancase con una clara negligencia por su parte al cargar cuando la
Plaza de Colón estaba llena. Pero quien ataca a la Policía –o a la
Guardia Civil en Ceuta– no somos aquellos que criticamos los excesos y
abusos de algunos de sus agentes, sino quienes arropan y justifican a
las ovejas negras: esos antidisturbios incapaces de aguantar la tensión
y que no saben distinguir entre un manifestante violento y uno
pacífico antes de soltar la porra".
DdA, X/2.664
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